Según diccionarios
etimológicos el origen
de la palabra religión
viene del latín
“re-ligare”,
significando volver a
conectar, conectar de
nuevo – de donde se
deduce que el término
religión se refiere a la
condición de reatar los
lazos de los individuos
con Dios. Para tanto,
entonces, hay que partir
de la suposición de que,
de algún modo, y en
algún momento, cortamos
nuestros lazos con el
Creador y con el origen
de la misma Vida que nos
nutre, nos cerca y
penetra todo lo que
existe en el Universo.
Sin embargo, permanece
la incógnita: ¿en qué
instante ocurrió esta
rotura? ¿Hubo este marco
a partir de un punto a
lo largo de la historia
de la humanidad? ¿O será
que este desligamiento
ocurre desde siempre, de
manera intermitente –
desde que, en los
principios, la criatura
intuía de manera
rudimentaria pertenecer,
su individualidad, a una
Autoría soberana que le
dio realidad en el
mundo; o en aquellos
instantes en que,
buceaba en los caminos
tortuosos de las muchas
personalidades, vividas
en la sucesión de las
reencarnaciones, las
almas se pierden de un
estado de conciencia más
despierta, que les
sugiere la existencia de
aquella Inteligencia
sabia, perfecta, a
partir de la cual su
propia vida se originó?
El impulso instintivo,
inherente al ser humano,
de volver al socorro y a
la inspiración de esa
Fuerza o Ser Supremo a
partir del cual, al
contemplar el infinito
estrellado por encima de
nosotros, intuimos el
maná de toda la
nutrición espiritual de
que necesitamos para
avanzar por entre el
aprendizaje difícil del
día a día - originando
la fe -, fue el
responsable por la
creación de las
incontables religiones,
nacidas en concomitancia
con los múltiples
temperamentos de los
pueblos y a partir de
culturas, contextos
sociales e visiones de
la vida diferentes.
Necesitamos de una
religiosidad más
racional
En la sucesión incesante
de los hechos
históricos, aún, nos
concienciamos hoy, y más
claramente, de un marco
que, bajo un análisis
más detenido, nos ofrece
una dificultad. ¿Un
auxilio eficiente para
todos los graves dilemas
de la Humanidad, con sus
dramas morales, guerras,
problemas sociales y
políticos, residiría, a
esta altura, en la
influencia positiva de
cualquiera formateo
religioso
institucionalizado?
Teniendo como base sólo
las creencias
sedimentadas sobre
contenidos teológicos
teóricos, y discursos
explicados en
cualesquiera púlpitos o
tribunas, o aún en la
lectura de libros
sagrados en algún tiempo
forjados por las propias
manos de los hombres? ¿O
será que necesitamos
más, frente a la grave
crisis mundial en plena
efervescencia de la
transición planetaria,
de algo que nos exija
una religiosidad más
práctica y más racional
– sobre todo, que nos
cubre mayor cuota de
responsabilidad sobre
nuestras actitudes y
respectivas
consecuencias,
recolocándonos como
coautores de nuestra
propia historia, y
rechazando, en
conciencia, la actitud
cómoda de atribuir los
males flageladores de
nuestras trayectorias a
la abstracción de las
puniciones de un Dios
entendido como la parte
de nosotros mismos, y
demasiado distante de
nuestro día a día?
¡Una religiosidad – como
referencia aplicada a un
estilo de vida más
espiritualizado,
implicando madurez
acerca de elecciones
que, está visto, crean
repercusiones incesantes
para nosotros y para
nuestro prójimo, cada
iniciativa, y a corto o
largo plazo!
Esta premisa encuentra
resonancia en las mismas
Leyes Universales que
nos gobiernan, hoy
debatidas y explicadas
en régimen de sincronía
por incontables frentes
científicos y corrientes
filosóficas, místicas, o
aún religiosas. Se habla
al respecto en los
libros de la
Codificación y en varios
volúmenes de contenido
espírita, que mencionan,
en abundancia, el
funcionamiento de la Ley
de Causa y Efecto a lo
largo de nuestras vidas
sucesivas. Se cita el
asunto en los postulados
respetables de la
Kabbalah judaica y en
las discusiones diarias
en los medios,
envolviendo los temas de
la Ley de la Atracción.
