El mal que nos
hace mal
Leemos en el
cap. 10 d’ El
Evangelio según
el Espiritismo,
de Allan Kardec:
“La muerte, como
sabemos, no nos
libra de
nuestros
enemigos; los
Espíritus
vengativos
persiguen,
muchas veces,
con su odio, en
el más allá de
la tumba,
aquellos contra
los cuales
guardan rencor;
donde ocurre la
falsedad del
proverbio que
dice: ‘Muerto el
animal, muerto
el veneno’,
cuando aplicado
al hombre. El
Espíritu malo
espera que el
otro, a quien él
quiere mal, esté
preso a su
cuerpo y, así,
menos libre,
para más
fácilmente
atormentarlo,
herir en sus
intereses, o en
sus más caras
afecciones. En
ese hecho reside
la causa de la
mayoría de los
casos de
obsesión, sobre
todo de los que
presentan cierta
gravedad, tales
como los de
subyugación y
posesión. El
obsesionado y el
poseso son,
pues, casi
siempre víctimas
de una venganza,
cuyo motivo se
encuentra en
existencia
anterior, y a la
cual aquél que
la sufre dio
lugar por su
proceder.”
(El Evangelio
según el
Espiritismo,
cap. X, ítem
6.)
Analicemos el
siguiente
ejemplo.
Una persona vive
a andar a
vueltas con un
enemigo cruel
que está a
perjudicarle de
todas las
maneras. La
persona entonces
decide matarlo.
Al final – ella
ciertamente
pensará –
“Muerto el
animal, muerto
el veneno”.
Ocurre que, no
existiendo
muerte sino para
el cuerpo
físico, el
Espíritu de
aquél que fue
muerto, así que
sea posible,
volverá a su
propósito,
porque tal es su
índole. Y la
persona que
determinó su
muerte pasará a
sufrir ahora las
dañosas
consecuencias de
una venganza
pertinaz, cuyo
tratamiento será
muy difícil,
como ya fue
enseñado en esta
revista en
innúmeras
oportunidades.
Ampliemos el
ejemplo.
Digamos que un
pueblo, o parte
de él, sufre las
maldades de un
grupo extremista
peligroso, como
está ocurriendo
en Irak, en
Siria y en
Nigeria. Los
partidarios del
grupo extremista
secuestran hasta
niños. Saquean,
incendian, matan
sin piedad. El
pueblo entonces
busca la ayuda
de otros pueblos
y, después de
luchas y
batallas
crueles,
consiguen
diezmar aquel
grupo o parte de
él.
Ocurre que la
muerte no
existe, a no ser
para el cuerpo
físico, y
entonces aquel
grupo, de nuevo
reunido en la
esfera
espiritual y
sediento de
venganza, vuelve
a atormentar,
perjudicar,
obsesionar
comunidades
enteras, que
existen
registros en la
Biblia y en
diversos
periódicos. Y
con eso la
maldad en
aquella región
parece no tener
fin, porque
existen factores
que la alimentan
de manera
continua.
Los registros
comprueban lo
que decimos.
En la edición de
agosto de 1864
de la Revue
Spirite,
Kardec notició
el retorno de
los fenómenos de
Morzine, que
habían sido
objeto de las
ediciones de la
Revue en los
meses de
diciembre de
1862, enero,
febrero, marzo y
mayo de 1863.
Según la
noticia, la
epidemia
demoníaca –
denominación
usada por los
periódicos de la
época –, que
tuviera comienzo
en 1857,
volviera con
bastante
intensidad.
Morzine es el
nombre de un
pueblo francés,
situado en la
Alta Saboya, a 8
leguas de
Thonon, junto a
los Alpes
suizos. Su
población, de
cerca de 2.500
personas, además
de la aldea
principal,
comprendía
varias otras
extendidas por
la región.
Según San Luis,
guía espiritual
de la Sociedad
Espírita de
París, los
posesos de
Morzine estaban
realmente bajo
la influencia de
Espíritus
atraídos para
aquella región
por causas que
un día serán
conocidas. “Si
todos los
hombres fuesen
buenos – dice
San Luis – los
Espíritus malos
de ellos se
apartarían
porque no
podrían
inducirlos al
mal. La
presencia de los
hombres de bien
los hace huir;
la de los
hombres viciosos
los atrae, al
tiempo que se da
el contrario con
los Espíritus
buenos.”
(Revue
Spirite de 1863,
p. 140.)
Comentando el
asunto, Kardec
dice que,
realmente, todo
indicaba que
aquellos
fenómenos eran
el resultado de
una obsesión
colectiva, como
se produjo al
tiempo de Jesús.
Cada pueblo
provee al mundo
invisible
ambiente
Espíritus
similares que,
del espacio,
reaccionan sobre
las personas de
las cuales, por
fuerza de su
inferioridad,
conservaron los
hábitos, las
inclinaciones y
los prejuicios.
Los pueblos
bárbaros
estarían, así,
cercados por una
masa de
Espíritus
igualmente
bárbaros, hasta
que el progreso
los tenga
llevado a
encarnarse en un
medio más
adelantado.
(Revue
Spirite de 1865,
pp. 54 y 55.)
No adelanta, por
lo tanto, como
se hace
comúnmente en
nuestro planeta,
combatir la
violencia y la
maldad tan
solamente con
acciones del
mismo tipo. Es
necesario ir a
las causas que
la generan,
porque el uso de
la fuerza y de
la violencia no
llevará nuestro
mundo a la
condición
descrita por
Jesús al
reportarse al
final del “mundo
viejo”, cuando
entonces, según
él, el Evangelio
del reino sería
enseñado en
todos los
lugares.
Existe un
principio muy
conocido de los
espíritas y
repetido con
frecuencia por
estudiosos
conocidos, como
el estimado
orador Divaldo
Franco: “El mal
que nos hace mal
no es el mal que
nos hacen, pero
el mal que
hacemos”.
En otras
palabras: que
seamos nosotros
los agredidos,
jamás los
agresores.
Como la vida no
se encierra en
la tumba,
aquellos que
matan, que
agreden, que
causan
infelicidad
tendrán cuentas
a prestar y en
esa hora
ciertamente se
acordarán de
otra enseñanza
dada por Jesús
al apóstol
Pedro: “Envaina
tu espada;
porque todos los
que lanzan mano
de la espada,
por la espada
morirán.”
(Mateos,
26:52.)
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