La idea del Día
Internacional de la
Mujer (8 de marzo) fue
propuesta inicialmente
en la mitad del siglo
XIX, durante el proceso
de industrialización y
expansión económica que
llevó a las protestas
por las malas
condiciones de trabajo y
reducción de salarios.
Una de esas protestas
fue realizada el 8 de
marzo de 1857 en Nueva
York, por empleadas en
fábricas de vestuario e
industria textil,
encerradas en el
interior de una fábrica
por los patrones y por
la policía, que
encendieron fuego en el
edificio, cuando 130
trabajadoras murieron
carbonizadas.
Otras protestas
siguieron, como en 1908,
cuando en la ciudad de
Nueva York 15 mil
mujeres marcharon
exigiendo la reducción
de horario, mejores
salarios y derecho al
voto.
El 28 de febrero de
1909, en los Estados
Unidos de América,
después de una
declaración del Partido
Socialista de América,
se observó el primer Día
Internacional de la
Mujer.
En 1910 ocurrió en
Dinamarca la primera
conferencia
internacional sobre la
mujer, dirigida por la
Internacional
Socialista, cuando fue
decidido conmemorar el
día 8 de marzo como el
Día Internacional de la
Mujer.
Como surgió el Día
Internacional de la
Mujer
En Rusia, tras la
Revolución de Octubre,
la feminista bolchevique
Alexandra Kollontai
pidió a Lenin para hacer
el Día Internacional de
la Mujer fecha oficial,
en homenaje a la
“heroica mujer
trabajadora.” Pero el
festivo perdió su
vertiente política y se
transformó en una
ocasión en que los
hombres manifestaban su
simpatía por las mujeres
de sus vidas. El día
permanece como festivo
oficial en Rusia, en
Bielorrusia, en
Macedonia, Moldova y
Ucrania.
En Occidente, el Día
Internacional de la
Mujer fue conmemorado en
las décadas de 1910 y
1920. Las
conmemoraciones se
debilitaron, habiendo
sido revitalizadas por
el feminismo en la
década de 1960.
En 1975, fue creado lo
que sería el Año
Internacional de la
Mujer, pero por
intervención de la
Organización de las
Naciones Unidas, quedó
aún, pero de forma
definitiva, consagrado
el Día Internacional de
la Mujer.
El primero gran paso
para el reconocimiento
de la importancia de la
mujer fue dado por
Jesús. Muchas fueron las
mujeres que lo siguieron
y contribuyeron, al
lado de sus discípulos,
para el engrandecimiento
del Cristianismo.
A pesar del ejemplo dado
por Jesús, la mujer
continuó siendo
discriminada. Hubo un
tiempo en que hasta se
preguntaba: “¿Las
mujeres tienen alma?”,
que es, por señal, el
título de interesante
artículo publicado por
Kardec en la Revista
Espírita de enero de
1866.
En el, Kardec explica:
“Se puede considerarla
como emancipada
moralmente, si no lo es
legalmente. Es a este
último resultado que
ella llegará un día, por
la fuerza de las cosas.”
La emancipación de la
mujer es señal de
progreso
En el capítulo VI –
Igualdad de los derechos
del hombre y de la
mujer, del capítulo IX –
Ley de Igualdad, de
El Libro de los
Espíritus, los
Espíritus, en la
respuesta a la pregunta
822-a, dijeron:
“La ley humana, para ser
equitativa, debe
consagrar la igualdad de
los derechos del hombre
y de la mujer. Todo
privilegio a uno o a
otro concedido es
contrario a la justicia.
La emancipación de la
mujer acompaña el
progreso de la
civilización. Su
esclavitud marcha a la
par con la barbarie. Los
sexos, además de eso,
sólo existen en la
organización física. Ya
que los Espíritus pueden
encarnar en uno y otro,
bajo ese aspecto ninguna
diferencia hay entre
ellos. Deben, así pues,
gozar de los mismos
derechos.” (L.Y.,
822-A.)
En la respuesta a la
pregunta 817, los
Espíritus son taxativos:
Dios otorgó a ambos la
inteligencia para
conocer el bien y el
mal, y también la
facultad de progresar.
