Volviendo a casa,
después de clases, Cayo
iba pensando lo que le
diría a su mamá.
Era viernes. Un
compañero lo había
invitado a salir en la
noche con unos amigos.
Al llegar, preguntó:
- Mamá, ¿puedo salir
esta noche?
Sorprendida, ella
preguntó con quién
quería salir.
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- ¿Por qué quieres
saber, mamá? – el joven
respondió, irritado.
- Soy tu mamá, Cayo, y
soy responsable por ti,
que apenas tienes doce
años.
Él arrojó su mochila
sobre la silla, con
furia:
- ¿Por qué tienes que
ser así? Las otras
mamás son buenas y dejan
que sus hijos hagan lo
que quieren.
- No vas y punto. Ahora
vete a tomar una ducha.
Cayo salió enojado y se
fue a su cuarto. Al
llegar, |
el papá notó el
ceño fruncido de
su hijo.
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- ¿Qué pasó, Cayo?
- Es que quiero salir
hoy en la noche y mamá
no me deja. Es sólo un
paseíto con mis amigos,
papá. ¡No es nada más!
¡Déjame ir!
El papá pensó un poco y
quiso saber:
- ¿Quiénes son esos
jóvenes? ¿Conocemos a
sus familias?
- No, papá. Pero es
gente buena. Créeme.
- Lo siento mucho, hijo
mío. No podemos dejar
que tú, siendo un niño
aún, salga con personas
que no conocemos. Hay
que tener cuidado.
Somos
responsables
de ti.
Cayo se paró de la mesa
y fue a llorar a su
cuarto.
Después, oyó un ligero
golpe en la puerta. Era
su mamá que venía a ver
como estaba.
- Trata de entender,
hijo mío. Existe mucha
violencia en estos días
y no te podemos dejar
salir. Hacemos esto
porque te amamos.
Aún
enojado,
Cayo respondió:
- No te preocupes mamá.
Estoy bien. Me voy a
dormir más temprano.
- Entonces, que duermas
bien, hijo mío. Que
Jesús te bendiga. ¿Vamos
a hacer una oración?
Ella hizo una oración
con él y en seguida le
dio un beso en la
frente. Después salió
del cuarto, cerrando la
puerta.
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Pero Cayo tenía otros
planes. Se cambió de
ropa, abrió la ventana y
saltó, cayendo en el
jardín. De ahí hasta la
calle era fácil.
Luego, muy feliz, caminó
al encuentro de sus
amigos.
Fueron a una cafetería,
pidieron una merienda y
se divirtieron mucho.
Más tarde, uno de los
jóvenes comenzó una
pelea y tuvieron que
salir del local.
Caminaron por las calles
desiertas hablando en
voz alta y molestando a
las pocas personas que
transitaban.
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A Cayo no le estaba
gustando nada de eso,
pero no podía hacer
nada. De repente, uno de
los jóvenes encendió un
fósforo y prendió fuego
a unas plantas secas.
Otro lanzó una piedra a
una ventana, rompiendo
el vidrio. Un tercero
reventó los neumáticos
de un carro, y un cuarto
rompió una señal de
tránsito.
Todos se reían
hallándolo muy gracioso.
Cayo trató de
detenerlos, pero no le
hicieron caso. De
repente, apareció un
carro de policía y todos
fueron llevados al
Consejo Tutelar y
tuvieron que dar
explicaciones.
Los padres de Cayo
fueron notificados, y
fueron pronto a buscar a
su hijo. Estaban
perplejos.
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- ¡Pensamos que nuestro
hijo estaba durmiendo! –
justificaron.
El consejero explicó lo
que había sucedido.
- Y los papás de los
otros jóvenes, ¿por qué
no están aquí? –
preguntó la mamá de
Cayo.
- No fueron hallados. En
fin, no hay quién se
responsabilice por
ellos. Se quedarán aquí
hasta que aparezca
alguien que los busque.
Cayo y sus papás
volvieron a casa. En el
carro, todos estaban
callados. Después de
entrar a casa, Cayo
dijo a sus padres:
- ¡Papá! ¡Mamá! Sé que
tienen toda la razón
para estar avergonzados
de lo que hice. Yo
también lo estoy. Siento
mucho haberme escapado.
- Podría haber sido
mucho peor, hijo mío.
Por suerte, los
muchachos confesaron –
habló la mamá.
- Lo sé, mamá. Ahora
comprendo que tenían
razón. Yo no los conocía
realmente. Cuando vi lo
que hacían, tuve miedo.
Intenté detenerlos, pero
no me escuchaban.
- Que esta noche te
sirva de lección, hijo
mío – consideró el papá.
- Puedes tener la
seguridad de que me
sirvió de lección, papá.
Pasé mucho miedo y nunca
más quiero tener otra
experiencia igual. Ahora
comprendo la bendición
de tener padres
responsables como
ustedes.
Después, Cayo miró a sus
padres con los ojos
húmedos, y suplicó:
- ¿Me pueden perdonar?
Los papás, aliviados, lo
envolvieron en un abrazo
cariñoso, mostrando todo
el amor que sentían por
él y la satisfacción de
tenerlo en casa, seguro.
Algunos días después,
llegó el Día de la
Madre.
Cayo compró un lindo
ramo de flores y se lo
entregó a su mamá con
una sonrisa.
- Mamá, yo te amo. Y
ahora comprendo por qué
los papás tienen que
tener cuidado con sus
hijos. Eso representa el
gran amor que sienten
por ellos.
El niño dio un fuerte
abrazo a su mamita.
Después dijo:
- Gracias, mamá. Por
todo.
TIA CÉLIA
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