Rodrigo, en sus seis
años de edad, creía que
ya era muy entendido y,
por más que la madre
buscara orientarlo sobre
la necesidad de crear
hábitos buenos y
saludables, él siempre
reaccionaba en contra.
¡Hábitos de higiene y
limpieza entonces, ni se
quiebra!
— ¡Rodrigo, ve a
cepillar los dientes!
— ¿Por qué? ¡No me gusta
cepillarme los dientes!
— Porque existen
bichitos que se
alimentan de los restos
de comida que quedan en
nuestra boca y que
estropean los dientes.
— ¡Tontería! ¡Nunca los
vi!
— Ellos son muy pequeños
y la gente no los ve,
pero ellos existen.
El niño concordaba, pero
continuaba actuando del
mismo modo que antes.
Quiere decir, no
cepillar los dientes, a
menos que la madre
estuviera cerca. Y así
él actuaba con muchas
otras cosas. No le
gustaba tomar baño, de
arreglar el cuarto, de
poner en orden sus
juguetes, de tirar las
cosas en la basura.
La madre, al verlo un
día a tirar un papel en
la calle, ordenó:
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— Rodrigo, coge el papel
que tú tiraste en el
suelo, mi hijo. El lugar
de basura es en la
basura. |
— ¡Ahora, mamá, yo no
necesito hacer eso! Hay
barrenderos que pasan
barriendo la basura de
las calzadas.
— Mi hijo, cada uno
tiene la responsabilidad
de hacer su parte,
contribuyendo para la
limpieza del cuarto, de
la casa, de la calle, de
la escuela, de todos los
ambientes en que vivimos
— la madre dijo, llena
de paciencia.
— ¿Por qué?
— Porque todos necesitan
colaborar para que
nuestro planeta sea un
lugar mejor para vivir,
un lugar limpio y
saludable. Así, debemos
ayudar a la Naturaleza,
no contaminando nuestros
ambientes, ni el aire
que respiramos, ni las
fuentes, ni los ríos, ni
los bosques, nada.
¿Entendiste?
— Entendí, mamá.
Por coincidencia, en la
escuela, algunos días
después, la profesora
habló sobre la
importancia de hacer el
reciclaje de la basura,
para el
reaprovechamiento de
gran parte de los
materiales que son
tirados fuera, y ella
explicó:
— Todos nosotros usamos
muchas cosas y generamos
una cantidad enorme de
basura. En medio de esa
basura, gran parte puede
ser reciclado, quiere
decir, reaprovechado por
las fábricas y
utilizados de nuevo.
Sólo el material
orgánico, como restos de
comida, debe ser tirado
a la basura. Los demás,
como vidrio, papel,
plástico y metal, son
reaprovechados.
¿Entendisteis?
Sí, ellos habían
entendido. Rodrigo en
aquel momento se acordó
de la conversación que
tuvo con la madre, y
quedó pensativo.
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¡Sin embargo, cambiar
era tan difícil!...
Rodrigo no conseguía
actuar diferente,
modificando su
comportamiento. Cuando
lo percibía, había
actuado errado, tirando
papel en la calle,
ensuciando su cuarto,
tirando trozos de
sandwich en el patio de
la escuela.
Cierto día, el tiempo
estaba cerrado y las
nubes pesadas indicaban
que inmediatamente iría
a llover. Cuando la
madre fue a buscarlo a
la escuela con un
paraguas, ya estaba
lloviznando.
— Vamos rápido, mi hijo,
para no mojarnos.
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Y no dio otra. Dos
manzanas después, ellos
tuvieron que parar bajo
un toldo para protegerse
de la fuerte lluvia que
caía. Rodrigo, todo
mojado, temblaba de
frío. Cuando la lluvia
paró, ellos salieron
rápido para llegar
inmediatamente a casa,
pues amenazaba nuevo
aguacero.
Al llegar cerca de casa,
percibieron que estaba
todo inundado, la calle
parecía una laguna.
— ¿Qué ocurrió, mamá? —
preguntó el niño,
sorprendido.
— Con certeza, mi hijo,
el desagüe debe estar
lleno de basura y el
agua de la lluvia no
consigue filtrarse.
— ¿Y si continuase
lloviendo, el agua puede
llegar hasta nuestra
casa? — preguntó el
chico, abriendo mucho
los ojos, espantado.
— A buen seguro. Por eso
no se debe tirar basura
en la calle.
Rodrigo, muy preocupado,
se sintió culpable,
pensaba: “¿Será que es a
causa de la basura que
yo tiré en la calle?...
¿Y
si nuestra casa está
también llena de agua?”
Y ya imaginaba ver
cuartos, muebles, sus
ropas, juguetes y
libros, todo mojado.
Ellos dieron la vuelta,
girando por la otra
calzada, y pudieron, con
dificultad, llegar hasta
la casa, en la otra
manzana. Todo estaba
seco; el agua no había
llegado hasta allí.
¡Uf! ¡Gracias a Dios! —
pensó el chico,
aliviado.
El padre, que había
llegado antes y estaba
viendo televisión,
mostró:
— Mirad las imágenes de
nuestra ciudad. ¡
Barrios enteros están
inundados!
Rodrigo vio a personas
andando en medio del
agua, casas sumergidas
en el agua y mucha
basura flotando en las
calles. El reportero
decía, alertando a la
población:
— ¡Ved! Cuánto perjuicio
sólo porque las personas
tienen el hábito de
tirar basura en las
calles. Muchos perdieron
todo lo que tenían.
¡Bastaría que se tuviera
un poco más de cuidado,
y nada de eso estaría
ocurriendo hoje!
Avergonzado, Rodrigo
decidió cambiar de
actitud. De aquel día en
adelante, él se volvió
un defensor del medio
ambiente.
Las personas encontraban
gracioso verlo ir de
casa en casa en su
barrio, hablando sobre
la importancia de la
limpieza y la necesidad
del reciclaje de la
basura, para que el
planeta pudiera ser un
mundo mejor para vivir,
en que todos cuidaran de
la preservación de la
Naturaleza.
TIA CÉLIA
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