Damos continuidad al estudio metódico del libro La Génesis, los Milagros y las Profecías según el Espiritismo, de Allan Kardec, cuya primera edición fue publicada el 6 de enero de 1868. Las respuestas a las preguntas sugeridas para debatir se encuentran al final del presente texto.
Preguntas para debatir
A. El periespíritu, ¿desempeña algún papel en el organismo humano?
B. ¿Por qué ciertas reuniones nos dan una gran satisfacción, mientras que otras nos causan malestar?
C. ¿Cómo podemos evitar la influencia de los malos Espíritus?
Texto condensado para la lectura
906. El relato del ciego curado por Jesús, tan simple e ingenuo, lleva en sí un sello evidente de veracidad. No tiene nada fantástico ni maravilloso. Es un acontecimiento de la vida real palpable. El lenguaje del ciego es exactamente el de esos hombres sencillos, en los cuales el buen sentido reemplaza la falta de conocimiento y que replican con bondad los argumentos de sus adversarios, exponiendo razones en las que no faltan ni justicia ni oportunidad.
907. El tono de los fariseos, por otro lado, es el de los orgullosos que no admiten nada por encima de su inteligencia y se indignan ante la sola idea de que un hombre del pueblo les pueda hacer observaciones.
908. Aparte del color local de los nombres, podría decirse que este hecho sucede en nuestro tiempo. Ser expulsado de la sinagoga equivalía a quedar fuera de la Iglesia. Era una especie de excomunión. Los espíritas, cuya doctrina es la de Cristo interpretada según el progreso de los conocimientos actuales, son tratados como los judíos que reconocían a Jesús como el Mesías. Al excomulgarlos, la Iglesia los expulsa de su seno, como hicieron los escribas y los fariseos con los seguidores de Cristo.
909. ¿No se hace lo mismo con los espíritas? Obtener de los Espíritus consejos edificantes, la reconciliación con Dios y con el bien, curaciones, todo esto se considera obra del diablo y se lanza el anatema sobre las personas que logran esto.
910. ¿No se ha visto a los sacerdotes decir desde lo alto del púlpito, que es mejor para una persona permanecer incrédula que volver a la fe por medio del Espiritismo? ¿No se ha oído decir a los enfermos que no debían dejar curar por los espíritas que posean ese don, porque es un don satánico? ¿No se ha oído proclamar a los necesitados que no debían aceptar el pan distribuido por los espíritas, porque era el pan del diablo? ¿Qué más decían o hacían los sacerdotes judíos y los fariseos? Además, se nos ha dicho que todo debe pasar hoy, como en los tiempos de Cristo.
911. La pregunta de los discípulos – “¿Fue algún pecado de este hombre la causa de que haya nacido ciego?” – revela que ellos tenían la intuición de una existencia anterior, pues de lo contrario carecería de sentido, ya que un pecado sólo puede ser causa de una enfermedad de nacimiento si se ha cometido antes del nacimiento, por lo tanto, en una existencia anterior. Si Jesús hubiese considerado falsa esa idea, les hubiera dicho: “¿Cómo este hombre habría podido pecar antes de nacer?” En lugar de eso, les dijo que aquel hombre era ciego no por haber pecado, sino para que en él se haga patente el poder de Dios, es decir, que debía servir de instrumento a una manifestación del poder de Dios. Si no era una expiación del pasado, era una prueba apropiada para el progreso de ese Espíritu, porque Dios, que es justo, no le hubiera impuesto un sufrimiento sin compensación.
912. En cuanto al medio empleado para su curación, es evidente que esa especie de barro hecho con saliva y tierra no podría tener ninguna virtud, sino por la acción del fluido curativo del que estaba impregnado. Así es como las sustancias más insignificantes, como el agua, por ejemplo, pueden adquirir cualidades poderosas y efectivas, bajo la acción del fluido espiritual o magnético, al que sirven de vehículo o, si se prefiere, de depósito.