Y, desde hace tiempos
milenarios, del Budismo
al Hinduismo, en todos
los movimientos
religiosos que pregonan
la máxima del “hacer
al prójimo sólo lo que
se quiere para sí mismo”.
De la Edad Media para
acá poca cosa cambió
Ya en el comienzo de
este año el mundo entero
entró en choque y
repercutió la tragedia
en París, con la matanza
promovida en un
semanario satírico
francés por extremistas
radicales del Islam. Se
asocian, erróneamente,
esas acciones
terroristas al contenido
de religiones que, en
absoluto, a través de
sus profetas y
mensajeros de la Luz
divina, jamás
defendieron la violencia
como respuesta a
susceptibilidades
ideológicas en el
territorio religioso.
Los caricaturistas
franceses, así,
sufrieron una respuesta
desproporcionada a sus
percepciones, no se sabe
hasta que punto
equivocadas, de los
valores religiosos
ajenos. Curiosamente, en
condiciones semejantes
al haber en el pasado,
en los tiempos idos de
la Edad Media, cuando la
corona francesa acabó
por apoyar el despotismo
católico para
desencadenar la brutal
Cruzada Albigense, en la
región del Languedoc, en
razón de diferencias de
interpretación y de
conducta frente al
mensaje de Jesús, que,
en la época, amenazaban,
sobre todo, los
intereses de control de
conciencias y de
supremacía
político/religiosa del
catolicismo sobre
aquellos pueblos
cataros, incinerados
vivos en las hogueras
odiosas de la
Inquisición.
De aquellos siglos para
acá, por lo tanto,
querido lector, ¿qué
cambió? En esencia, no
mucho. Inversiones de
intereses económicos,
políticos, religiosos, o
meras opiniones,
siempre, y de algún
modo, son y serán
enfrentados por el
pensador que osa echar
mano de la libertad de
expresión de su
pensamiento – aunque,
muchas veces, y de forma
innegable, de manera
impropia para con los
valores ajenos, si lo
que se quiere para una
sociedad civilizada es
justamente el respeto
por las diferencias de
ideología, de fe,
individuales o
poblacionales. Sin
embargo, lo que, de todo
este largo rosario de
hechos dolorosos
repitiéndose a lo largo
de la Historia, se
deduce, hoy, con
facilidad, bastando para
eso una reflexión más
exenta, imparcial –
¿sobre todo,
impersonal?
Es necesario y urgente
tener respeto por las
diferencias
Son llegados los tiempos
en que, frente a la
globalización expansiva
en escala geométrica,
que diluye fronteras y
lanza a la humanidad en
un proceso irreversible
de masificación de las
informaciones, no se
hace más posible
pretender que la
cuestión religiosa sea
preservada en formatos
inflexibles, ortodoxos.
Efectiva e
irreversiblemente, hay
información,
conocimiento
entrecruzado en varios
frentes, aclaraciones
demás diseminados al
gusto del libre-albedrío
y de las elecciones
individuales, para que
no se vuelva a ver la
urgencia de la
convivencia pacífica
entre las diferentes
mentalidades, los
diversos temperamentos
mundiales y las
comprensiones acerca de
lo que concierne o no lo
divino, así como los
modos múltiples de se
lidiar con el problema,
en favor del progreso
humano.
En la hora del dolor
mayor, como la vivida
por los franceses y
musulmanes los últimos
días, en el entrechoque
de opiniones, a los más
sensatos abundan, de
inmediato, las
reflexiones, los puntos
convergentes de los
incontables
temperamentos, de las
muchas tendencias
religiosas en el mundo.
De aquellas verdades
que, en cualquier
tiempo, nos señalan la
necesidad de aprender, y
con urgencia, el respeto
por las diferencias. El
enaltecimiento de las
reales virtudes del
prójimo, sea él
musulmán, cristiano,
judío o budista. Aún, de
las expresiones más
benéficas de sus
visiones de religiosidad
– en vez de pretender
sofocar y anular, en
privilegio de cualquier
otras, percepciones
particulares y
enraizadas, sobre todo,
no más que en contextos
culturales diversos,
pero que,
sorprendentemente, si
bien analizadas, apuntan
para la misma dirección,
adecuada a saciar la
necesidad tan entrañada
de paz, en el receso
interior de cada
criatura.
