Hay los que dicen que
nada hay después de la
muerte del cuerpo. Hay
los que creen en alguna
forma de vida, hay los
que entienden que
después de cumplido el
ciclo terreno vamos a
juntarnos en un todo,
perdiendo nuestra
individualidad.
Milenarias son esas
indagaciones o
conclusiones
doctrinarias,
filosóficas o aún
individuales. El Dr.
Raymond Moody,
psiquiatra, psicólogo,
parapsicólogo y
filósofo, natural de
Porterdale, Georgia,
Estados Unidos de
América, publicó en 1975
el best seller: Vida
Tras la Vida. Es un
éxito hasta nuestros
días y lo será siempre
por tratarse de un
asunto de extrema
importancia dentro del
ideario humano. Él
inicia así el primer
capítulo del libro:
“¿Cómo es morir? Esa es
una cuestión sobre la
cual la humanidad se ha
inclinado desde que
existen seres humanos.
Durante los últimos años
tuve oportunidad de
llevar esa cuestión
delante de un número
considerable de
audiencias”... Demostró
con esto que su trabajo
de investigación fue
largo y bien
fundamentado.
Completando sus
indicaciones en aquella
Obra el autor nos dice:
“No puedo pensar en otra
respuesta sino una vez
más indicar la
preocupación humana
universal con la
naturaleza de la muerte.
Creo que cualquier luz
que pueda ser lanzada
sobre la naturaleza de
la muerte es para bien”.
La Doctrina Espírita
viene desde 1857
tratando de ese asunto
con gran propiedad. ¿Qué
será después que
desencarnamos?
¿Infierno, purgatorio o
cielo? La gran mayoría
de las mentes aún están
acostumbradas con esta
tríada del bien o del
mal. Muy confusa y
extraña fue colocada
cabeza abajo de los
creyentes desde el
principio de la iglesia
católica. No va aquí
ninguna crítica
peyorativa. Era lo que
se tenía, era lo que se
comentaba. Allan Kardec
bien lo trató en su
libro: El Cielo y el
Infierno, con lúcidos
comentarios y proficuas
conclusiones. Este
estudio está en pauta
permanente en los
compendios de las
grandes enseñanzas
iniciales de las grandes
civilizaciones pasadas.
Cada cuál lo trataba a
su manera. Los que
creían en vida después
de la muerte física
hacían sus celebraciones
a favor de los
antepasados,
pidiéndoles, inclusive,
ayudas en sus decisiones
y, muchos sólo las
tomaban, después de
tener certeza de que
fueron debidamente
orientados por los entes
desencarnados. Aún hoy
se ve en residencias o
templos un lugar
definido para el culto a
los antepasados,
probando, así, la plena
convicción de que ellos
continúan vivos.
Las fiestas de los
buenos Espíritus
Había en Europa antigua
un curioso ceremonial
durante el séquito que
acompañaba el
desencarnado hasta la
sepultura o cremación.
Un grupo venía al
encuentro usando
máscaras que imitaban
fisonomías de los entes
desencarnados. En
fiestas venían a recibir
al familiar,
introduciéndolo a una
nueva dimensión de la
vida. Interesante esta
forma teatral de
convivir con la muerte.
De hecho, el teatro
imita la vida de ahí que
los dramas y tragedias
presentados en un
escenario pueden
representar lo que de
hecho esté ocurriendo
con el público allí
presente, en parte o
como un todo. La argucia
del autor y director del
espectáculo, aliada a
las interpretaciones
pujantes de los actores,
pueden llevar al público
a un razonamiento sobre
su vida, su momento.
Pensando así, aquella
manifestación teatral en
el momento en que el
muerto era llevado a su
destino final, bien
podría tener la
connotación de recordar
a todos que la muerte
física es un proceso
irreversible para los
encarnados. Pero, ella
no es el fin, pues los
que lo antecedieron lo
venían a recibir.
Aquí, dada la semejanza
de lo que citamos
arriba, vamos a buscar
un importante comentario
del Espíritu Felícia,
desencarnada y que,
atendiendo a una
evocación de su esposo,
dictó a través de la
Sra. Cazemajoux en
Bordéus – Francia – una
página por ella titulada
como “Fiestas de los
Buenos Espíritus”. Está
en la edición de mayo de
1861 de la Revista
Espírita, publicada por
Allan Kardec. Y ella
comienza diciendo:
“También tenemos
nuestras fiestas y esto
ocurre a menudo, porque
los buenos espíritus de
la Tierra, nuestros bien
amados hermanos,
despojándose del
envoltorio material, nos
extienden los brazos y
nosotros vamos, en grupo
innumerable, a
recibirlos a la entrada
de la estancia que, de
ahí en delante, van a
habitar con nosotros”.