913. Numerosas curaciones realizadas por Jesús – Recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas, predicando el Evangelio del reino y sanando todos las dolencias y todas las enfermedades entre el pueblo. Habiéndose difundido su reputación por toda Siria, le trajeron a los que estaban enfermos y afligidos por diversas dolencias y males, los poseídos, los lunáticos, los paralíticos, y él sanaba a todos. Le acompañaba una gran multitud de personas de Galilea, de Decápolis, de Jerusalén, de Judea y de más allá del Jordán. (Cf. Mateo, cap. IV, v. 23, 24, 25.)
914. De todos los hechos que dan testimonio del poder de Jesús, los más numerosos, sin duda, son las curaciones. Él quería probar de esta forma que el verdadero poder es aquél que hace el bien; que su objetivo era ser útil y no satisfacer la curiosidad de los indiferentes por medio de cosas extraordinarias. Al aliviar los sufrimientos, las criaturas se ligaban a Él con el corazón y conseguía adeptos más numerosos y sinceros, que si sólo los hubiese sorprendido con espectáculos para sus ojos. De esa manera, se hacía amar, mientras que si se hubiese limitado a producir efectos materiales sorprendentes, como reclamaban los fariseos, la mayoría de las personas habrán visto en él a un hechicero o a un mago hábil, a quien hubiesen buscado los desocupados para entretenerse.
915. Así, cuando Juan Bautista le envía a sus discípulos para preguntarle si Él es el Cristo, su respuesta no fue: “Yo soy”, como cualquier impostor hubiera podido decir. Tampoco les habla de prodigios ni de cosas maravillosas. Les responde simplemente: “Id y decid a Juan: los ciegos ven, los enfermos son curados, los sordos oyen, el Evangelio es anunciado a los pobres”. Era lo mismo que decir: “Reconocedme por mis obras; juzgad al árbol por sus frutos”, porque ése era el verdadero carácter de su misión divina.
916. El Espiritismo, igualmente, por el bien que hace, prueba su misión providencial. Cura los males físicos, pero cura sobre todo las dolencias morales y son esos los mayores prodigios que dan testimonio de su mérito. Sus adeptos más sinceros no son los que se sienten impactados por la observación de fenómenos extraordinarios, sino los que reciben consuelo para sus almas; aquellos a quienes libera de las torturas de la duda; aquellos a quienes levantó el ánimo en la aflicción, que sacaron fuerzas de la certeza del porvenir que les vino a traer, en el conocimiento de su ser espiritual y de su destino. Son ellos, los de fe inquebrantable, porque sienten y comprenden.
917. Los que sólo buscan en el Espiritismo los efectos materiales, no pueden comprender su fuerza moral. De allí que los incrédulos, que sólo lo conocen a través de los fenómenos cuya causa primera no admiten, consideran a los espíritas meros prestidigitadores y charlatanes. No será, pues, por medio de prodigios que el Espiritismo triunfará sobre la incredulidad; será por la multiplicación de sus beneficios morales, porque si bien los incrédulos no admiten los prodigios, sí conocen, como todos, el sufrimiento y las aflicciones, y nadie rechaza el alivio y el consuelo.
918. Poseídos – Luego llegaron a Cafarnaúm y Jesús, entrando primero, en día sábado, en la sinagoga, les enseñaba. Se admiraban de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas. Y se encontraba en la sinagoga un hombre poseído por un Espíritu impuro, que exclamó: “¿Qué tienes tú con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres: el santo de Dios”. Pero Jesús, hablándole de manera amenazante, le dijo: Cállate y sal de ese hombre. Entonces, el Espíritu impuro, sacudiendo al hombre con convulsiones violentas, salió de él. Todos quedaron tan sorprendidos que se preguntaban unos a otros: ¿Qué es esto? ¿Qué nueva doctrina es esta? Él manda con autoridad hasta a los Espíritus impuros, y le obedecen. (Cf. Marcos, cap. I, v. 21 a 27.)