Necesitamos más de
religiosidad que de
religiones
Esta dirección, con
todo, inapelablemente se
halla “fuera del
cuadrado”. De cualquiera
“cuadrado” religioso,
institucionalizado o no.
Fuera de aquella fórmula
que, de por sí, ya se
comprueba, hace mucho,
que está rota, para la
debida armonización
entre las personas, si
lo que se quiere es un
modelo de existencia en
el planeta en el cual
nunca más ocurran otros
“Onces de Septiembre” o
“Charlie Hebdo”.
Es la fórmula que
privilegia más la
actitud de religiosidad
que propiamente el
formato, o rotulación
religiosa. A que,
finalmente, reconoce,
con la práctica diaria,
que la fina flor del
mensaje religioso traído
por profetas y maestros
sucesivos que nos
visitaron en misión de
puro Amor por el mundo,
provenidos de
dimensiones más
evolucionadas del
universo, no
pertenece
únicamente al
Cristianismo, al
Islamismo, al
Espiritismo, y ni
solamente a la Biblia,
al Torah o al El Corán.
La fina flor de ese
Mensaje superior nos
dice que, en un futuro
más o menos distante,
también esas fronteras
deberán disiparse y que,
sin la necesidad del
amparo de meras
rotulaciones religiosas
que hoy separan más y
desencadenan guerras, el
hombre caminará
agregando en sí una
deliciosa fusión de la
mejor esencia de lo que
un día se pretendió como
la religión perfecta,
presente en todas las
corrientes religiosas
que ya existieron y aún
existen, volcadas al
bien en el mundo: ¡la
esencia del Amor
supremo por la Vida,
existente en sí y en el
otro! La corriente vital
que penetra a cada una
de las criaturas en este
planeta, haciéndose
también presente en
tantos otros mundos
esparcidos en el
Infinito, como en las
incontables dimensiones
ni siquiera sospechadas
por la actual humanidad
terrena, que sólo
gradualmente promueve el
su despertar espiritual
mayor.
El valor de la vida es
idéntico para todos los
pueblos
Hay que descubrir que la
solución definitiva para
los anhelos de
pacificación de los
pueblos se halla ¡“fuera
del cuadrado”! De
los tantos formatos
rígidos a los que aún en
nuestros días muchos se
aferran, para
preservación de una
versión básicamente
egoísta de la vida.
Formatos y rótulos
religiosos, políticos y
económicos que no
muestran eficiencia para
la resolución de las
mayores asperezas
materiales y
espirituales padecidas
por la raza humana. ¡Y,
después de tantos
sufrimientos, y el
consecuente aprendizaje
obtenido a través de los
dolores de esas
vivencias colectivas,
gradualmente
alcanzaremos días en
que, en todos los
contextos sociales,
quebrarán, por sí, las
fórmulas inflexibles,
separatistas!
Porque entonces se verá
con claridad que el
valor de esta Vida es
idéntico en todos los
pueblos que claman por
la paz, por sonrisas, y
no por lágrimas y dolor;
y la humanidad habrá de
ser más unificada,
usufructuando las
riquezas generosas de un
mismo planeta pródigo.
¡Y todos, en posesión de
esta nueva comprensión,
tenderán, finalmente, a
la unión, a la suma y al
enaltecimiento de la
rica diversidad de la
existencia – no a la
ilusión de los formatos
rígidos, de las
ideologías opresoras e
inflexibles, generadoras
de conflictos y
sufrimientos, en
cualesquiera sectores de
las sociedades!
Y así pues, felices
serán esos tiempos, en
que las muchas
comprensiones de lo
divino y del
funcionamiento del
Universo se agregarán
pacíficamente, a partir
de la población de un
orbe en que su humanidad
no necesitará más de
cualquier religión
– por ya tener despierta
la conciencia para la
realidad de qué es en
sí que reside la
semilla de aquella
Fuente de Luz que, como
un farol bendecido, nos
orienta con infalible
seguridad, y nos hace
responsables por cada
elección que puede
llevarnos a vivir
armoniosamente. ¡Siempre
con base en la cosecha
de una siembra
permanente de Amor,
de Respeto y de
Religiosidad!
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