Damos continuidad al estudio metódico del libro La Génesis, los Milagros y las Profecías según el Espiritismo, de Allan Kardec, cuya primera edición fue publicada el 6 de enero de 1868. Las respuestas a las preguntas sugeridas para debatir se encuentran al final del presente texto.
Preguntas para debatir
A. ¿De qué manera se opera el progreso de la Humanidad?
B. El actual orden de cosas deja mucho que desear. ¿Qué le falta?
C. Los cambios anunciados por Jesús, ¿se realizarán sin conmociones?
Texto para la lectura
1155. Si bien la Tierra ya no debe temer a los cataclismos generales, no por ello deja de estar sometida a revoluciones periódicas cuyas causas son explicadas, desde el punto de vista científico, en las siguientes instrucciones suscritas por dos eminentes Espíritus (1):
«Cada cuerpo celeste, además de las leyes simples que presiden la división de los días y las noches, las estaciones, etc., experimenta revoluciones que requieren miles de siglos para su realización completa, pero al igual que las revoluciones más breves, pasan por todos los períodos, desde el nacimiento hasta el auge del efecto, después del cual continúa en un decrecimiento hasta el último límite, para recomenzar en seguida el recorrido de las mismas fases.
«El hombre sólo abarca las fases de duración relativamente cortas, de las cuales puede comprobar su periodicidad. Pero hay algunas que comprenden a numerosas generaciones de seres, e incluso sucesiones de razas, cuyos efectos, consecuentemente, se presentan ante él con la apariencia de novedad y de espontaneidad, mientras que si su mirada pudiese proyectarse hacia atrás algunos miles de siglos, vería entre esos mismos efectos y sus causas, una correlación que ni siquiera sospecha. Esos períodos que confunden la imaginación de los humanos por su relativa duración son, sin embargo, instantes en la duración eterna.
«En un mismo sistema planetario, todos los cuerpos que lo constituyen actúan unos sobre otros; todas las influencias físicas son solidarias entre sí y no hay un solo efecto de esos que designáis por el nombre de grandes perturbaciones, que no sea consecuencia de las influencias de todo ese sistema. Voy más lejos: digo que los sistemas planetarios actúan unos sobre otros en razón de la aproximación o del alejamiento que resulta de sus movimientos de traslación a través de las miríadas de sistemas que componen nuestra nebulosa. Voy más lejos aún: digo que nuestra nebulosa, que es como un archipiélago en la inmensidad, al tener también su movimiento de traslación a través de las miríadas de nebulosas, sufre la influencia de aquellas a las que se aproxima. De esta manera las nebulosas actúan sobre las nebulosas y los sistemas actúan sobre los sistemas, como los planetas actúan sobre los planetas y como los elementos de cada planeta actúan los unos sobre los otros, y así sucesivamente hasta el átomo. De allí que, las revoluciones locales o generales en cada mundo, parecen perturbaciones porque la brevedad de la vida sólo permite que se perciban los efectos parciales.
«La materia orgánica no podía escapar a esas influencias; las perturbaciones que ella sufre pueden, pues, alterar el estado físico de los seres vivos y determinar algunas de esas enfermedades que atacan de manera general a las plantas, los animales y los hombres; enfermedades que, como todos los flagelos, son para la inteligencia humana un estimulante que la impulsa, por fuerza de la necesidad, a buscar medios para combatirlos y descubrir las leyes de la Naturaleza. Pero la materia orgánica actúa a su vez sobre el Espíritu. Por su contacto y su unión íntima con los elementos materiales, éste también sufre influencias que modifican sus disposiciones, pero sin quitarle su libre albedrío, que sobreexcitan o atenúan su actividad y, por ello, contribuyen a su desarrollo. La efervescencia que se manifiesta a veces en toda una población, entre los hombres de una misma raza, no es algo fortuito ni producto de un capricho; tiene su origen en las leyes de la Naturaleza. Esa efervescencia, inconsciente al principio, que no es sino un vago deseo, una aspiración indefinida hacia algo mejor, una necesidad de cambio, se traduce por una sorda agitación, después por actos que conducen a revoluciones sociales que, creedlo, tienen también su periodicidad, como las revoluciones físicas, pues todo se encadena. Si no tuvieseis la visión espiritual limitada por el velo de la materia, veríais las corrientes fluídicas que, como miles de hilos conductores, unen las cosas del mundo espiritual con las del mundo material.