919. Cuando salían, le presentaron a un hombre mudo, poseído por el demonio. Expulsó al demonio, el mudo habló y la gente, maravillada, decía: Nunca se vio nada semejante en Israel. Pero los fariseos, por el contrario, decían: Por el príncipe de los demonios expulsa a los demonios. (Cf. Mateo, capítulo IX, v. 32 a 34.)
920. Cuando Jesús llegó al lugar donde estaban los otros discípulos, vio a una gran multitud de personas alrededor de ellos y muchos escribas que discutían con ellos. En seguida, al ver a Jesús, la gente sintió admiración y temor, y todos corrieron a saludarlo. Jesús les preguntó: ¿Sobre qué disputabais con ellos? Un hombre entre la muchedumbre, tomando la palabra dijo: Maestro, os traje a mi hijo que está poseído por un Espíritu mudo; en cualquier lugar donde él le posea, lo tira al suelo y el niño echa espumarajos, cruje los dientes y se va secando. Pedí a tus discípulos que lo expulsasen, pero no pudieron. Jesús les dijo: ¡Oh gente incrédula! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo os he de soportar? Traédmelo.
921. Lo trajeron y aún no había puesto los ojos en Jesús, cuando el Espíritu lo sacudió con violencia; cayó al suelo revolcándose y echando espumarajos. Jesús preguntó al padre: ¿Desde cuándo le sucede esto? Desde muy pequeño, dijo el padre. Y el Espíritu muchas veces le ha lanzado al agua o al fuego para matarle; si puedes hacer algo, ten misericordia de nosotros y ayúdanos. Jesús le respondió: Si puedes creer, al que cree todo le es posible. Entonces el padre del niño exclamó, bañado en lágrimas: Señor, creo, ayúdame en mi incredulidad.
922. Jesús, viendo que la gente se agolpaba, habló al Espíritu impuro en tono amenazante, diciéndole: Espíritu sordo y mudo, sal de ese niño y no entres más en él. Entonces el Espíritu, lanzando un gran grito y sacudiendo al niño con violentas convulsiones, salió, y el niño quedó como muerto, de modo que muchos dijeron que había muerto. Pero Jesús, tomando sus manos y apoyándolo, lo hizo levantarse.
923. Cuando Jesús entró en casa, sus discípulos le preguntaron aparte: ¿Por qué no pudimos expulsar a ese demonio? Él respondió: Los demonios de esa especie no pueden ser expulsados sino con oración y ayuno. (Cf. Marcos, cap. IX, v. 13 a 28.)
924. Entonces le presentaron un poseído ciego y mudo y lo curó, de modo que el poseído comenzó a hablar y a ver. Todo el pueblo sintió admiración y decía: ¿No es éste el hijo de David? Pero los fariseos, oyendo eso, decían: Este hombre expulsa a los demonios con la ayuda de Belcebú, príncipe de los demonios. Jesús, conociendo sus pensamientos, les dijo: Todo reino que se divida contra sí mismo será asolado y toda ciudad o casa que se divida contra sí misma no podrá subsistir. Si Satanás expulsa a Satanás, está dividido contra sí mismo. ¿Cómo, pues, podrá subsistir su reino? Y si yo expulso a los demonios por Belcebú, ¿por quién los expulsarán vuestros hijos? Si yo expulso a los demonios por el Espíritu de Dios, ha llegado a vosotros el reino de Dios. (Cf. Mateo, cap. XII, 22 a 28.)
925. Con las curaciones, las liberaciones de poseídos figuran entre los actos más numerosos de Jesús. Entre los hechos de esa naturaleza, hay algunos, como los arriba narrados, en los que la posesión no es evidente. Es probable que en aquella época, como aún sucede hoy, se atribuyese a la influencia de los demonios todas las enfermedades cuya causa no se conocía, principalmente la mudez, la epilepsia y la catalepsia. Pero hay otros en los que no hay ninguna duda de la acción de los malos Espíritus, casos que presentan una sorprendente analogía con aquellos de los que somos testigos, y en los que se reconocen todos los síntomas de ese género de afección.
