Damos continuidad al estudio metódico del libro La Génesis, los Milagros y las Profecías según el Espiritismo, de Allan Kardec, cuya primera edición fue publicada el 6 de enero de 1868. Las respuestas a las preguntas sugeridas para debatir se encuentran al final del presente texto.
Preguntas para debatir
A. Para liberar a un niño de una posesión, Jesús dice que son necesarias dos condiciones. ¿Cuáles son éstas?
B. ¿Cómo curó Jesús a la hija de Jairo?
C. ¿Cómo se explican las resurrecciones realizadas por Jesús?
Texto condensado para la lectura
1015. El grado de la extensión de las facultades del Espíritu, es lo que en la encarnación, le hace más o menos apto para comprender las cosas espirituales. Sin embargo, esa aptitud no es una consecuencia que se deba al desarrollo de la inteligencia; la ciencia vulgar no la otorga, razón por la cual existen hombres de gran saber tan ciegos para las cosas espirituales, como otros lo son para las cosas materiales; son refractarios a ellas porque no las comprenden, lo que significa que todavía no progresaron en tal sentido, mientras que otros, de instrucción e inteligencia comunes, las aprenden con la mayor facilidad, lo que prueba que ya tenían una intuición previa de ellas.
1016. En cuanto al futuro del Espiritismo, como se sabe, los Espíritus son unánimes en afirmar su triunfo, a pesar de los obstáculos que se le oponen. Esta profecía les resulta fácil, en primer lugar, porque su propagación es obra personal de ellos: colaborando con el movimiento o dirigiéndolo, saben naturalmente lo que deben hacer; en segundo lugar, les basta entrever un período de corta duración: ven, en ese período, a lo largo del camino, los poderosos auxiliares que Dios les envía y que no tardarán en manifestarse.
1017. La mayoría de las veces, los acontecimientos comunes de la vida privada son consecuencia de la manera de proceder de cada uno: según sus capacidades, su habilidad, su perseverancia, prudencia y energía, éste tendrá éxito en aquello en lo que otro verá fallar todos sus esfuerzos, en razón de su ineptitud, de manera que se puede decir que cada uno es artífice de su propio futuro, futuro que jamás se encuentra sujeto a ninguna ciega fatalidad.
1018. Conociéndose el carácter de un individuo, fácilmente se puede predecir la suerte que le espera en el camino que ha emprendido.
1019. Los acontecimientos que se relacionan con los intereses generales de la Humanidad están regulados por la Providencia. Cuando algo está en los designios de Dios, se cumple a pesar de todo, ya sea de una manera u otra. Los hombres ayudan a su ejecución; pero ninguno es indispensable, pues de lo contrario, el mismo Dios estaría a merced de sus criaturas. Si fallara aquél a quien se ha encargado ejecutar la misión, otro será encargado de ella. No hay misión fatal; el hombre siempre es libre de cumplir o no lo que le ha sido confiado y que él ha aceptado voluntariamente. Si no lo hace, pierde los beneficios que de allí resulten y asume la responsabilidad del retraso que pueda resultar de su negligencia o de su mala voluntad. Si se convierte en un obstáculo para su cumplimiento, Dios puede apartarlo inmediatamente.
1020. Por lo tanto, el resultado final de un acontecimiento puede ser cierto, porque se encuentra en los designios de Dios; pero, como casi siempre los detalles y la forma de ejecución están subordinados a las circunstancias y al libre albedrío de los hombres, los caminos y los medios pueden ser eventuales. Está en las posibilidades de los Espíritus prevenirnos del conjunto, si conviene que seamos advertidos; pero para precisar lugares y fechas, sería necesario que conociesen anticipadamente la decisión que tomará tal o cual individuo. Ahora bien, si esta decisión todavía no se encuentra en su mente, según lo que decida, podrá apresurar o retrasar la realización del hecho y modificar los medios secundarios de acción, pero el mismo resultado llegará a producirse siempre.
1021. Es así, por ejemplo, que los Espíritus pueden, por el conjunto de las circunstancias, prever que una guerra se encuentra más o menos próxima, que es inevitable, pero sin poder predecir el día en que comenzará, ni los detalles de los incidentes que pueden ser modificados por la voluntad de los hombres. Para la determinación de la época de los acontecimientos futuros, será necesario además que se tome en cuenta una circunstancia inherente a la naturaleza misma de los Espíritus.
