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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 8 - N° 402 - 22 de Febrero de 2015

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 

 

Trabajar y orar
 

  

Existió cierta vez un hombre muy religioso que deseaba servir al Señor con su vida y sus actitudes. Así, Tadeu se mantenía libre de cualquier actos menos dignos, respetando al Señor y deseando hacer lo mejor a su prójimo.
 

En la pequeña propiedad, vivía él lejos de otros seres humanos, constantemente orando, suplicando al Señor que lo protegiera y ayudara para que pudiera amar a toda la Naturaleza, los animales y las personas.

La familia lo abandonó por pasar hambre y no estar de acuerdo con su manera de vivir.

Aun así, con el pensamiento siempre elevado a lo Alto, Tadeu nada hacía mal, sintiéndose íntimamente junto a Jesús.

Cierto día apareció en la casa de campo un hombre. Al verlo con las manos puestas, orando, aguardó que Tadeu terminara. Cuando él abrió los ojos y vio al desconocido, sonrió satisfecho:

— ¡Ah, mi amigo! ¡Ciertamente vino usted atraído por mis oraciones! ¿Qué desea? ¡Estoy listo para atenderlo!

El visitante que vestía ropas viejas y gastadas, se sintió satisfecho con la recepción del dueño y consideró:

— Señor, fui dueño de muchas tierras. Infelizmente, en una sequía prolongada perdí todo. Ahora busco trabajo. Al ver estas tierras buenas para el plantío, ¿resolví preguntar si podría emplearme para cultivar el suelo, dándome por pago una pequeña parte de la cosecha?

Tadeu penso um poço y respondió:

 — No puedo, mi hermano. El Señor me dio estas tierras, lo que agradezco todos los días, sin embargo quiero devolverlas como el Señor las entregó.

Triste por la oportunidad perdida, el antiguo labrador se fue.

Otro día surgió en la casa de campo un muchacho todo animado. Al ver a un hombre sentado en la red con los ojos cerrados, manos puestas, esperó que terminara la oración. Al abrir los ojos, Tadeu vio al extraño y quiso saber lo que deseaba, y el joven respondió:

— Amigo, pasaba por la carretera y al ver un bello tronco de árbol ciertamente derrumbado por una tempestad, vine a pedirle que me de el tronco y yo haré una bella pieza de arte, que será expuesta para que todos la vean.

El propietario balanceó la cabeza, lamentando lo ocurrido:

— Es verdad, hermano. Tuvimos un gran vendaval en la región y el árbol, el más bello en mi casa de campo, no resistió y cayó al suelo. 

— Lo lamento amigo.

Después de pensar un poco, el morador consideró:

— Yo también. Sin embargo, quiero conservar este tronco como está, para acordarme siempre del bello árbol al cual este tronco dio vida, ramas y flores.

No valieron pedidos, súplicas y propuestas. El dueño de la casa de campo no dio el enorme tronco. Entonces, el muchacho se despidió triste.

Después de algunos días, apareció un hombre que vio el huerto cargado de frutos, muchos de los cuales ya pudriéndose en el suelo, y pidió al dueño que le dejara coger los frutos y venderlos en la feria, en pago de una parte de los beneficios. Pero el propietario de la casa de campo respondió:

— No puedo, mi hermano. El Señor me dio la casa de campo y preciso preservarla en todo. Así, los frutos caen y los pajaritos tienen con que alimentarse.  

De esa forma, el hombre se fue aunque muy triste.

Así Tadeu actuaba con todo lo que existía en la casa de campo, queriendo conservarlo como el Señor lo hubo entregado, para devolverlo cuando llegara la hora.
 

Los años pasaron. La propiedad ahora estaba toda destruida; la cerca había caído por falta de cuidados, los árboles fructificaron, sin cuidados, fueron comidos por las plagas; el bello tronco, que un día fuera elogiado, ahora era sólo un viejo tronco destruido por la acción de la lluvia y de los gusanos. El suelo, antes bueno y productivo, se cubría de plagas y de hierbas dañinas.

En cuanto al viejo morador, continuaba orando, lamentando la destrucción de su propiedad, que fue tan bella.

Retornando al Mundo Espiritual, muy triste, Tadeu vio a un Espíritu amigo e indagó:

— ¿Por qué el Señor, que me entregó una casa de campo tan bella, me retiró todo lo que recibí, transformándolo en algo inútil, a pesar de mi devoción y de mis oraciones constantes?

El Amigo Espiritual sonrió tristemente y esclareció:

— Tadeu, mi hermano, la responsabilidad por la pérdida de la propiedad es suya, y no del Señor, infinitamente generoso. Embalde fueron enviadas personas que pudieron ayudarlo a trabajar la tierra, plantar semillas y dar una bella cosecha, rindiendo mucho, en su propio beneficio y de quien tocó a su puerta. Hasta el bello tronco, que podría ser una linda obra de arte, de la cual usted también tendría los beneficios, no aceptó las súplicas del artista que encaminamos para ayudarlo.

Cabizbajo, Tadeu lloraba, aún sin entender dónde erró:

— ¡Sin embargo, todo lo que hice fue con voluntad de hacer lo mejor! ¡¿Pues no pasé mi existencia entregado al servicio del Señor a través de la oración?!...

— Realmente. Sin embargo, Tadeu, el Señor no quiere que sus hijos se queden eternamente orando, sino que trabajen para aprender, producir, crear condiciones mejores para sí y para sus hermanos en humanidad. ¡Usted nunca ayudó a nadie, cuando podría haber hecho tanto por el prójimo! Será responsable hasta por las personas que pasaron hambre a su lado y que usted no notó.

Triste, Tadeu con la cabeza baja oía. El Amigo terminó diciendo:

— Jesús, nuestro Amigo, nos legó la mayor de todas las enseñanzas: ¡el Amor! Porque la fe, sin trabajo, nada significa. De ahora en delante Tadeu, acuérdese: ¡Trabajar es orar! 

                                                        MEIMEI

(Recebida por Célia X. de Camargo, em 17/11/2014.)



                                                                                   



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Revista Semanal de Divulgación Espirita