¡Día de las
Madres!
El día
de la bondad
En los
comentarios que
escribió a
propósito del
mandamiento
“Honrad a
vuestro padre y
a vuestra madre,
para que viváis
largo tiempo
sobre la Tierra,
que el Señor
vuestro Dios os
dará”, Allan
Kardec dijo que
ese mandamiento
no es solamente
un corolario de
la ley general
de caridad y de
amor al prójimo,
pero encierra un
deber a más para
con ellos, el de
la piedad
filial. Dios
ha querido
mostrar con esto
que al amor es
necesario añadir
el respeto, las
consideraciones,
la sumisión y la
condescendencia,
lo que implica
la obligación de
cumplir respeto
para con ellos,
de manera aún
más rigurosa,
todo lo que la
caridad manda
con respeto al
prójimo en
general.
Honrar a su
padre y a su
madre no
consiste sólo en
respetarles. Es
también
asistirles en
sus necesidades,
proporcionarles
reposo en su
vejez y
rodearles de
solicitud como
han hecho con
nosotros en
nuestra
infancia.
Nosotros, los
hijos, no
debemos a
nuestros padres
sólo lo
estrictamente
necesario, pero
igualmente,
debemos también
darles las
pequeñas
dulzuras de lo
superfluo, los
cuidados amables
que sólo son el
interés de lo
que ellos han
recibido y el
pago de una
deuda sagrada.
No nos resta,
así, en este día
que consagramos
a las Madres,
sino cumplir
parte de lo que
el deber filial
nos pide,
ofertando a
nuestras
queridas madres,
encarnadas o
desencarnadas,
como sencillo
regalo, los
bonitos textos
que abajo
reproducimos:
Retrato de
Madre
Don Ramón Ángel
Lara
Una simple mujer
existe que, por
la inmensidad de
su amor, tiene
un poco de Dios;
y por la
constancia de su
dedicación,
tiene mucho de
ángel; que,
siendo muchacha,
piensa como una
anciana y,
siendo mayor,
actúa con las
fuerzas todas de
la juventud;
cuando
ignorante, mejor
que cualquier
sabio desvenda
los secretos de
la vida y,
cuando sabia,
asume la
simplicidad de
los niños;
pobre, sabe
enriquecerse con
la felicidad de
los que ama, y
rica, se
empobrece para
que su corazón
no sangre herido
por los
ingratos;
fuerte, no
obstante
estremece al
lloro de un
bebé, y débil,
no obstante se
torna más grande
con la bravura
de los leones;
viva, no sabemos
darle valor
porque a su
sombra todos los
dolores se
apagan, y
muerta, todo lo
que somos y todo
lo que tenemos
daríamos para
verla de nuevo y
de ella recibir
un abrazo
cariñoso, una
palabra de sus
labios.
No exijan de mí
que diga el
nombre de esa
mujer, si no
quisiesen que
empape de
lágrimas este
álbum, porque yo
la vi pasar en
mi camino.
Cuando crezcan
sus hijos, leed
para ellos esta
página. Ellos
les cubrirán de
besos la frente,
y dirán que un
pobre viandante,
en cambio del
suntuoso
hospedaje
recibido, aquí
dejó para todos
el retrato de su
propia Madre.
Día de las
Madres
Giuseppe
Ghiaroni
Madre, vuelvo a
verte en el
antiguo salón
Donde una noche
te deje sin
habla
Diciendo adiós
como quien va a
morir.
Y tú me viste
desaparecer por
la niebla,
Porque el sino
de las madres es
este sino:
Amar, cuidar,
crear,
después…..perder.
Perder el hijo
es como
encontrar la
muerte.
Perder el hijo
cuando, mayor y
fuerte,
Ya podía
ampararla y
compensarla.
Pero en este
instante una
mujer bonita,
Sonriendo, lo
roba; y la vieja
madre aflictiva
Aún se vuelve
para bendecirla.
Así partí, y nos
bendijiste.
Fui olvidar el
bien que me
enseñaste,
Fui para el
mundo
deseducarme.
Y tú te quedaste
en un silencio
frío,
Mirando el lecho
que yo deje
vacío,
Cantando una
cantiga de cuna.
Hoy vuelvo
cubierto de
polvo
Y te encuentro
calladita en la
silla,
La cabeza
pendida sobre el
pecho.
Quiero besarte
la frente, y no
me atrevo.
Quiero
despertarte,
pero no sé si
debo,
No siento que me
cabe este
derecho…
El derecho de
darte este
disgusto,
De mostrarte en
las arrugas de
mi rostro
Toda miseria que
me ocurrió.
Y cuando veas la
expresión
horrible
De mi máscara
irreconocible,
Mi voz ronca a
murmullar: “¡Soy
yo!”.
Yo bebí en la
taberna de los
cretinos,
Yo blandí el
puñal de los
asesinos,
Yo anduve por el
brazo de los
canallas.
Yo fui juglar en
todas las
comedias,
Yo fui villano
en todas las
tragedias,
Yo fui cobarde
en todas las
batallas.
Yo te olvidé:
las madres son
olvidadas.
Viví la vida,
viví muchas
vidas,
Y sólo ahora,
cuando llego al
fin,
Traicionado por
la última
esperanza,
Y sólo ahora
cuando el dolor
me alcanza
Me acuerdo quien
nunca se olvidó
de mí.
¡No! Debo
volver, ser
olvidado.
Pero… ¿qué fue?
De repente oigo
un ruido.
¡La silla
rechinó, es
tarde ahora!
Mi madre se
levanta abriendo
los brazos.
Y, envolviéndome
en un millón de
abrazos,
Rindiendo
gracias, dice:
“¡Mi hijo!, y
llora.
Y llora y
tiembla como
habla y sonreí,
Y parece que
Dios entró aquí,
En vez del
último de los
condenados.
Y su llanto
empapando su
cara
Casi es como si
el cielo me
perdonase,
Me limpiase de
todos los
pecados.
¡Madre! En tus
brazos yo me
transfiguro.
Me acuerdo que
fui niño, que
fui puro…
¡Sí, tengo
madre! Y esta
ventura es tanta
Que yo comprendo
lo que
significa:
¡El hijo es
pobre, pero la
madre es rica!
¡El hijo es
hombre, pero la
madre es santa!
Santa que yo
hice envejecer
sufriendo,
Pero que me besa
como
agradeciendo
Todo el dolor
que por mi le
fue causado.
De los mundos
donde anduve
nada te traje,
Pero tú me miras
con una mirada
tan dulce
Que, nada
teniendo, no te
falta nada.
¡Día de las
Madres!
Es el día de la
bondad
Más grande que
todo el mal de
la humanidad
Purificada en un
amor fecundo.
Por más que el
hombre sea un
ser mezquino,
En cuanto la
Madre cantar
junto a una
cunita
¡Cantará la
esperanza para
el mundo!
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