Los últimos
acontecimientos
envolviendo actos de
terrorismo en Francia,
cuna del pensamiento
iluminado y de los
derechos del hombre y
del ciudadano, nos
disponen a pensar, una
vez más, en torno al
tema de la paz.
La paz es cosa seria,
necesaria al proceso de
civilización y que
demanda flexibilidad
entre la diversidad de
creencias, actitudes,
etnias, culturas para
que, en régimen de
convivencia pacífica, la
diferencia no sea objeto
de exclusión o
motivación insensata
para la violencia.
Pero, en el Occidente,
somos herederos de un
proceso de civilización
cuyo paradigma dominante
se traduce, por
increíble que parezca,
por un deseo de negación
de la diferencia,
dominación y exclusión
del desigual. Ese
paradigma fundamentó lo
imaginario de los
colonizadores por todo
el mundo y de la
explotación de las
gentes supuestamente no
civilizadas, según la
criba euro céntrica del
pasado.
Un mundo que fomenta el
egoísmo
Muchos pueblos viven,
hace siglos, marginados
política, cultural y
económicamente,
experimentando, así, la
amargura de una
inferioridad inventada e
impuesta, con sus
efectos colaterales
dañinos que se extienden
en la estela del tiempo,
alimentando la amargura,
revuelta y el deseo de
aniquilación del opresor
en varias generaciones.
Nada no obstante la
opresión no justifique
cualquier forma de
violencia, ella explica
parte de la causalidad
de esa sombría
manifestación humana que
aún permanece en varios
contextos. Pero es bueno
que se diga que ella es
un tema complejo, siendo
merecedora de abordajes
y acciones referenciadas
en un mirar
transdisciplinario y
profundamente compasivo.
Parafraseando Ubiratan
D’Ambrósio [2],
educador e investigador
brasileño que tuvo deseo
de el problema del
paradigma dominante,
podemos decir que las
tres grandes
inclinaciones de este
modelo fueron: la
lectura de las
diferencias humanas
comprendidas como
estadios diversos de
evolución, fundamentando
una visión jerárquica
entre personas y saber;
la precariedad material,
o hasta simplicidad,
como resultado de la
pereza de algunos
pueblos y una visión
preconceptuada de la
espiritualidad ajena
como falta de
racionalidad científica
y, por último, la
concepción de que la
preservación de
patrimonio natural y
cultural de los pueblos
originarios se
consistiría en obstáculo
al progreso y a la
civilización.
En el campo de los
valores ese paradigma
fomenta la arrogancia
(del tener y del saber),
la envidia (pautada en
el espíritu competitivo
y en una ignorancia
total de la realidad
interdependiente de la
vida) y la prepotencia
(traducida en los
procesos históricos de
dominación, genocidio,
epistémico y
explotación). En buen
vocabulario espiritista,
estamos delante de una
visión de mundo que se
nutre y fomenta el
egoísmo.
Egoísmo: la llaga más
difícil de extirpar
El maestro Allan Kardec,
al reflexionar sobre las
relaciones entre
educación y egoísmo,
obstáculo a nuestro
tránsito espiritual para
más elevadas condiciones
en la escala espírita,
nos dice:
lllEnes
tiene laue
naturaleza, y nos
admiramos de las
adicciones de la
sociedad, cuando los
niños las sorben con la
leche”.
De la cita del maestro
es fácil deducir que los
procesos educativos a
que somos sometidos, en
las circunstancias
espirituales necesarias
a la superación de
nosotros mismos,
recibimos, no es raro,
la excitación de las
pasiones inferiores e
impulsos negativos que
refuerzan el egoísmo
como directriz
comportamental,
lastimosamente. De
hecho, muchas posturas
familiares erróneas,
identificadas por Allan
Kardec en el siglo XIX,
aún están presentes hoy
y sirven de refuerzo
para la identificación
negativa para con
conductas que van del
egoísmo infantil hasta
los crímenes de
lesa-humanidad.
En una sociedad
orientada por un
horizonte materialista,
en que el tener es más
importante que el ser,
cuyos valores auto
afirmativos en vigor son
diseminados en las
instituciones, las más
variadas (hasta las que
se destacan como de
“educación”), puede
parecer ridículo
proponer un mirada sobre
la vida que abarque
valores como cultura de
paz, altruismo o
alteridad.
Fundamentalismo y
xenofobia
La palabra de orden aún
es la de la competición
por cosas que la no
permanencia de la vida
corporal revela como
quiméricas y, vale
recordar, que el ser
humano se sitúa de forma
belicosa en la defensa
de sus ilusiones.
Fritjof Capra, físico
teórico y activista del
paradigma sistémico,
postuló oportunamente:
“El cambio de paradigmas
requiere una expansión
no sólo de nuestras
percepciones y maneras
de pensar, sino también
de nuestros valores”.
[4]
Pienso, a mi vez, que
sólo la educación
integral del ser, con
base en nuevos
horizontes
epistemológicos y en una
ética de la diversidad,
puede hacer una
revolución paradigmática
en que la cultura de paz
– quiere decir, de la no
violencia activa, de la
no cooperación con
cualquier forma de
opresión, violencia o
discriminación de otro
ser – sea un fuerte
valor orientador.