926. La prueba de la participación de una inteligencia oculta, en tales casos, surge de un hecho material: son las numerosas curaciones radicales obtenidas en algunos centros espíritas por la sola evocación y el adoctrinamiento de los Espíritus obsesores, sin magnetización ni medicamentos y, muchas veces, en ausencia y a gran distancia del paciente.
927. La inmensa superioridad de Cristo le otorgaba tal autoridad sobre los Espíritus imperfectos, llamados entonces demonios, que le bastaba ordenarles que se retiren para que no pudieran resistirse a esa imposición.
Respuestas a las preguntas propuestas
A. El periespíritu, ¿desempeña algún papel en el organismo humano?
Sí. Por su unión íntima con el cuerpo, el periespíritu desempeña un papel preponderante en el organismo humano. (La Génesis, cap. XIV, ítem 18. Ver también ítem 29.)
B. ¿Por qué ciertas reuniones nos dan una gran satisfacción, mientras que otras nos causan malestar?
Una asamblea es un centro de irradiación de diversos pensamientos. Es como una orquesta, un coro de pensamientos, en el que cada uno produce una nota. Resulta, entonces, una multiplicidad de corrientes y efluvios fluídicos cuya impresión recibe cada uno por medio del sentido espiritual, como en un coro de música cada uno recibe la impresión de los sonidos por el sentido del oído. Pero así como existen radiaciones sonoras armoniosas o disonantes, también existen pensamientos armónicos o discordantes. Si el conjunto es armonioso, la impresión es agradable; si es discordante, la sensación es penosa. Ahora bien, para esto, no es necesario que el pensamiento se exteriorice con palabras; ya sea que se exprese o no, la irradiación siempre existe.
Ese es el origen de la satisfacción que se experimenta en una reunión simpática, animada por pensamientos buenos y benévolos. La envuelve como una atmósfera moral saludable, donde se respira a gusto; de allí se sale reconfortado, porque está impregnado de efluvios fluídicos saludables. Pero basta que se mezclen algunos pensamientos malos para que se produzca el efecto de una corriente de aire helado en un medio tibio, o de una nota desafinada en un concierto. De ese modo también se explica la ansiedad y el malestar indefinible que se experimenta en una reunión antipática, donde los pensamientos malévolos provocan corrientes de fluidos nauseabundos. (La Génesis, cap. XIV, ítems 19 y 20.)
C. ¿Cómo podemos evitar la influencia de los malos Espíritus?
El medio es muy simple, porque depende de la voluntad del hombre, que lleva en sí la protección necesaria. Los fluidos se combinan por la semejanza de su naturaleza; los contrarios se repelen. Hay incompatibilidad entre los buenos y los malos fluidos, como entre el aceite y el agua. Ante una invasión, pues, de fluidos malos se debe oponer los fluidos buenos y, como cada uno tiene en su propio periespíritu una fuente fluídica permanente, todos llevan el remedio en sí mismos.
Se trata sólo de purificar esa fuente y darle las cualidades que se constituyan en un repulsivo para las malas influencias, en vez de ser una fuerza de atracción. El periespíritu, por lo tanto, es una coraza a la que se debe templar de la mejor manera posible. Ahora bien, como sus cualidades guardan relación con las del alma, es importante que se trabaje por mejorarla, porque son las imperfecciones del alma las que atraen a los Espíritus malos.
Las moscas son atraídas por los focos insalubres; destruidos esos focos, éstas desaparecen. De igual manera, los malos Espíritus van hacia donde el mal los atrae; eliminando el mal, se alejarán. Los Espíritus realmente buenos, encarnados o desencarnados, no tienen que nada que temer de la influencia de los malos Espíritus. (La Génesis, cap. XIV, ítem 21.)