Cierto día Beto, que
vivía en una chacra, fue
con su madre a hacer las
compras en la feria de
la ciudad más cercana.
Al ver un puesto con
algunos lechoncitos para
la venta, quedó
encantado con uno de
ellos, el más pequeño de
todos.
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- Mira,
mamá.
¡Qué lindo! ¿Puedo
llevármelo? – pidió,
sosteniéndolo en sus
brazos.
La mamá lo miró. El
animal era blanquito,
limpio y miraba a su
hijo con ojos
desorbitados como si
pidiese: “¡Llévame de
aquí! ¡Quiero ser solo
tuyo!”
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La señora miró al
vendedor, después a su
hijo y consideró:
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- Beto, hijo mío,
¡nosotros ya tenemos
otros cerditos en la
hacienda!
- Pero es que me gusta
éste, mamá. Y parece que
yo le gusto también.
De hecho, el cerdito
miraba a Beto, después
recostaba su cabecita en
el pecho del niño, y
hasta cerraba sus
ojitos, como si se fuera
a dormir.
- ¡Por favor, mamá! ¡Por
favor!...
Convencida, la mamá miró
al vendedor y le
preguntó por el precio
del lechoncito. El dueño
dijo una cantidad que a
ella le pareció
demasiado grande.
Entonces, el vendedor
dijo:
- Si a la señora no le
importa, tiene un
pequeño defecto en la
pata trasera, pero no se
nota. Se lo dejo a mitad
de precio.
- Está bien. Vamos a
llevarlo – respondió la
mamá mirando a su hijo.
- Estás viendo, mi amigo
lechoncito, vamos a
jugar juntos. Entonces,
lo llamaré Zezé – dijo
Beto, acercando aún más
al cerdito a su corazón.
Muy feliz, Beto volvió a
casa con su nuevo amigo.
La madre, por costumbre,
al llegar lo mandó a que
colocase al cerdito
junto a los otros en el
chiquero.
- ¡No, mamá! Él es tan
blanquito, tan limpio,
¡se va a ensuciar como
los demás que están todo
el día en el lodo!... –
dijo el niño, comenzando
a llorar.
- Pero el lugar del
cerdo está en el
chiquero, ¿no lo sabes?
– respondió la mamá.
Cuando el papá regreso
del trabajo en el campo,
encontró al hijo
llorando, sosteniendo a
su cerdito.
- ¡Qué bello lechoncito,
hijo! ¿Pero por qué
estás llorando? ¿Sucedió
algo?
- Papá, es que mamá
quiere que lo ponga en
el chiquero junto con
los otros cerdos.
¡Pero no quiero que Zezé
se ensucie!
¡Él es tan lindo y
limpio! – explico el
niño sollozando.
El papá abrazó al hijo,
lo colocó en su regazo y
respondió:
- Tienes razón, Beto.
¿Sabes que a los cerdos
no les gusta la
suciedad? Ellos se
revuelven en el lodo
para limpiarse, pero
como sólo encuentran
lodo, terminan sucios.
¡La verdad es que a
ellos les gusta la
limpieza!
- ¿Es verdad, papá? ¡Qué
bueno!
Entonces, ¿puedo
llevarlo a mi cuarto y
darle un baño ahí?
- Sí puedes, hijo. ¡Le
va a encantar! Además,
parece que a él le
gustas mucho.
Muy animado, Beto le dio
un baño a su nuevo
amigo, después colocó
dos vasijas: una para la
comida y otra para el
agua. Consiguió un
pedazo de cordón y se la
amarró al pescuezo.
- ¿No está lindo? –
preguntó a sus padres.
- ¡Muy lindo! –
respondieron ellos.
Pero Beto, en los días
siguientes, se quedaba
pensativo al pasar por
el chiquero, con Zezé en
brazos y los otros
cerdos, en el lodo, los
miraban sin entender.
Volviendo a casa, esperó
a que su padre llegara
y, a la hora del
almuerzo, después de la
oración, preguntó:
- Papá, si a los cerdos
no les gusta la
suciedad, ¿por qué los
dejas en el chiquero?
El padre pensó un poco,
miró a su esposa y
después respondió:
- Porque es más fácil,
hijo mío. Ellos ya están
acostumbrados al
chiquero y también
porque, para cambiar,
tendría que construir
otro
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lugar para
ellos,
¿entiendes? |
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- ¡Entonces vamos a
construirlo, papá!
¡Quedarán mucho más
felices!
- Es que cuesta mucho,
Beto. Tendría que hacer
otras instalaciones, con
grifos, etc. Para todo
eso necesito dinero,
hijo.
- Y si yo no quisiera un
regalo para mi
cumpleaños, ni para
Navidad, ni para el Día
del Niño, ¿habrá dinero
de sobra para hacer eso?
El papá cruzó miradas
con la mamá y respondió:
- Ayuda mucho, mi hijo.
¡Estarás colaborando
bastante!
- Entonces, papá, vamos
a mejorar sus vidas. ¿No
son seres como nosotros?
El otro día, en el
estudio del Evangelio en
el Hogar, leímos que los
animales son nuestros
hermanos inferiores,
pero que están en
proceso de evolución,
¿verdad? Si a ellos le
gusta la limpieza y
viven en la suciedad,
¿imaginas si eso
sucediera con nosotros?
¡Sería horrible! Además,
ahora ya no puedo comer
carne, ¡pensando en
ellos!...
El papá asintió con la
cabeza, miró a su
esposa, después a su
hijo y respondió:
- Beto, tienes toda la
razón. Hoy, nos has
ayudado a comprender las
lecciones de Jesús. Si
nosotros sabemos que
Dios, Nuestro Padre,
creó a todos los seres
para la evolución, algún
día ese cerdito también
será como nosotros.
Vamos a ayudarlo ahora,
tratándolo como nos
gustaría que nos
trataran si estuviésemos
en su lugar. ¿Cierto?
- ¡Cierto, papá! Gracias.
- Entonces, a partir de
hoy tampoco comeremos
más carne en esta casa.
Gracias, Jesús Amigo,
por abrirnos los ojos
enseñándonos como
proceder en la vida.
Y aquel día ellos
almorzaron seguros de
que Beto les había
esclarecido su manera de
pensar para conducirse
mejor con el debido
respeto a toda la
Creación de Dios.
MEIMEI
(Recibida por Célia X.
de Camargo, el
12/01/2015)
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