Destacamos tramos del
libro Código de Derecho
Natural Espírita (Mundo
Jurídico Editora), en el
cual su autor, José
Fleuri Queiroz, comenta
el capítulo Conjugación
Verbal del libro
Astronautas del Más Allá,
3ª Edición, Editora
Grupo Espírita Emmanuel,
Sâo Bernardo do Campo,
SP, 1973. El texto
comentado es de autoría
de Hermano Saulo,
pseudónimo usado por J.
Recula Pires.
El hombre levanta el
mundo; la mujer sustenta
el hogar
He ahí lo que José
Fleuri Queiroz escribió:
Según Antonieta Saldanha
(Espíritu), “El hombre
levanta el mundo/ la
mujer sostiene el
hogar”. En el campo de
los derechos, la mujer
puede desempeñar cargos
hasta hace poco
reservados a los
hombres, pero, en el
campo de las funciones,
cada cuál tiene su
posición biológica y
social bien definida e
irreversible. Un poeta
espiritual nos sopló la
siguiente trova que
parece esclarecer la
cuestión: “Hombre y
mujer – dos tiempos /
Del verbo amar sobre la
Tierra, / En que las
almas se conjugan, En
la vida que se abre.”
El feminismo exacerbado
es tan insensato cuánto
el machismo. Ambos
representan posiciones
extremas que revelan
incomprensión del
problema. El hombre que
esclaviza a la mujer se
disminuye a sí mismo, y
la mujer que pretende
sobreponerse al hombre
nada más hace que
envilecerse. Cuando la
mujer asume en la vida
social una función
masculina, su deber no
es competir con el
hombre, pero darle el
ejemplo de desempeño
equilibrado de esa
función en que el
hombre, por su machismo
ridículo, en general se
desmanda. Las manos de
la mujer, como acentúa
Julinda Alvim, en su
trova, deben sembrar
notas de amor en la
función en que el hombre
sólo ha asestado
martillazos.
El hombre es el cerebro;
la mujer, el corazón
Exaltando las funciones
redentoras del alma
femenina, Victor Hugo
hizo comparaciones
significativas entre el
hombre y la mujer: “El
hombre es la más elevada
de las criaturas; la
mujer, el más sublime de
los ideales. Dios hizo
para el hombre un trono;
para la mujer, un altar.
El trono exalta; el
altar santifica. El
hombre es el cerebro; la
mujer, el corazón. El
cerebro produce la luz;
el corazón el amor. La
luz fecunda; el corazón
resucita. El hombre es
un genio; la mujer, un
ángel. El genio es
inmensurable; el ángel
es indefinible. La
aspiración del hombre es
la suprema gloria; la
aspiración de la mujer,
la virtud extrema. La
gloria trae grandeza; la
virtud trae divinidad.
El hombre tiene
supremacía; la mujer, la
preferencia. La
supremacía representa la
fuerza; la preferencia,
el derecho. El hombre es
fuerte por la razón; la
mujer es invencible por
la lágrima. La razón
convence, la lágrima
conmueve. El hombre es
capaz de todos los
heroísmos; la mujer, de
todos los martirios. El
hombre es el código; la
mujer, el evangelio. El
código corrige; el
evangelio perfecciona.
El hombre es un templo;
la mujer, un sagrario.
Ante el templo, nosotros
nos descubrimos; ante el
sagrario, nos
arrodillamos. El hombre
piensa; la mujer sueña.
Pensar es tener cerebro;
soñar es tener en la
frente una aureola. El
hombre es un águila que
vuela; la mujer, un
ruiseñor que canta.
Volar es dominar los
espacios; cantar es
conquistar el alma. El
hombre tiene un farol:
la conciencia. La mujer
tiene una estrella: la
esperanza. El farol guía
y la esperanza salva.
Finalmente, el hombre
está colocado donde
termina la Tierra. La
mujer, donde comienza el
Cielo.”
Está más que probado que
el lugar de mujer no es
solamente en la cocina,
o cuidando de los hijos.
El lugar de mujer es en
todo lugar. En los más
diversos sectores, ella
ha ocupado su espacio,
con garra y
determinación.
En la Doctrina Espírita,
la mujer ocupa los
mismos espacios que los
hombres, con la misma
cualificación, y
desarrolla un trabajo de
gran amplitud, en la
ejemplificación y
divulgación de las
enseñanzas de Jesús.
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