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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 9 - N° 414 - 17 de Mayo de 2015

Traducción
Carmen Morante - carmen.morante9512@gmail.com
 

 

¡Que helado tan delicioso!
 

  

Gustavo, hijo de una familia rica, era muy orgulloso. Vivía en una casa grande y hermosa, donde no le faltaba nada. Todo lo que pedía, su  papá se lo daba.

Como no podía ser de otra manera, debido a sus condiciones de vida, Gustavo también era muy egoísta. Nunca dejaba nada para nadie.

Cierto día, Gustavo salió de casa y, con la mano en el bolsillo, sentía plena satisfacción por el dinero que su papá le había dado para comprar lo que quisiera.

El orgulloso niño comenzó a caminar por las calles mirando todo lo que podía comprarse con el dinero que tenía en su bolsillo. Miraba las vitrinas de ropa, de zapatos, de juguetes, pero nada le interesaba. 
 

Caminó mucho bajo el fuerte sol del verano hasta sentirse cansado. En cierto momento, decidió parar para descansar. Pero antes vio una heladería y compró un helado. Después, se sentó en un banco frente a la heladería.

Apenas se había sentado a la sombra, ansioso por comenzar a tomar su delicioso helado, cuando un muchacho andrajoso se sentó también en el mismo banco.

Irritado con la presencia del muchacho de ropa vieja y sucia, que parecía hambriento, Gustavo se volvió hacia el otro lado, fingiendo no haberlo visto. Pero el niño miraba el helado que Gustavo tenía en la mano y dijo con una sonrisa:

-¡Qué hermoso helado! ¡Debe estar delicioso! Ah! ¡Cómo me gustaría probarlo!

Al oír esas palabras del niño, Gustavo levantó aún más su cabeza, con arrogancia, y dijo:

- ¡Pues no probarás de mi helado! ¡Sólo esto me faltaba! ¡Tener que darte una cucharada de mi delicioso helado! ¡Fuera de aquí, chiquillo!

Pero el pobrecito respondió:

- ¿Cómo puede alguien como tú, que tiene buena ropa, que usa zapatillas caras y que debe tenerlo todo, ser tan egoísta? ¡Si yo tuviese lo que tú tienes, ayudaría a quien no tiene!...

Escuchando al niño de la calle, Gustavo se puso rojo de rabia y no sabía si responder o tomar su helado, que comenzaba a derretirse en su mano. Y respondió:

- ¡Sí, soy rico! ¿Y qué? ¡Puedo comprar todo lo que quiera! ¡Incluso este helado! Pero es mío y no voy a compartirlo con nadie, mucho menos con un niño maleducado como tú, ¿entendiste?
 

Viendo a Gustavo enojado, sonrió al darse cuenta que el helado ya chorreaba por su brazo, y sugirió:

- Creo que mejor deberías tomar tu helado, sino te quedarás sin él. ¡Mira! ¡Se está derritiendo todo!

- Es tu culpa, atrevido. ¡Si me hubieras dejado tomar mi helado en paz, esto no habría pasado!

De buen humor, el niño respondió:
 

- ¡Es verdad! Pero si tú me hubieras invitado una cucharada cuando te lo pedí, no hubieras perdido tu helado. ¿Viste? ¡Por ser egoísta, perdiste tu delicioso helado!

Gustavo miró con tristeza su helado derretido en su mano. Después se volteó hacia el niño que lo miraba, también desolado, y que se lamentó:

- Discúlpame. Al verte tan bien vestido, limpio y perfumado, todo orgulloso y además con un delicioso helado en las manos, no pude resistir la tentación de jugar contigo. Estoy arrepentido. Ahora ni tú ni yo podremos probar el helado, ¡que ya se chorreó por toda tu ropa!

La expresión del niño era conmovedora y graciosa al mismo tiempo. Gustavo comenzó a reír. Después de un rato los dos reían sin parar.

En seguida, Gustavo dijo:

- Tienes razón. Fui muy egoísta. ¿Cómo te llamas?

- Juanito. ¿Y tú?
 

- Gustavo. ¿Sabes lo que voy a hacer? ¡Ven conmigo! Voy a comprar dos helados: ¡uno para mí y otro para ti!

- ¿En serio, Gustavo?

- ¡Claro! ¡Como tú dijiste, tengo dinero!

- ¡Ah! ¿Y puedo escoger el sabor?
 

- Claro que puedes.

- ¡Ah! ¡Entonces, quiero uno de chocolate y fresa! Siempre pensé que deberían ser los mejores sabores, pero nunca pude comprar uno. ¡Así que hoy voy a probarlos!

Después de pedir los helados, se sentaron en un banco y saborearon aquellas delicias, riendo y conversando como buenos amigos. Al terminar de tomar su helado, Juanito llevó la mano a su barriga y, respirando a fondo, con expresión de satisfacción, dijo:

- ¡Ah! ¡Qué helado tan delicioso! Gracias, Gustavo, por tu generosidad.

Al llegar a casa, le contó a sus papás lo que le había sucedido y cómo se avergonzó delante del niño, con el helado derretido en las manos. Y, con una sonrisa, prometió:

- Dios no ha dado mucho; ¿no es así, papá? ¿Por qué no podemos compartir un poco de lo mucho que tenemos con quien tiene menos que nosotros? ¡Sentí tanta satisfacción al ver la alegría de Juanito, que mi corazón se hinchó dentro de mi pecho! ¡No quiero ser orgulloso y egoísta con nadie nunca más!... ¡Creo que Jesús está contento conmigo!

El papá asintió, satisfecho:

- Sin duda, hijo mío. El hecho de que tengamos dinero no significa que debemos considerarnos mejores que las otras personas, porque todos somos hermanos, hijos de Dios, ¡Nuestro Padre!

A partir de ese día, Gustavo nunca más olvidó que el orgullo y el egoísmo no nos traen nada bueno, alejan las personas de nosotros y nos impiden hacer amigos. Y durante toda su vida, nunca olvidó esa lección que le dio un niño de la calle.

MEIMEI

(Mensaje recebido por Célia X. Camargo el 13/04/2015.)            

 


                                                                                   



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Revista Semanal de Divulgación Espirita