¿Quién si sabe el saber
de la reencarnación,
comprendido en bases
científicas y en el
problema filosófico
necesario, no podría
traer como consecuencia
una espiritualidad de
base plural, laica,
desapegada de dogmas,
sin proyecto de
hegemonía ideológica,
libre de la
intolerancia, de la
negación de la razón
como un valor pertinente
para la constitución de
una relación saludable
con lo sagrado, tanto en
cuanto, con el otro,
aquel que es diferente
de nosotros?
El ataque a Charlie
Hebdo, en París, revela
dos facetas terribles
del egoísmo elevado al
grado superlativo que
aún es vigente en el
alma humana: el
fundamentalismo – si de
hecho el acto de
fundamentarse en una
venganza por Mahoma
contra el equipo del
periódico – y la
xenofobia, en boga en
Europa a partir de
movimientos de
ultraderecha que se
posicionan, en la esfera
pública, con campañas
contra la expansión del
Islam y la integración
de los mulsumanes en la
comunidad europea.
Importancia de la
solidaridad y de la
educación
La xenofobia es un
fundamentalismo étnico y
nacionalista que se
expresa en una aversión
a personas extranjeras o
cualquier manifestación
cultural que de ellas
derive, común en Europa
con dificultades de
asimilar la diferencia y
luchar con las
exigencias que ella
presenta en la agenda
política y social.
En cuanto al
fundamentalismo
religioso, yo lo
considero una expresión
falsa de trascendencia
de individuos cuya fe se
hace cerrada al diálogo
con otras lógicas de
razonamiento en relación
con lo sagrado. El
fundamentalista cierra
el corazón al diálogo
posible con hermanos
insertados en otras
creencias, que adhieren
las diferentes formas de
espiritualidad.
Estos días de
intolerancia, odio y
xenofobia, seamos de la
paz moviéndonos a
servicio de esta como un
valor fundamental en
nuestras existencias.
Busquemos extender
nuestros horizontes
intelectuales a otras
epistemologías, modos de
pensar, vivir y producir
la vida, tanto como, a
la diversidad religiosa
y étnica.
Somos seres de
trascendencia, de
superación de los
interdichos de la
materia y de las
barreras culturales
para, a través de la
pluralidad de las
existencias, prosigamos
prudentes en nuestra
jornada rumbo a nuevos
niveles de la evolución,
en la medida en que la
inteligencia se apropia
de las Divinas Leyes y
perfeccionamos nuestra
vida moral en el sentido
del amor.
Abrazados en la causa de
la paz, hagamos de ella
una pauta pertinente en
los procesos educativos
en que actuamos.
Asumamos posturas menos
belicosas en lo
cotidiano, ejercitemos
nuestra vocación a la
comunicación compasiva,
al encuentro de empatía
con el otro, haciendo
justicia a los valores
espirituales que decimos
abrazar.
Eduquemos a nuestros
hijos en una ética de la
diversidad, donde la
apertura al otro, al
diferente, sea una
presencia en el campo de
la solidaridad y de la
auto-educación.
Ejemplo: herramienta
pedagógica
En el caso de ser
adeptos de la Filosofía
Espírita, nos esforcemos
por educar a nuestros
hijos con base en lo que
ella tiene de mejor, sin
cerrarnos a otras
contribuciones, que
sería una disparatada
versión de
fundamentalismo
enraizado en la
ignorancia.
Entre los valores
humanos manifiestos en
el Espiritismo está la
tríada que se configura
en la caridad, según el
registro de Allan
Kardec: benevolencia,
perdón e indulgencia
[5].
Observemos que el
fundador de la Ciencia
Espírita interroga a los
Espíritus acerca del
sentido de la palabra
caridad en lo que atañe
a la comprensión de
Jesús, o sea, en
conformidad con sus
luminosas enseñanzas.
Esos tres valores aún
son blanco de comentario
de Kardec en el texto en
cuestión, recordando que
“El amor y la caridad
son el complemento de la
ley de justicia, pues
amar al prójimo es
hacerle todo el bien que
nos sea posible y que
hubiéramos deseado nos
fuera hecho. Tal es el
sentido de estas
palabras de Jesús: Amaos
unos a los otros como
hermanos”.
Para que nuestros hijos
manifiesten al mundo una
cultura de paz cimentada
en la disposición para
el diálogo, en la
comprensión de las
diferencias, en el saber
aprender con otras
perspectivas, inspirada
en la humildad
epistémica tan necesaria
a la complejidad de los
tiempos vividos, es
necesario que seamos,
nosotros en otros,
también atentos a
aquella tríada, a fin de
que nos hagamos
pacificadores en nuestro
trato con ellos y en las
luchas que nos cercan.
No olvidemos, el ejemplo
es excelente herramienta
pedagógica.
¡Paz y bien!
[1]
Instrucciones de los
Espíritus sobre la
regeneración de la
humanidad.
In: Revista Espírita,
Octubre de 1886.
Vinícius Lousada es
educador, investigador y
editor del blog
www.saberesdoespirito.blogspot.com,
residente en Bento
Gonçalves-RS.
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