Bella y confortadora
esta información de
Felícia. Nos da una
sensación de continuidad
y, más que esto, nos
coloca a la par de lo
que realmente ocurre
después del desenlace
físico. A veces, en la
hora extrema de las
despedidas, cuando el
féretro prosigue rumbo a
la morada final de aquel
cuerpo, vemos
desesperaciones, llantos
convulsivos,
lamentaciones... A buen
seguro es muy difícil
aquel momento. Pero,
podría ser más ameno si
nos preparásemos para
el.
En la capilla mortuoria
debe reinar la paz
“Aún nuestros días el
respeto a los muertos
está envuelto en una
forma velada de repulsa
y depreciación. La
muerte transforma al
hombre en cadáver,
arrancarlo del número de
los vivos, le quita
todas las posibilidades
de acción y, por lo
tanto, de significación
en el medio humano. “El
muerto está muerto”,
dicen los materialistas
y el populacho ignaro”.
Este texto está
contenido en el capítulo
primero del libro del
Profesor José Herculano
Pires, titulado:
Educación para la
Muerte. Los que no
consiguen ver la vida
después de esta vida
transforman el momento
del velatorio en un
réquiem que más mata que
consuela. Felícia
continúa confortándonos
cuando dice: “En esas
fiestas (de recepción
del desencarnado
querido) no se agitan,
como en vuestras, las
pasiones humanas que,
bajo rostros graciosos y
frentes coronadas de
flores, se ocultan la
envidia, el orgullo, los
celos, la vanidad, el
deseo de agradar y de
primar sobre rivales en
esos placeres ficticios,
que no lo son”.
Fausta lección nos da
ella. Nos dice que hay
fiestas de recepciones,
pero que son compuestas
de verdades, de armonía,
de luminiscencias que
parten de corazones
libres de las asperezas
remanentes en muchos,
aún. Ella cita rostros
graciosos y frentes
coronadas de flores.
Sólo apariencia. ¿Y,
será que en aquel
momento de los llantos y
desesperaciones ante el
féretro que sale tampoco
estamos escondidos bajo
máscaras, actuando de
tal forma sólo para
impresionar? Felícia
hace esta cita en su
mensaje posiblemente
para alertarnos en
cuanto a nuestros
procedimientos en aquel
lugar donde el espíritu
está despidiéndose del
cuerpo. En la capilla
mortuoria debe reinar la
paz, aún ante el dolor.
La armonía aún ante los
días que se seguirá sin
la presencia física del
ente que de nosotros se
despide. La paz y la
armonía juntas nos dan
la serenidad que nos
faculta conducirnos bien
ante cualquier situación
difícil. De hecho, Dios
permite que ellas
ocurran para hacernos
madurar principalmente
en la fe de Sus Sabios
Designios.
La voluntad de Dios a
nuestro respecto
Si del lado de acá la
tristeza puede invadir
corazones veamos a
continuación lo que
comenta nuestra hermana
Felícia sobre los
acontecimientos del lado
de allá: “Aquí reinan la
alegría, la paz, la
concordia; cada uno está
contento con la posición
que le es designada y
feliz con la felicidad
de sus hermanos.
Entonces, mis amigos con
ese acuerdo perfecto que
reina entre nosotros,
nuestras fiestas tienen
un encanto
indescriptible. Millones
de músicos cantan en
liras armoniosas las
maravillas de Dios y de
la Creación, con acentos
más deslumbrantes que
vuestras más suaves
melodías. Largas
procesiones aéreas de
Espíritus vuelan como
céfiros, lanzando sobre
los recién llegados
nubes de flores cuyo
perfume y variados
aspectos no podéis
comprender”.
Es evidente que hechos
así ocurren para
aquellos que vencieron
con gallardía sus
pruebas terrenas. Y aquí
nos abre una suave
discusión acerca de la
Voluntad de Dios a
nuestro respecto. En la
Oración Dominical Jesús
fue enfático cuando
dijo: “Sea hecha vuestra
Voluntad así en la
Tierra como en el
Cielo”. Ocurre, sin
embargo, que repetimos
diariamente esta oración
y hacemos valer sobre el
cielo y la tierra
nuestra voluntad. Egóica
voluntad que alimenta el
ego inferior, nuestro
viejo compañero de
jornada, nuestro viejo
anciano a dictarnos
sabidurías. ¿Sabidurías
o textos antiguos que
guardamos en nuestros
altares íntimos y que ya
están fuera de moda? ¿Y
de hecho sabemos sobre
la vida y la muerte?
