Elza oyó tocar la
campanilla y fue
atender. Era la amiga
Meire que llegaba. Por
la expresión de ella,
Elza creyó que no
estaría bien. Entonces
puso su mejor sonrisa en
el rostro al decir:
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— ¡Buen día, Meire! Que
bueno verte tan pronto.
¡Entra!...
— Elza, estoy ahora
necesitando conversar
con alguien y me acordé
de ti — la otra dijo,
abrazando a la dueña de
la casa, sin contener
las lágrimas.
— Pues hiciste muy bien,
Meire. ¡Siéntate!
Vamos a conversar. ¿Qué
está ocurriendo?
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La visita, de pañuelo en
mano, lloraba sin
conseguir hablar. Elza
la abrazó, gentil:
— Cálmate, Meire. ¡Todo
tiene una manera! Con
buena voluntad, no hay
nada que no se consiga
resolver. Voy buscar un
poco de agua para ti —
dijo Elza, que salió y
volvió poco después con
el agua:
— Toma un poco, Meire.
Tú vas a mejorar.
Realmente, después de
tomar un trago de agua,
Meire estaba mejor y
comenzó a hablar:
— ¡Ah! ¡Sufro tanto!
¡Nadie me ama! ¡Estoy
enferma y nadie se
preocupa conmigo!...
— ¿Entonces tú estás
enferma? ¿Ya fuiste al
médico, Meire?
— ¡No! Los médicos no
saben nada. Además de
eso, sólo dan
medicamentos que no
resuelven.
— ¡Pero entonces, busca
socorro en Dios, nuestro
Padre, que nos ama y
quiere lo mejor para
nosotros! — dijo,
entendiendo que el
problema de la amiga tal
vez no fuera enfermedad
física.
La visita bajó la cabeza
y recomenzó a llorar,
reconociendo que no
tenía el hábito de orar,
y concluyó:
— ¡Siempre que pido
ayuda de Dios, nunca la
recibo!
— ¿Tú pides ayuda y no
la recibes? ¿Cómo es
eso, Meire?!... —indagó
la amiga, sorprendida.
— Siempre que voy a la
iglesia, pido al
sacerdote para rezar por
mí.
— Entendí. Entonces, tú
misma no oras. ¿No crees
que, si necesitas, eres
tú quien debe buscar esa
ayuda? Jesús dijo:
¡Buscad y hallaréis!
¿Pero si la gente no
busca, como quiere
recibir?
— Tú dices eso porque
con certeza nunca lo
necesitó. Pero creo que
ya tomé ocupé tu tiempo.
Enseguida, recordó:
— ¿Como va tu hija? ¡Es
una niña adorable!
Elza, viendo que algo
interesaba a la amiga,
la llevó para ver a
Júlia, que estaba
jugando en el cuarto, lo
que ella aceptó.
Llegando al cuarto donde
la pequeña estaba
jugando, la madre abrió
la puerta despacito y
ellas vieron a la niña
sentada en el suelo con
sus muñecas y animales
de peluche. En ese
instante, la pequeña
hablaba con sus juguetes
y decía:
— ¡Vosotros necesitáis
tener fe! ¡Zuzu está
enfermo, pero no quiere
tomar medicamentos! Voy
a hacer una oración y
aplicar pases en Zuzu.
Quedad quietecitos, que
voy a hablar con nuestro
amigo Jesús!
Y Júlia comenzó a hacer
una oración bien simple,
adecuada a su edad, pero
se notaba en ella que
realmente creía en lo
que estaba hablando:
— Jesús amigo, cura a
Zuzu que no está bien de
salud, ¿sí? Y que los
Amigos Espirituales
puedan aplicar un pase
en ella, para que ella
quede buena
inmediatamente.
Gracias. ¡Así sea!
El cuadro era de una
belleza tan tocante, que
emocionó a la madre y la
visita. Terminando la
oración, la niña oyó un
ruido y se volvió.
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Vio a la madre y
la amiga que,
paradas en la
puerta,
acompañaban la
escena, y
sonrió: |
— ¡Mamá! ¡Hola, Tía
Meire! ¡Que bueno que
estás aquí! Mamá, Zuzu
estaba griposa y con
fiebre. Yo hice una
oración y apliqué un
pase en ella. ¡Ahora
ella está buena de
nuevo!
Entonces Meire entendió.
Su problema era de fe,
que ella no poseía.
Abrazó a la niña, a la
que le gustaba mucho, y
pidió:
— Júlia, ¿tú podrías
aplicar un pase en mí?
— ¡Claro tía Meire!
Meire se sentó en la
alfombra, para quedar
más cerca de la niña e
inclinó la cabeza. La
madre aprovechó el
momento y elevó también
el pensamiento a lo
Alto, pidiendo las
bendiciones de Jesús
para su amiga Meire,
mientras la pequeña
Júlia oraba y, con sus
manitas sobre la cabeza
de ella, le aplicaba un
pase.
Al terminar, la pequeña
preguntó:
— ¿Tía Meire, mejoraste?
En aquel instante, Meire
notó que no sentía nada
más. ¡Estaba bien,
serena y curada de los
pensamientos que la
atormentaban antes!...
Abrazó a la pequeña con
mucho amor y lágrimas en
los ojos, y dijo con
firmeza:
— ¡Mi querida Júlia!
¡Estoy bien! ¡Mejor que
nunca! ¡Y debo eso a ti!
¡Gracias!
Pero Júlia, sonriendo,
respondió:
— No, tía Meire. ¡Quién
aplicó el pase en ti fue
una chica muy bonita que
se llama Renata!
En aquel momento,
sorprendida, Meire
preguntó cómo era la
chica. Y Júlia, mirando
para lo alto, describió
la chica:
— ¡Ella es delgada,
alta, de cabellos largos
y dijo que te conoce del
tiempo de la escuela!
Meire se puso a llorar y
a reír a la vez,
espantada y feliz:
— ¡Júlia! Esa chica y yo
fuimos amigas en la
escuela hace mucho
tiempo, pero ella ya
falleció. Gracias por
ayudarme de nuevo a
tener la fe que yo había
perdido.
— ¡Tener fe hace bien,
tía Meire!
La madre y Meire rieron,
sintiendo gracia, pero
creyendo que era cierto
lo que la niña dijo. Se
abrazaron y, felices,
pasaron el día juntas,
conversando y hablando
sobre la bendición que
representa la fe en
nuestra vida.
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
29/09/2014.)
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