1022. El tiempo, así como el espacio, sólo pueden ser evaluados con la ayuda de puntos de referencia que lo dividen en períodos que se pueden contar. En la Tierra, la división natural del tiempo en días y años está señalada por la salida y la puesta del Sol, así como por la duración del movimiento de traslación del planeta Tierra.
1023. Las unidades de medida del tiempo necesariamente varían según los mundos, porque los períodos astronómicos son diferentes. Hay, pues, un modo diferente de calcular la duración en cada mundo, conforme la naturaleza de las revoluciones astrales que se efectúan en él. Además, fuera de los mundos, estos medios de apreciación no existen. Para un Espíritu, en el espacio, no hay ni salida ni puesta de Sol que marque los días, ni revolución periódica que marque los años; para él sólo hay duración y espacio infinitos.
1024. Cuando un Espíritu extraño a la Tierra viene a manifestarse, sólo puede asignar fechas a los acontecimientos identificándose con nuestros hábitos; ahora bien, esto sin duda es posible para él, pero la mayoría de las veces, no encuentra ninguna utilidad en esa identificación.
1025. Los Espíritus que componen la población invisible de nuestro mundo, en el que ya han vivido y donde continúan participando en nuestra vida, están naturalmente identificados con nuestros hábitos, cuyo recuerdo guardan en la erraticidad. Podrían, por lo tanto, determinar con mayor facilidad las fechas de los acontecimientos futuros, cuando las conocen; pero además de que esto no les está siempre permitido, se ven impedidos debido a que los detalles de las circunstancias están subordinados al libre albedrío y a la decisión eventual del hombre, por lo que realmente no existe ninguna fecha exacta, sino después que el acontecimiento se cumpla.
1026. He ahí por qué las profecías circunstanciadas no pueden ofrecer el sello de la certidumbre y sólo deben ser aceptadas como probabilidades, aun cuando no lleven la tacha de legítima sospecha. Por eso mismo, los Espíritus verdaderamente sabios nunca predicen nada para fechas determinadas, y se limitan a prevenirnos sobre el resultado de las cosas que nos conviene que conozcamos. Insistir en obtener información precisa es exponerse a las mixtificaciones de los Espíritus frívolos que predicen todo lo que se quiera, sin preocuparse por la verdad.
1027. La Humanidad contemporánea también tiene sus profetas. Más de un escritor, poeta, literato, historiador o filósofo han plasmado en sus escritos la marcha futura de acontecimientos, cuya realización vemos hoy. Esta aptitud, sin duda, muchas veces deriva de la rectitud del juicio para deducir las consecuencias lógicas del presente; pero otras veces, es el resultado de una clarividencia especial inconsciente, o de una inspiración que llega del exterior.
1028. Lo que esos hombres hicieron cuando vivos, con mayor razón y mayor exactitud, pueden hacerlo en el estado de Espíritus libres, cuando no tienen la visión espiritual oscurecida por la materia.
1029. Nadie es profeta en su tierra – Habiendo venido a su tierra natal, Jesús los instruía en las sinagogas, de tal manera que se maravillaban y decían: ¿De dónde le vinieron esta sabiduría y estos milagros? ¿No es el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? Sus hermanas, ¿no están todas entre nosotros? ¿De dónde, pues, le vienen todas estas cosas? Y así hacían de él un objeto de escándalo. Pero Jesús les dijo: Un profeta sólo no es honrado en su tierra y en su casa. Y no hizo allá muchos milagros debido a la incredulidad de ellos. (Mateo, cap. XIII, v. 54-58.)
1030. De esta manera, Jesús enunció una verdad que se convirtió en proverbio, que es de todos los tiempo y a la cual se le podría dar mayor extensión, diciendo que nadie es profeta en vida. En el lenguaje usual, esta máxima se refiere al crédito que alguien goza entre los suyos y entre aquellos en cuyo seno vive, a la confianza que les inspira por la superioridad de su saber e inteligencia. Si hay excepciones, son raras y, en ningún caso, absolutas.
