Cierta familia era
estimada por la
gentileza, cariño y
atención que tenía por
todas las personas de la
vecindad. El único
problema era Henrique,
de ocho años, hijo que
tenía un temperamento
horrible.
¡Era el terror de la
vecindad!
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Por cualquier cosa él
creaba una confusión.
Jugar con el balón en la
calle con los vecinos
era un problema. ¡Si
él no ganaba el juego,
quedaba furioso!
Los amigos
inmediatamente
percibían: Henrique
quedaba rojo, después la
rabia explotaba en
gritos y puntapiés para
todos lados. El balón,
él lo tiraba con fuerza
para lejos y los otros,
con la boca abierta,
sólo podían mirar para
ver donde ella iba a
caer.
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O entonces, si tenía
rabia de alguien, él
salía distribuyendo
bofetones,
puntapiés y
chutes para
todos lados, sin
querer saber
quién era
alcanzado. |
Así, nadie más quería
jugar con él, que
protestaba a la madre de
su falta de amigos. La
madre, llena de
paciencia, decía:
— ¡Hijo, busca controlar
tu genio, que es pésimo!
¡Es sólo estar enfadado
y tú sales golpeando a
todo el mundo!...
Henrique, con la cabeza
baja, triste, explicaba:
— ¡Es que no consigo
controlarme! ¡Cuando
estoy enfadado, no veo
nada a mi frente! ¡Quedo
ciego y no sé lo que
estoy haciendo!
¡Ayúdame, mamá! Estoy
triste, pues no tengo
más amigos...
Con mucho cariño, la
madre explicó:
— ¡Mi hijo, tú necesitas
aprender a controlarte!
Nosotros tenemos dos
lados: la naturaleza
animal y la naturaleza
hominal o humana.
— ¿Qué significa eso,
mamá? — quiso saber el
niño, con los ojos muy
abiertos.
— Significa que ya
pertenecemos a la fase
animal, en el comienzo
de la vida en el
planeta, cuando teníamos
que defendernos de los
animales salvajes y de
los seres humanos para
conseguir alimento,
proteger la familia, la
vivienda y la vida.
— ¡Vaya! ¡Debería ser
muy difícil!
— Con certeza era
difícil, pues el tamaño
y la fuerza es lo que
dominaban.
— ¿Madre, y la
naturaleza hominal
cuándo surgió? —
preguntó Henrique,
interesado.
— Después de millones de
años, como resultado de
nuestros cambios
íntimos, caminamos para
el reino hominal o
humano. Así, nos fuimos
perfeccionando, dejando
la agresividad y
haciéndonos más amorosos
y fraternos con nuestros
hermanos.
— ¡Ah!... Entonces
mejoramos...
— Sí, hasta ser lo que
somos hoy: personas más
amigas unas de las
otras, más fraternas,
amorosas, que ejercitan
la paciencia, la
tolerancia y que saben
perdonar, cuando son
ofendidas por alguien, o
cuando son magulladas y
heridas. ¿Entendiste?
— Más o menos, mamá. Así
como... ¿Algo que no
sale de la manera que
nos gustaría cuando
estamos jugando al
fútbol y perdemos el
juego?
— Eso mismo, Henrique.
— ¡Ah! ¿Entonces tenemos
que aceptar y no salir
peleando con el equipo
adversario?
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— ¡Exactamente, mi hijo!
¡Porque siempre habrá
los que ganan y los que
pierden! ¡Es ley de la
vida! Un día tú pierdes
y en el otro tú ganas.
¿No es así que funciona? |
— ¡Es! — él respondió,
balanceando la cabeza.
— Entonces, no podemos
ganar siempre. Va a
depender de nuestra
manera de jugar. ¡Si no
ganamos, tenemos que
entender que el otro
equipo jugó mejor, y
respetar!
El chico bajó la cabeza,
sin conformarse:
— ¡Pero yo no sé perder,
mamá!... Y ahí la sangre
sube y comienzo a
pelear, distribuyendo
puñetazos y puntapiés —
dijo Henrique, molesto.
— ¡Tú necesitas aprender
que cada día es una
experiencia nueva y
maravillosa! ¿Ya
pensaste si los
ganadores fueran siempre
los mismos, y tú fueras
del otro equipo?
— ¡Uf! ¡En ese caso, yo
perdería siempre!...
— Eso mismo. ¿Entonces,
qué tú, como jugador
inteligente, debes
hacer?
El chico pensó un poco y
respondió:
— Tengo que prepararme
mejor para vencer al
otro equipo.
— Muy bien. ¡Acertaste!
— dijo la madre tocando
las palmas, satisfecha.
— Así voy a demostrar
que soy mejor y que
estoy más preparado para
ganar. ¡Sin necesitar
pelear con nadie! —
completó Henrique, con
los ojos muy abiertos,
delante de la madre
sonriente.
— Perfecto. ¿Entendiste
ahora por qué los
equipos se saludan
después de un juego?
¡Porque reconocen que el
otro fue el mejor!
— Es verdad. Nadie sale
peleando. Actuando bien,
no tendremos problemas
en el juego y en la
vida.
Henrique, con los ojos
brillantes de entusiasmo
abrazó a la madre, feliz
por haber entendido esa
realidad que le serviría
de guía para toda la
existencia en la
familia, en la escuela,
en el trabajo y en
cualquier lugar.
Después, alegre, él
avisó a la madre que iba
a salir para entenderse
con sus amigos.
— Quédate tranquila,
mamá. ¡No voy a pelear
con nadie!...
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
10/11/2014.)
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