¿Sobre los planos
espirituales? André Luiz
nos abrió la ventana de
nuestro Hogar, pero, él
aún dijo que existen
miles de colonias,
Villarejos, agrupaciones
y cada cuál alineado con
los deseos de sus
habitantes. Nos dice aún
el sabio mentor que dos
tercios de la humanidad
de la Tierra, cerca de
veinte mil millones de
espíritus aún transitan
en los rangos inferiores
del planeta reclamando
ajustes, educación y
cambios de rumbos a
favor del bien en sí. El
viejo sabio arquetípico,
instalado en nosotros
desde los principios de
la razón humana no
consigue vislumbrar lo
que pasa más allá de su
caverna. De ahí que
decimos a todo pulmón:
¡yo no creo en esto!
¡Esta historia no tiene
sentido! ¡Murió, murió,
acabó y listo!
¡Aprovecha mientras
estás vivo! Y por ahí
van los dichos populares
o individuales
alimentando la
ignorancia mientras Dios
nos creó para la
libertad que el infinito
contiene.
Los Espíritus no son
muertos ni difuntos
Los que así piensan,
corrompen
corrompiéndose. Mienten
como niños, se entregan
a placeres groseros y
primitivos jurando que
son modernos y
despegados. Dictan para
sí las más oscuras
líneas de
comportamientos en los
cuales el materialismo
alcanza apogeos
pegajosos formando
estercoleros psíquicos
de difíciles
erradicaciones. Creen
que la vida es esta y en
ella todo debemos hacer
para flotar soberanos
sobre la materia que
pasa y se transforma. La
Tierra nos es un plan de
estudios aún para
principiantes. Después
de ella, muchos otros
astros desfilaron a
nuestro frente
ofreciéndonos sus
hospitalidades,
enseñanzas y propuestas
de trabajos cada vez más
increíbles y sin la
necesidad de ejecutarlos
en pago a la
supervivencia. De hecho,
tal hecho aquí ocurre
únicamente porque el
hombre no conseguiría
progresar se todo le
viniera gratuitamente a
las manos. Sus esfuerzos
por conseguir lo
necesario, lo colocan
junto al progreso que,
por Ley Divina, ocurre
en todos los astros del
universo.
Felícia prosigue en su
disertación: “Después el
banquete fraterno a que
son invitados los que
con felicidad terminaron
sus pruebas, y vienen a
recibir la recompensa de
sus trabajos”. Sí,
aquellos liberados de
las pasiones terrenas y
de los apegos aquí
emprendidos van a
conocer nuevas opciones,
nuevas entidades
benefactoras, nuevos
instructores, mentores,
nuevas dependencias de
la Casa Paterna. ¡Que
bello debe ser! ¡Que
alegría surge en
aquellas almas
vencedoras! Felícia
concluye su mensaje
diciendo: “¡Oh mi amigo!
Tú desearías saber más,
pero vuestro lenguaje es
incapaz de describir
esas magnificencias. Yo
os dije bastante, a
vosotros que sois mis
bien amados, para daros
el deseo de aspirarlas…”
Vamos a reflexionar
sobre esta última frase.
Los Espíritus queridos,
despojados de las
vestiduras físicas no
son muertos, cadáveres,
difuntos o cosas así.
Son Espíritus liberados
dando plena continuidad
en sus vidas. Y ellos
nos quieren también
libres. Ellos desean
prepararnos una fiesta
de recepción aquel día
en que todos estarán
tristes, consternados y
nosotros y ellos,
felices por la vuelta.
¡Cuánto aún necesitamos
saber sobre los
mecanismos de la vida!
Cuando yo era niño,
hablaba como niño...
Volvemos al libro:
Educación para la Muerte
del Prof. José Herculano
Pires y vamos a
encontrar en el capítulo
catorce que él tituló
como Dialéctica de la
Conciencia una sabia
colocación: “El estudio
de un tema como el de la
educación para la muerte
exige incursiones
difíciles en el
pensamiento antiguo,
moderno y contemporáneo,
para el establecimiento
de las conexiones
orientadoras. No se
puede entrar en el
laberinto sin el hilo de
Ariádne en las manos,
pues el Minotauro puede
estar a nuestra espera.