1031. El principio de esta verdad reside en una consecuencia natural de la debilidad humana y puede explicarse de este modo: La costumbre de verse desde la infancia, en todas las circunstancias ordinarias de la vida, establece entre los hombres una especie de igualdad material que, muchas veces, hace que la mayoría de ellos se niegue a reconocer una superioridad moral en el individuo que fue compañero o comensal, que salió del mismo medio que ellos y cuyas primeras debilidades todos conocen.
1032. Su orgullo sufre por tener que reconocer el ascendiente del otro. Quienquiera que se eleve por encima del nivel común esta siempre en lucha contra los celos y la envidia. Los que se sienten incapaces de llegar a la altura en que aquél se encuentra, se esfuerzan por rebajarle mediante la difamación, la maledicencia y la calumnia; cuanto más pequeños se ven, más fuerte gritan, creyendo que se engrandecen y eclipsan al otro por el ruido que hacen.
1033. Tal fue y será la historia de la Humanidad, mientras los hombres no hayan comprendido su naturaleza espiritual y extiendan su horizonte moral. Por allí se ve que tal prejuicio es propio de los Espíritus mezquinos y vulgares, que toman sus personalidades como punto de referencia de todo.
Respuestas a las preguntas propuestas
A. Para liberar a un niño de una posesión, Jesús dice que son necesarias dos condiciones. ¿Cuáles son éstas?
Refiriéndose a ese niño, los discípulos preguntaron a Jesús: “¿Por qué no pudimos expulsar a ese Espíritu?” Jesús respondió: Los Espíritus de esa especie no pueden ser expulsados sino con oración y ayuno.
Ese ayuno es interpretado por autores espíritas como el ayuno de las pasiones y no la abstinencia de alimentación, tal como podemos ver en Isaías, 58:5 y 6: “El ayuno que me agrada, ¿acaso consiste en que el hombre se mortifique durante un día? ¿Que incline la cabeza como un junco y se acueste sobre el silicio y la ceniza? ¿Podéis llamar a esto ayuno, un día agradable al Señor? ¿Sabéis cuál es el ayuno que yo aprecio? – dice el Señor, tu Dios: Es romper las cadenas injustas, desatar las cuerdas de la opresión, dejar libres a los oprimidos y romper todo tipo de yugo”. (La Génesis, cap. XV, ítems 31 a 33.)
B. ¿Cómo curó Jesús a la hija de Jairo?
Al llegar a la casa del jefe de la sinagoga, Jesús vio una aglomeración confusa de personas que lloraban y daban grandes gritos. Entrando, les dijo: “¿Por qué hacéis tanto alboroto y lloráis? Esta niña no está muerta, sólo está dormida”. En seguida, haciendo salir a toda la gente del lugar, el Maestro llamó al padre y a la madre de la niña y a los que habían venido con Él, y entró en el lugar donde estaba la niña acostada. Tomó su mano y le dijo: Talitha cumi, es decir: Hija mía, levántate, yo te lo ordeno. En ese mismo instante la niña se levantó y se puso a andar, pues tenía doce años, y todos quedaron maravillados y asombrados. (La Génesis, cap. XV, ítems 37 a 38.)
C. ¿Cómo se explican las resurrecciones realizadas por Jesús?
Es muy probable que en los casos de resurrección mencionados en los evangelios sólo se tratase una muerte aparente, un síncope, un letargo o un fenómeno de catalepsia, y no una muerte corporal real, como en el caso de la hija de Jairo, el mismo Jesús dijo positivamente: “Esta niña no está muerta, sólo está dormida”.
Dado el poder fluídico que Él tenía, no es sorprendente que ese fluido vivificante irradiado por Él, impulsado por una fuerte voluntad, haya reanimado los sentidos entumecidos y que incluso haya hecho volver al cuerpo el Espíritu a punto de abandonarlo, siempre que el lazo periespiritual todavía no estuviese roto definitivamente.
Para los hombres de aquella época, que consideraban muerto al individuo cuando dejaba de respirar, era comprensible que creyesen que había sucedido el fenómeno de resurrección en tales casos.
La resurrección de Lázaro no invalida de ningún modo este principio. Además, tal como en el caso de la hija de Jairo, Juan informa que, refiriéndose al amigo supuestamente muerto, el Maestro afirmó: “Lázaro, nuestro amigo, duerme, pero voy a despertarlo”. (Juan 11:11.) (La Génesis, cap. XV, ítems 37 a 40.)