Roger, de doce años,
niño experto e
inteligente, se
relacionaba bien con
todas las personas, pues
era muy simpático. Sin
embargo tenía un grave
problema: no le gustaba
tomar el baño y, por más
que la madre lo llamara,
Roger siempre conseguía
escapar.
La madre comenzaba el
día pidiendo con cariño:
— ¡Mi hijo, esta es la
hora de tomar el baño!
No te olvides de que tú
tienes poco tiempo para
arreglarte e ir a la
escuela.
El chico respondía,
concordando:
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— Yo sé, madre. Pero,
antes, necesito arreglar
mi mochila. Después yo
voy a tomar el baño.
— ¡Entonces, apresúrate!
De lo contrario no
conseguirás llegar a
tiempo al colegio.
Pero el chico gastaba el
tiempo dentro del cuarto
y, cuando salía, era
siempre con prisa:
— Madre, no va a dar
tiempo de tomar el baño
ahora. Estoy atrasado.
Cuando llegue yo tomo el
baño, ¿está bien?
La madre, disgustada,
replicaba: |
— Roger, ¿pero tú vas
sucio para la escuela?
¡Tus profesores y
compañeros van a
notarlo, hijo!
El chico reía,
encontrando gracioso:
— ¡Que nada, madre!
Nadie va a notarlo. ¡El
uniforme no está sucio y
puse un poquito de
perfume, mira! — y se
aproximaba a la madre
para que ella sintiera
el olor agradable que él
esparcía en el aire.
La madre estaba
descontenta, sin embargo
nada podía hacer.
— Está bien, hijo. ¡Ve
con Dios! Pero antes del
almuerzo, tú tendrás que
tomar el baño, no te
olvides.
A la vuelta de la
escuela, Roger entraba
en casa, tiraba la
mochila sobre el sofá y
corría para la mesa,
donde todo estaba
preparado para el
almuerzo en familia. La
madre colocaba las
cubiertos de comida y
decía:
— Roger, tú estás
olvidándote de tomar el
baño.
— ¡Ah, madre! Ahora no.
Estoy muerto de hambre.
No comí nada en el
colegio!
La madre concordó, a
pedido del padre, y
Roger almorzó
satisfecho. Su hermana,
sentada a su lado,
sentía el olor de
suciedad que venía de él
y protestó:
— ¡Roger, tus ropas
están sucias y tú estás
apestando!
— ¿Hasta tú, Lucinha?
¡Que persecución! Todo
el mundo decidió hablar
sólo de mí ahora? —
protestó él.
El padre, que hasta a
aquella hora no había
dicho nada, dio su
opinión:
— Roger, tomar un baño
es regla básica de salud
y de bienestar en la
vida. ¿Por
qué tú huyes del
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agua? |
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— Papá, yo no estoy
huyendo. ¡Es que hoy aún
no tuve tiempo de tomar
el baño, sólo eso!
— Muy bien. Entonces,
después del almuerzo tú
vas directo para la
ducha, ¿entendiste?
Roger puso cara de
tristeza, pero
inmediatamente se acordó
de algo y respondió:
— Tras el almuerzo no va
a ser. Mi profesora dijo
que hace mal tomar un
baño inmediatamente
— Entonces, después de
algún tiempo, tú
finalmente vas a tomar
tu baño, ¿correcto? —
dijo el padre.
El chico concordó y,
después de terminar la
comida, fue para su
cuarto. Allí él quedó
por varias horas jugando
videojuegos, hasta que
la madre vino a traer
algunas ropas limpias y
planchadas. Roger vio
las ropas y se animó:
— ¡Opa! Ropas limpias.
¡Estoy necesitando
sí!...
La madre balanceó la
cabeza, concordando, y
añadió:
— Es verdad. Pero para
intercambiar ropa tú
tendrás que tomar el
baño primero, no
olvides.
— ¡Madre, pero eso ya es
una persecución! ¡Todo
el mundo sólo habla en
eso!
— Claro, mi hijo. Todos
aquí en casa notan que
tú huyes de la limpieza.
Imagino que en la
escuela deba ocurrir lo
mismo. ¿No se
avergüenzas, Roger? ¿Por
qué tanto horror al
baño?
Mentalmente el chico
pensaba en una
respuesta. De repente,
acordándose de las
lecciones que leían en
el Evangelio en el
Hogar, reunión semanal,
se llenó de razón al
responder:
— Es que leímos el otro
día que lo importante es
el Espíritu, que es
inmortal, ¿no es?
¡Entonces creí que el
baño no es tan necesario
así!...
La madre encontró
graciosa la salida del
hijo y aclaró:
— Roger, en parte alguna
del Evangelio leemos que
el baño no es
importante. ¡Al
contrario! Tenemos que
cuidar del cuerpo y del
espíritu, pues el cuerpo
es el vehículo con el
cual el Espíritu actúa
aquí en la Tierra: con
él se mueve, trabaja,
estudia, progresa. Si el
cuerpo enferma, el
Espíritu queda impedido
de realizar sus
acciones. Y la falta de
limpieza, hijo, es buena
sólo para los virus y
bacterias que tomarán
cuenta del organismo y
pueden llevar hasta la
muerte física.
¿Entendiste? ¿A ti te
gustaría estar enfermo a
causa de eso?
Roger abrió mucho los
ojos, oyendo asustado lo
que la madre decía.
— ¡Nunca pensé que el
asunto fuera tan serio,
madre!...
La madre salió del
cuarto, dejando al hijo
pensando en todo lo que
ella había dicho.
No tardó mucho, Roger
apareció en la sala todo
arreglado. Tenía los
cabellos mojados y bien
peinados, vestía ropas
limpias y de él venía un
olorcito bueno de jabón.
La familia toda estaba
contenta. Y Roger
también, pues realmente,
con el baño, él sentía
una sensación muy buena
de bienestar y de
alegría.
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo em
27/10/2014.)
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