Carlinhos era muy pobre
y se habituó desde
pronto a ayudar en el
sustento de la
casa.
Un bondadoso señor,
dueño de un taller
mecánico, permitía que
él allí permaneciera
como aprendiz, haciendo
pequeñas tareas como
limpiar piezas, barrer
el suelo, llevar recados
y a veces, hasta hacer
cobros.
La madre, pobre
lavandera, se esforzaba
para suplir las
necesidades de la
familia, constituida por
Carlinhos, de ocho años,
y dos hermanos más
pequeños, mientras el
padre, siempre
desempleado, vivía por
los bares.
Cierto día, Carlinhos
volvió muy cansado para
casa, tras un día
exhaustivo, y encontró
al padre, borracho,
peleando con su madre
porque la cena no estaba
lista.
La buena señora,
pacientemente, explicaba
al marido que había
lavado ropas el día
entero y que había
llegado del trabajo
hacía poco tiempo,
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pero que iría a
ver qué comer. |
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La Navidad se aproximaba
y la ciudad se
encontraba en clima de
fiesta. Las tiendas
llenas de juguetes,
árboles adornados y las
calles iluminadas,
mientras músicas
navideñas recordaban a
las personas que la
Navidad estaba llegando.
Al entrar en casa y
percibir el ambiente
cargado, la madre
llorando en una esquina
y los niños asustados,
Carlinhos sintió una
gran tristeza.
Fue para el cuarto, sin
conseguir detener las
lágrimas.
Al ver al hijo llegar a
aquella hora, todo sucio
de grasa, cansado de
tanto trabajar, el padre
tuvo un momento de
lucidez. Sintió
vergüenza de sí mismo y
fue detrás de Carlinhos.
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En la puerta del cuarto
paró. El chico estaba
arrodillado al lado de
la cama orando. No
deseando interrumpir, el
padre se quedó a oír lo
que el hijo decía.
— Jesús querido. Se
aproxima la Navidad y
veo a todas las personas
felices, pero yo me
siento muy infeliz
porque me gustaría dar
alguna cosa para los
niños y no tengo dinero.
Mamá trabaja mucho y yo
también, sin embargo no
conseguimos ganar lo
suficiente para los
gastos. Mi padre se
enfada y pelea con
nosotros. Ayúdanos Jesús
para que podamos tener
una Navidad mejor y dar
al papá lo que él
necesita.
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Lleno de vergüenza, el
jefe de la casa se
apartó, emocionado.
No dijo nada a nadie. Al
día siguiente, Antonio
se levantó bien pronto y
salió, para sorpresa de
todos que acostumbraban
a verlo durmiendo hasta
tarde.
Estaba serio y no gritó
con los familiares.
Aquel día él no volvió
borracho para casa y en
los otros días tampoco.
En la víspera de la
Navidad llegó bien
tarde. Cansados de
esperarlo, los
familiares se fueron a
dormir, seguros de que
volvería borracho para
casa.
¡Al día siguiente, oh,
sorpresa!... Al
despertar los niños
vieron en la sala, un
pequeño árbol de Navidad
y, bajo el, diversos
paquetes.
Gritaron de alegría,
despertando toda la
familia y abriendo los
regalos. Con espanto,
Carlinhos y su madre no
sabían como explicar
aquel milagro.
Antonio, que observaba
un poco alejado la
reacción de los niños,
miró con cariño a todos
y se dirigió al hijo más
mayor:
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— ¡Carlinhos! Gracias a
ti, mi hijo, hoy soy un
hombre diferente.
Perdóname por haber sido
un mal padre y un peso
para vosotros.
Tengo una buena
noticia para
todos. No estoy
bebiendo más y
hasta conseguí
un empleo. Tus
oraciones fueron
atendidas, mi
hijo. |
Y, después de esas
palabras, abrió los
brazos satisfecho y
lleno de dignidad,
exclamando:
— ¡Feliz Navidad para
todos!
Sonrientes y sin poder
creer en tamaña
felicidad, la mujer y
los hijos se anidaron en
los brazos de aquel
hombre que había
recuperado su verdadera
posición dentro de
aquella casa, mientras
Carlinhos suspiraba
feliz, diciendo:
— ¡Ahora, al final,
somos realmente uma
família! ¡Gracias a
Jesús!
TIA CÉLIA
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