Existió cierta vez un
hombre muy religioso que
deseaba servir al Señor
con su vida y sus
actitudes. Así, Tadeu se
mantenía libre de
cualquier actos menos
dignos, respetando al
Señor y deseando hacer
lo mejor a su prójimo.
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En la pequeña propiedad,
vivía él lejos de otros
seres humanos,
constantemente orando,
suplicando al Señor que
lo protegiera y ayudara
para que pudiera amar a
toda la Naturaleza, los
animales y las personas.
La familia lo abandonó
por pasar hambre y no
estar de acuerdo con su
manera de vivir.
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Aun así, con el
pensamiento siempre
elevado a lo Alto, Tadeu
nada hacía mal,
sintiéndose íntimamente
junto a Jesús.
Cierto día apareció en
la casa de campo un
hombre. Al verlo con las
manos puestas, orando,
aguardó que Tadeu
terminara. Cuando él
abrió los ojos y vio al
desconocido, sonrió
satisfecho:
— ¡Ah, mi amigo!
¡Ciertamente vino usted
atraído por mis
oraciones! ¿Qué
desea? ¡Estoy listo para
atenderlo!
El visitante que vestía
ropas viejas y gastadas,
se sintió satisfecho con
la recepción del dueño y
consideró:
— Señor, fui dueño de
muchas tierras.
Infelizmente, en una
sequía prolongada perdí
todo. Ahora busco
trabajo. Al ver estas
tierras buenas para el
plantío, ¿resolví
preguntar si podría
emplearme para cultivar
el suelo, dándome por
pago una pequeña parte
de la cosecha?
Tadeu penso um poço y
respondió:
— No
puedo, mi hermano. El
Señor me dio estas
tierras, lo que
agradezco todos los
días, sin embargo quiero
devolverlas como el
Señor las entregó.
Triste por la
oportunidad perdida, el
antiguo labrador se fue.
Otro día surgió en la
casa de campo un
muchacho todo animado.
Al ver a un hombre
sentado en la red con
los ojos cerrados, manos
puestas, esperó que
terminara la oración. Al
abrir los ojos, Tadeu
vio al extraño y quiso
saber lo que deseaba, y
el joven respondió:
— Amigo, pasaba por la
carretera y al ver un
bello tronco de árbol
ciertamente derrumbado
por una tempestad, vine
a pedirle que me de el
tronco y yo haré una
bella pieza de arte, que
será expuesta para que
todos la vean.
El propietario balanceó
la cabeza, lamentando lo
ocurrido:
— Es verdad, hermano.
Tuvimos un gran vendaval
en la región y el árbol,
el más bello en mi casa
de campo, no resistió y
cayó al suelo.
— Lo lamento amigo.
Después de pensar un
poco, el morador
consideró:
— Yo también. Sin
embargo, quiero
conservar este tronco
como está, para
acordarme siempre del
bello árbol al cual este
tronco dio vida, ramas y
flores.
No valieron pedidos,
súplicas y propuestas.
El dueño de la casa de
campo no dio el enorme
tronco.
Entonces, el muchacho se
despidió triste.
Después de algunos días,
apareció un hombre que
vio el huerto cargado de
frutos, muchos de los
cuales ya pudriéndose en
el suelo, y pidió al
dueño que le dejara
coger los frutos y
venderlos en la feria,
en pago de una parte de
los beneficios. Pero el
propietario de la casa
de campo respondió:
— No puedo, mi hermano.
El Señor me dio la casa
de campo y preciso
preservarla en todo.
Así, los frutos caen y
los pajaritos tienen con
que alimentarse.
De esa forma, el hombre
se fue aunque muy
triste.
Así Tadeu actuaba con
todo lo que existía en
la casa de campo,
queriendo conservarlo
como el Señor lo hubo
entregado, para
devolverlo cuando
llegara la hora.
Los años pasaron. La
propiedad ahora estaba
toda destruida; la cerca
había caído por falta de
cuidados, los árboles
fructificaron, sin
cuidados, fueron comidos
por las plagas; el bello
tronco, que un día fuera
elogiado, ahora era sólo
un viejo tronco
destruido por la acción
de la lluvia y de los
gusanos. El suelo, antes
bueno y productivo, se
cubría de plagas y de
hierbas dañinas. |
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En cuanto al viejo
morador, continuaba
orando, lamentando la
destrucción de su
propiedad, que fue tan
bella.
Retornando al Mundo
Espiritual, muy triste,
Tadeu vio a un Espíritu
amigo e indagó:
— ¿Por qué el Señor, que
me entregó una casa de
campo tan bella, me
retiró todo lo que
recibí, transformándolo
en algo inútil, a pesar
de mi devoción y de mis
oraciones constantes?
El Amigo Espiritual
sonrió tristemente y
esclareció:
— Tadeu, mi hermano, la
responsabilidad por la
pérdida de la propiedad
es suya, y no del Señor,
infinitamente generoso.
Embalde fueron enviadas
personas que pudieron
ayudarlo a trabajar la
tierra, plantar semillas
y dar una bella cosecha,
rindiendo mucho, en su
propio
beneficio y de quien
tocó a su puerta. Hasta
el bello tronco, que
podría ser una linda
obra de arte, de la cual
usted también tendría
los beneficios, no
aceptó las súplicas del
artista que encaminamos
para ayudarlo.
Cabizbajo, Tadeu
lloraba, aún sin
entender dónde erró:
— ¡Sin embargo, todo lo
que hice fue con
voluntad de hacer lo
mejor! ¡¿Pues no pasé mi
existencia entregado al
servicio del Señor a
través de la
oración?!...
— Realmente. Sin
embargo, Tadeu, el Señor
no quiere que sus hijos
se queden eternamente
orando, sino que
trabajen para aprender,
producir, crear
condiciones mejores para
sí y para sus hermanos
en humanidad. ¡Usted
nunca ayudó a nadie,
cuando podría haber
hecho tanto por el
prójimo! Será
responsable hasta por
las personas que pasaron
hambre a su lado y que
usted no notó.
Triste, Tadeu con la
cabeza baja oía. El
Amigo terminó diciendo:
— Jesús, nuestro Amigo,
nos legó la mayor de
todas las enseñanzas:
¡el Amor! Porque la fe,
sin trabajo, nada
significa. De ahora en
delante Tadeu,
acuérdese: ¡Trabajar es
orar!
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
17/11/2014.)
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