Como todos los días,
Otávio despertó con
mucha hambre. Se arregló
y fue para la cocina,
donde su madre preparaba
el desayuno.
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Se sentó en su lugar
habitual y se alimentó
muy bien: comió melón,
banana y chupó naranjas;
no satisfecho, tomó dos
vasos de leche con
bastante azúcar,
acompañado de dos
sándwiches, pedazos de
pastel y algunas
galletas.
La madre lo observaba en
silencio. Después,
apenas pudiendo caminar,
Otávio se levantó de la
|
silla y cogió la
mochila para ir
a la escuela.
Antes de salir,
él llevó la mano
a la barriga y
con cara de
dolor, dijo: |
— Mamá, yo no estoy muy
bien hoy. ¡¿Por
qué será?!...
La madre lo miró apenada
y respondió:
— Ciertamente, porque tu
estómago está muy lleno,
hijo. Siempre te alerto
para no comer demás. ¡Nuestro
organismo no aguanta!...
— ¡Ah, pero la profesora
dijo que debemos
alimentarnos bien para
tener más condiciones de
aprender!
La madre consideró, con
una sonrisa:
— Tu profesora tiene
toda la razón. Una buena
alimentación ayuda al
cerebro a pensar mejor.
Tengo certeza, sin
embargo, que ella no se
refirió a las
exageraciones a la mesa.
Cuando comemos
demasiado, el cuerpo
queda lento, no
conseguimos pensar y
sentimos necesidad de
descansar.
— Está bien, mamá,
entendí. ¿Pero podrías
darme un medicamento
para el estómago?
Así, no voy a conseguir
estudiar.
La madre, llena de
piedad, le dio a beber
algunas gotas. Luego
Otávio estaba mejor y
fue para la escuela.
Sin embargo, la
situación se repetía
siempre. Cierto día,
cuando él se había
sentido realmente mal
después del almuerzo y
necesitó acostarse, la
madre se sentó en la
vera de la cama, y lo
aconsejó:
— ¡Otávio, tú no puedes
continuar así! ¡Estás
engordando y, si no
paras, con el tiempo, no
|
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pasarás por la
puerta!... ¡Si
tú te sintieras
bien, yo no
diría nada, pero
estás siempre
mal,
indispuesto!...
Necesitas pensar
en tu salud.
Dios nos dio un
cuerpo perfecto
y saludable |
Como el chico tenía
sueño, la madre cerró
las cortinas y lo dejó
solo. Con el cuarto en
penumbra, él cerró los
ojos, somnoliento.
De repente, Otávio se
vio en un lugar
diferente, donde había
muchos niños como él:
todos enormes y con
problemas por comer
demás.
Un chico simpático y
sonriente conversaba con
ellos explicando:
— Dios nos dio el cuerpo
para que lo usemos con
cuidado. Así, no os
olvidéis de que los
órganos del cuerpo están
vivos y sujetos a la
educación, como
vosotros. Sin el cambio
del pensamiento en el
sentido de la cura, y
sin que utilicen el
poder de la voluntad
para controlar el
apetito a la mesa, los
medicamentos serán
inútiles.
Los niños estaban
asustados, y uno de
ellos preguntó:
— ¡Quiero curarme de la
gula! ¡Pero no sé como
hacer eso!
Y el muchacho, que
parecía un ángel, con
sus vestiduras
resplandecientes,
sonrió, y su rostro se
iluminó:
— La oración siempre es
nuestro mejor recurso en
las horas buenas y en
las horas de
dificultades. Entonces,
orad, pidiendo el amparo
de Jesús siempre que lo
necesitéis.
Especialmente cuando
queráis hacer algo
errado.
— ¿Cómo comer demasiado?
— preguntó Otávio.
— Exactamente, Otávio.
Sin embargo, usad la
oración también cuando
tengáis voluntad de
pelear con alguien,
ofender o humillar al
otro, decir una
palabrota, criticar,
finalmente, todo lo que
sea negativo para
alguien. Antes de crear
un enemigo, haced una
oración y vosotros no os
arrepentiréis…
De repente, Otávio
despertó en su cama.
Miró para todos lados
buscando a los otros
niños, sobre todo, al
chico tan simpático que
los había enseñado como
un profesor. Sin
embargo, él estaba solo
en su cuarto.
Se sentó en la cama, se
desperezó y restregó los
ojos, murmurando:
— ¡Debo haber soñado!...
Se levantó y corrió a
buscar a la madre, lleno
de buenas intenciones.
Al verlo todo sonriente,
ella le preguntó qué
había ocurrido, y Otávio
contó el sueño que había
tenido, concluyendo:
— Mamá, el chico nos
enseñó que la oración es
el mejor remedio para la
gula. ¡Que necesitamos
controlar el pensamiento
y usar la voluntad para
vencer aquello que
tenemos de negativo en
nosotros!... — Otávio
estaba feliz y corrió a
abrazar a la madrecita,
concluyendo:
— ¡Fue Jesús que lo
mandó para ayudarnos!
Nunca más voy a comer
demasiado, ni pelear con
nadie. Entendí que la
lección que él nos trajo
es para ayudarnos.
Necesitamos comenzar a
ser mejores en el
interior, para después
ser mejores con los
otros.
Y, en aquella mañana,
Otávio se sentó y comió
un pedazo de melón, tomó
un vaso de leche y comió
un panecillo con
manteca. La madre
preguntó:
— ¿Alguna cosa más,
hijo?
— No, mamá. Comí lo
suficiente.
La madre, abrazada al
hijo, elevó el
pensamiento a Dios,
agradeciendo el socorro
que le había mandado a
través del muchacho
iluminado, Amigo
Espiritual que había
encantado a Otávio.
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
11/08/2014.)
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