Hace mucho, mucho tiempo
atrás, Dios, Creador del
Universo y Padre de
todos nosotros, envió a
Jesús a nuestro planeta
para instruirnos en sus
Leyes.
Debido a la necesidad de
progreso, llegó el
momento de que los
hombres recibieran
nuevas orientaciones.
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Jesús nos habló, entre
otras tantas cosas en su
Evangelio, que pediría
al Padre y Él, más
adelante, mandaría otro
Consolador para
instruirnos y ayudarnos,
recordando todo lo que
nos había dicho y
enseñándonos muchas
cosas más.
Así, todo fue muy bien
preparado.
Fue elegido un espíritu
de gran elevación y
competencia para la
misión de preparar la
venida del Consolador.
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Para que él reencarnase
en el mundo, aquellos
que serían sus padres
eran espíritus elevados
y amigos escogidos para
ayudarlo, pues el gran
misionero no podía nacer
en un hogar cualquiera.
Cuando todo estaba
preparado, el misionero
nació a comienzos del
siglo XIX, en Francia.
La llegada del bebe fue
rodeada de mucha
expectativa por la mamá
Jeanne Louise y por el
papá Jean-Baptiste, que
lo recibieron llenos de
amor y atenciones.
¡Era un niño! Le dieron
el nombre de Hippolyte
Léon Denizard Rivail.
Abrazados, los padres se
inclinaron sobre la cuna
y contemplaron
extasiados a su lindo
hijito, y el papá se
preguntaba: - ¿Qué será
nuestro hijo cuando
crezca?
Y la mamá, tierna y
amorosa, respondía: - No
sé, querido. Pero siento
que él será un hombre
muy bueno y va a ayudar
a muchas personas.
En aquella época, la
educación era escasa y
existían pocas escuelas.
Era natural que el papá
se preocupase por el
futuro de su hijo. Él
era juez y venía de una
familia de personas
inteligentes y cultas
que valoraban la
educación.
Por eso, desde
pequeñito, el papá
Jean-Baptiste ya se
preocupaba del futuro de
su hijo, escogiendo la
escuela a la cual lo
enviaría cuando
creciese. Al final, se
decidió por una que
existía en Suiza, del
notable educador
Pestalozzi, famosa en
todo el mundo.
De esa forma, al llegar
la hora, a pesar de ser
de familia
tradicionalmente
católica, el niño fue
enviado
|
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a un país
protestante,
volviéndose uno
de los más
conocidos
discípulos del
maestro
Pestalozzi.
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Hippolyte Léon era un
niño muy animado,
inteligente, de
razonamiento claro, que
asimilaba pronto las más
difíciles enseñanzas.
Además, estaba dotado de
un buen corazón,
carácter recto y buenos
principios. A los
catorce años, por sus
cualidades, ya sustituía
a su maestro cuando era
necesario.
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Concluyendo sus
estudios, Hippolyte Léon
regresó a Francia,
dedicándose a dar clases
y hacer traducciones.
Escribió varios libros y
fundó una escuela donde
educaba a niños y
jóvenes para que se
volvieran hombres dignos
y respetables como él.
Se casó con Amélie
Boudet.
Había llegado el momento
de iniciar su tarea. Por
esa época, el mundo se
encontraba agitado por
las manifestaciones
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de los
Espíritus, que
querían revelar
su presencia,
para la llegada
del Consolador a
la faz del
planeta.
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El profesor Rivail
comenzó a investigar el
asunto y percibió la
importancia de esos
fenómenos.
Siempre dispuesto a
aprender, abierto a
nuevas ideas, luego se
convirtió en un foco de
luz para la sociedad en
que vivía. Investigó las
manifestaciones de los
espíritus, comparó con
las comunicaciones que
le enviaban de diversos
países, los seleccionó
por temas, colocando
todo en orden y formando
un cuerpo de doctrina,
al que dio el nombre de
Doctrina Espírita o
Espiritismo.
Percibió la grandeza de
esos conocimientos que
venían del Mundo
Espiritual para
esclarecer a los hombres
en la Tierra sobre la
realidad de la Verdadera
Vida revelándoles: la
existencia de Dios, la
inmortalidad del alma,
la comunicación entre
los dos mundos, las
vidas sucesivas y la
pluralidad de mundos
habitados.
Así, el 18 de abril de
1857 publicó la obra “El
Libro de los Espíritus”
que contiene toda la
Doctrina Espírita, bajo
el pseudónimo de Allan
Kardec.
Como Mensajero de Jesús,
vendría para transformar
el mundo con la
asistencia de los
Espíritus, llevando
esclarecimiento,
consolación, fe y
esperanza a todas las
criaturas.
Era el Consolador
Prometido por Jesús que,
en la época prevista,
había llegado a la
Tierra, trayendo un
nuevo salto evolutivo.
Así, el día 18 de abril
de 2015, cuando la
Doctrina Espírita cumple
158 años, nuestra
gratitud eterna a Allan
Kardec por la misión que
tan bien desempeñó.
Indudablemente, aquellos
que fueron sus papás en
su última existencia
deben sentirse felices y
realizados, agradecidos
a Dios por su hijo, uno
de los grandes hombres
de la Humanidad de todos
los tiempos, luz que
resplandece en el
infinito como estrella
fulgurante cuyo brillo
jamás se apagará.
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