A propósito de
la Pascua
La Navidad y la
Pascua son dos
fiestas que los
cristianos de
cualquier
denominación
religiosa
conmemoran
bastante. La
primera, porque
está asociada al
advenimiento de
Jesús. La
segunda, porque
constituye una
prueba
inequívoca de la
inmortalidad del
alma.
Nos referimos,
evidentemente,
en el segundo
caso, a la
llamada
resurrección de
Jesús, o mejor,
a su primera
aparición
después del
desencarne de su
Espíritu, así
registrada en el
Evangelio de
Juan:
Y María estaba
llorando fuera,
junto al
sepulcro.
Estando ella,
pues, llorando,
se bajó para el
sepulcro. Y vio
dos ángeles
vestidos de
blanco,
asentados donde
yaciera el
cuerpo de Jesús,
uno a la
cabecera y otro
a los pies. Y le
dijeron ellos:
Mujer, ¿por qué
lloras? Ella les
dijo: Porque
llevaron a mi
Señor, y no sé
dónde lo
pusieron. Y,
teniendo dicho
eso, volvió para
tras, y vio
Jesús en pie,
pero no sabía
que era Jesús.
Le dijo Jesús:
¿Mujer, por qué
lloras? ¿A quién
buscas? Ella,
cuidando que era
el hortelano, le
dijo: Señor, se
tú lo llevaste,
dígame donde lo
pusiste, y yo lo
llevaré. Le dijo
Jesús: ¡María!
Ella,
volviéndose, le
dijo: Raboni,
que quiere
decir: Maestro.
(Juan
20:11-16.)
Como nadie
ciertamente
ignora, la
festividad de
Pascua había
sido instituida
bien antes en el
seno del pueblo
hebreo, pero su
motivación es
bien diferente
de la que anima
los adeptos del
Cristianismo.
La institución
de la Pascua
judaica está
relatada en el
libro de Éxodo,
12:1-51. He aquí
un breve relato
sobre los
orígenes de esa
que es para los
judíos una
fiesta especial:
Reportándose al
momento de la
salida de los
hebreos del
Egipto, el Señor
dijo a Moisés y
a Aarón, aún en
tierra egipcia,
que aquél sería
el primer de los
meses del año, y
que al décimo
día cada un
tomase un
cordero para su
familia. Si las
personas en la
casa fuesen
pocas para comer
el cordero,
invitasen lo
vecinos. El
cordero debería
ser macho, de un
año, sin
defecto, y
podría ser un
cabrito con las
mismas
cualidades. El
animal sería
guardado hasta
el día 14, para
ser inmolado por
la tarde. La
sangre del
animal debería
ser colocado
sobre los dos
batientes y
sobre el marco
de las puertas
de sus casas,
donde, en la
misma noche, la
carne del
cordero, asada
al fuego, sería
comida,
acompañada de
panes ázimos y
lechugas bravas.
Era la
institución de
la Pascua, eso
es, el pasaje
del Señor, así
que en aquella
noche el Señor
pasaría por la
tierra de Egipto
y ahí mataría
todos los
primogénitos,
desde los
hombres hasta
los animales. La
sangre en las
puertas de las
casas impediría
que las familias
de los hebreos
fuesen
atingidas. Sería
aquel un día
memorable, que
debería ser
celebrado de
generación en
generación como
un culto
perpetuo, como
una fiesta
solemne en honor
del Señor.
Todo ocurrió
conforme fuera
anunciado por el
Señor, una vez
que en el medio
de la noche
todos los
primogénitos de
la tierra del
Egipto, desde el
hijo del Faraón
hasta al
primogénito de
los cautivos y
de los animales,
fueron heridos
de muerte. No
hubo en el
Egipto casa
donde no hubiese
algún muerto. El
Faraón llamó,
entonces, Moisés
y Aarón en la
misma noche y
autorizó la
salida de los
hebreos, con sus
rebaños y
familiares, y
mismo los
egipcios
insistieron con
el pueblo hebreo
para que saliese
luego, con miedo
de morir.
Los hijos de
Israel hicieron
lo que Moisés
les había
ordenado, y
partieron. Eran
cerca de
seiscientos mil
hombres, fuera
los niños,
conduciendo una
innumerable
multitud de
ovejas, ganados
y animales de
diversos
géneros, en gran
número. Se
completaban 430
años desde que
los hijos de
Israel fueron
vivir en el
Egipto. La noche
en que el Señor
los sacó del
Egipto debería
ser acordada por
todas las
generaciones,
como el Señor
dijo a Moisés y
a Aarón: “Éste
es el rito de la
Pascua: ningún
extranjero
comerá de ella”.
Los esclavos
deberían ser
circuncisos, y
entonces podrían
comer; ya los
extranjeros y
los mercenarios,
no. Si algún
peregrino
desease celebrar
la Pascua del
Señor, primero
hiciese la
circuncisión y
podría
celebrarla.
*
Es difícil,
cuando leemos
los libros del
Antiguo
Testamento,
distinguir lo
que es hecho y
lo que es simple
alegoría.
En el caso en
evidencia, si
los hechos
descritos
realmente
ocurrieron, la
Pascua judaica
no conmemora
solamente la
salida de los
hebreos, pero
una matanza
generalizada del
pueblo egipcio
y, lo que es
peor, atribuida
al propio Señor,
sea lo que
significa tal
palabra.
Como Dios
instituyó, por
intermedio de
Moisés, el
mandamiento “no
matarás”, que
compone el
Decálogo, no es
posible que Él,
o cualquiera de
sus prepuestos,
así actuase.
Diferentemente,
la Pascua
conmemorada por
los cristianos
no enaltece la
muerte, pero la
inmortalidad,
porque nos
ofrece la prueba
indiscutible de
que alma y
cuerpo son
elementos
distintos y que,
si la muerte es
real para
nuestro cuerpo
precario, ella
en nada afecta
el alma, que
continúa a
vivir, de la
misma manera que
vivía antes de
su inmersión en
la carne.
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