En una fase de
transición cultural como
la de este siglo el
problema de la muerte
exige de todos nosotros
un esfuerzo mental
muchas veces confuso.
Pero tenemos que hacer
ese esfuerzo, para que
la vida no fracase en
nosotros”.
Cierta fecha, cuando
niño, vi un ente muy
querido siendo velado en
la sala de su casa. Lo
miré. Estaba rígido,
desfigurado como mármol.
Antes, aquellas caras
eran morenas y por ellas
la vida rebosaba a
través de su sonrisa
franca y su habla
graciosa además de una
mirada penetrante. Allí,
estaba inmóvil,
entregado y echado sobre
una madera cubierta de
flores que más asustaban
que adornaran.
- Esta es la realidad de
la muerte.
Pensé. Todo acaba aquí.
Yo era sólo un niño. Hoy
crecí y debo acordarme
de Pablo de Tarso,
cuando dijo en su
primera carta a los
corintios en el capítulo
13 – versículo 11:
“Cuando yo era niño,
hablaba como niño,
sentía como niño,
discurría como niño,
pero, luego que llegué a
ser hombre, acabé con
las cosas de niño”. Es
una reflexión que la
humanidad necesita hacer
a cerca de la muerte.
Gradualmente ella
desaparecerá de entre
nosotros. La palabra
“muerte” viene del latín
mors
significando óbito, que
por su parte viene
igualmente del latín:
abitus,
significando: irse,
pasar para fuera,
salida. Fácil entonces
es que verifiquemos que
muerte no significa fin
ya en el origen de la
propia palabra. Lo que
ocurre con el común de
la gente es lo mismo que
ocurrió conmigo. ¡Yo vi
un cuerpo inerte y sin
vida y creí que el
espíritu era él, por lo
tanto también muerto!
El qué será después está
en nuestras manos
decidir
En la pregunta número 27
del Libro de los
Espíritus, Allan Kardec
indaga: “¿Habría así dos
elementos generales del
Universo, la materia y
el espíritu?”
Respondiendo, los
Espíritus dicen que por
encima de ellos está
Dios El Creador, padre
de todas las cosas. De
esta nos es necesario
separar las cosas: lo
que es materia es
materia, lo que es
Espíritu es Espíritu y
este no muere jamás. En
la cuestión 149 del
mismo libro Allan Kardec
pregunta: “¿En qué se
transforma el alma en el
instante de la muerte?”
Y como respuesta
obtiene: “Vuelve a ser
Espíritu, o sea, vuelve
al mundo de los
Espíritus que él había
dejado temporalmente”.
En la pregunta
siguiente, la número
150, los Espíritus
Superiores nos
esclarecen diciendo que
el alma jamás pierde su
individualidad y nos
coloca para pensar
cuando nos propone esta
cuestión “¿qué sería de
ella si no la
conservara?” Kardec
insiste en el tema y
pregunta en la pregunta
150-a: “¿Cómo el alma
constata su
individualidad si no
tiene más el cuerpo
material?” Como
respuesta obtiene:
“Tiene un fluido que le
es propio, que coge de
la atmósfera de su
planeta y que representa
la apariencia de la
última encarnación: su
periespíritu”. La
palabra periespíritu
viene de peri
significando: “en torno
de” y espíritu. De esta
forma todos somos
Espíritus revestidos con
una representación
fluídica que nos
acompaña después de la
desencarnación y el
cuerpo físico del cual
utilizamos cuando
estamos encarnados.
Entonces, no existe
muerte. Existe un dejar
el cuerpo físico y
volver a los planos
espirituales, que son
nuestros planos de
origen.
Así, podemos responder a
nosotros qué será
después, está en
nuestras manos decidir.
Aún en el libro
Educación para la
Muerte, el prof. José
Herculano Pires lo
concluye con una
indagación: “¿De qué
elementos disponemos
para rechazar nuestra
propia supervivencia?
¿Qué contra pruebas
podemos oponer a nuestro
propio derecho de
superar la muerte — la
destrucción total del
ser humano en un
Universo en que nada se
destruye?” Eduquemos
para la muerte como nos
propone este insigne
profesor y hagamos valer
nuestra voluntad de
realizar el bien,
perfeccionarnos para ser
recibidos con fiestas
como la descrita por
nuestra hermana Felícia.
¿Será muy bueno, no lo
creen? ¡Al final hay
vida y ella está en
nosotros y por nosotros
en el infinito de Dios!
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