Quien siembra
vientos,
¿qué
recoge?
No es solamente
la inflación que
perjudica con
mayor intensidad
las personas de
clase baja o que
obtienen sueldos
irrisorios. Como
no disponen de
ninguna reserva
y, muchas veces,
ni cuentas
bancarias
poseen, la
subida de los
precios corroe
de manera
sistemática sus
parcos
rendimientos,
hecho que se da
igualmente con
todas las
personas, aunque
las de mayor
poder
adquisitivo
consigan maneras
de protegerse y
sientan menos lo
que significa la
alta de los
alimentos, de la
medicina, de la
cuenta de agua,
de la energía,
de la gasolina y
de los
combustibles en
general.
¿De la gasolina
y de los
combustibles?
Sí. ¿Por qué no?
Las personas de
clase baja no
poseen coche.
Ellas utilizan,
como sabemos, el
transporte
público, pero la
tarifa cobrada
por las empresas
de transporte es
igualmente
aumentada
delante del
aumento de los
costos, entre
los cuales el
peso de los
combustibles es
preponderante.
No es, sin
embargo, de
inflación que
queremos hablar,
pero sí de otro
hecho que, tal
cual ella,
perjudica con
mayor intensidad
las personas a
quien nos
referimos.
Ese hecho,
presente en
todos los
rincones de este
país, se llama
corrupción.
Cuando los
recursos de un
Ayuntamiento o
de un órgano
público
cualquiera son
desviados, los
mayores
perjudicados son
exactamente las
personas de
pertenecen a la
clase baja.
Imaginemos que
determinada obra
fuese costar 400
mil reales y,
por causa de
personas sin
escrúpulos, ella
se queda en 900
mil reales.
Eso significa
que habrá menos
500 mil reales
que podrían ser
aplicados en la
educación, en la
salud o en el
saneamiento
básico.
La persona o las
personas que se
benefician con
esos recursos
estarán
perjudicando
exactamente
aquellos que
dependen de la
escuela pública
y del sistema
único de salud.
La mala calidad
de la merienda
escolar, la
falta de
material
didáctico, la
insuficiencia de
médicos y la
inexistencia de
medicinas en los
puestos de
salud, he aquí
algunas de las
consecuencias de
esa mancilla que
insiste en
infiltrarse en
todos los
niveles del
gobierno, no
librando ni
mismo empresas
cuyo control
accionario
pertenece al
poder público.
El ejemplo que
mencionamos es
algo modesto
delante de los
millones y tal
vez billones que
está siendo
robados hace
algún tiempo,
perjudicando de
manera más
intensa –
repetimos una
vez más –
exactamente la
población que no
tiene
condiciones de
matricular el
hijo en la
escuela
particular o
mantener un
seguro de
enfermedad
cualquiera.
¿Por qué
individuos que
ya reciben altos
sueldos o tienen
una vida
económica
envidiable
embisten sobre
los cofres
públicos?
La respuesta es
dada por una
palabra
sencilla:
codicia,
sinónimo de
ambición, que la
Iglesia
relacionó entre
los que ella
llama de “los
siete pecados
capitales”.
El individuo
viene a este
mundo para
realizar una
programación
específica, cuya
meta es el
mejoramiento
espiritual de él
y de la
comunidad donde
vive, pero se
olvida de eso y
todo hace para
tener, juntar,
acumular bienes.
Como vivimos en
un país cuya
población, en su
gran mayoría, se
dice cristiana,
no creemos
inadecuado
acordar aquí una
frase dicha por
Jesús que se
aplica,
perfectamente a
todo aquél que,
para ganar el
mundo, no se
importa con los
medios que
utiliza:”…que
aprovecharía al
hombre ganar
todo el mundo y
perder su alma?”
(Marcos, 8:36).
Un día esas
personas
regresarán al
lugar de donde
vinieron – la
patria
espiritual - y,
evidentemente,
tendrán de
enfrentar las
consecuencias de
sus excesos y de
todo sufrimiento
que generaron,
como Jesús
igualmente
acordó al decir
estas palabras:
“Y los hijos
del reino serán
lanzados en las
tinieblas
exteriores; allí
habrá llanto y
crujir de
dientes” (Mateos,
8:12).
“Quien siembra
vientos, ¿qué
recoge?
El pueblo sabe
muy bien cuál es
la respuesta.
Nos parece, sin
embargo, que los
corruptos la
ignoran.
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