«Cuando os dicen que la Humanidad ha llegado a un período de transformación y que la Tierra debe elevarse en la jerarquía de los mundos, no veáis en esas palabras nada de místico; ved, por el contrario, el cumplimiento de una de las grandes leyes fatales del Universo, contra la cual toda la mala voluntad humana se quiebra. ARAGO.»
1156. Este es el segundo mensaje:
«La Humanidad terrestre, habiendo llegado a uno de esos períodos de crecimiento, está desde hace casi un siglo en pleno trabajo de transformación, por lo que la vemos agitarse por todos lados, presa de una especie de fiebre y como impulsada por una fuerza invisible. Así continuará hasta que se haya estabilizado otra vez sobre nuevas bases. Quien la observe, entonces, la encontrará muy cambiada en sus costumbres, su carácter, sus leyes, sus creencias, en una palabra: en todo su estado social.
«Algo que nos parecerá extraño, pero que no por ello no deja de ser una rigurosa verdad, es que el mundo de los Espíritus, mundo que os rodea, experimenta la repercusión de todas las conmociones que agitan al mundo de los encarnados. Digo incluso que éste participa activamente en esas conmociones. Esto no resulta sorprendente para quien sabe que los Espíritus forman un todo con la Humanidad; que salen de ella y a ella deben volver, siendo pues natural que se interesen en los movimientos que se operan entre los hombres. Estad seguros que cuando se produce una revolución social en la Tierra, afecta igualmente al mundo invisible, donde todas las pasiones, buenas y malas, se exacerban, como entre vosotros. Una indecible efervescencia reina en la colectividad de los Espíritus que todavía forman parte de vuestro mundo y esperan el momento de volver a él.
«A la agitación de los encarnados y desencarnados se unen a veces, y con frecuencia, ya que todo se encadena en la Naturaleza, las perturbaciones de los elementos físicos. Entonces, durante un tiempo, se produce una verdadera confusión general, pero que pasa como un huracán, después de la cual el cielo vuelve a estar sereno y la Humanidad, restablecida sobre nuevas bases, imbuida de nuevas ideas, comienza a recorrer una nueva etapa de progreso.
«Es en el período que ahora se inicia, que el Espiritismo florecerá y dará frutos. Trabajáis, por lo tanto, más para el futuro que para el presente. Pero era necesario que esos trabajos se preparasen anticipadamente, porque ellos trazan los caminos de la regeneración por la unificación y racionalidad de las creencias. Dichosos los que los aprovechan desde ahora. Muchas penas evitarán, así como muchos serán los beneficios que de ellos obtendrán. Doctor BARRY.»
1157. Según los mensajes que preceden, como consecuencia del movimiento de traslación que realizan a través del espacio, los cuerpos celestes ejercen, unos sobre otros, mayor o menor influencia según su aproximación entre sí y sus posiciones respectivas; que esa influencia puede producir una perturbación momentánea en sus elementos constitutivos y modificar las condiciones de vitalidad de sus habitantes; que la regularidad de sus movimientos determina el regreso periódico de las mismas causas y de los mismos efectos; que, si es demasiado corta la duración de ciertos períodos para ser apreciados por los hombres, otros ven pasar generaciones y razas sin que nadie se aperciba de ello, y para quienes resulta normal el estado de cosas que observa. Por el contrario, las generaciones contemporáneas a la transición sufren la repercusión y todo les parece que escapa a las leyes ordinarias. Esas generaciones ven una causa sobrenatural, maravillosa, milagrosa, en lo que, en realidad, sólo es el cumplimiento de las leyes de la Naturaleza.
1158. Si, por el encadenamiento y la solidaridad de las causas y los efectos, los períodos de renovación moral de la Humanidad coinciden, como todo lleva a creerlo, con las revoluciones físicas del planeta, dichos períodos pueden estar acompañados o precedidos por fenómenos naturales, insólitos para los que no se encuentran familiarizados con ellos, de meteoros que parecen extraños, de un recrudecimiento y una intensidad inusual de flagelos destructores, que no son ni causa ni presagios sobrenaturales, sino una consecuencia del movimiento general que se opera en el mundo físico y en el mundo moral.
1159. Al anunciar la época de renovación que debía iniciarse para la Humanidad y determinar el fin del viejo mundo, Jesús pudo decir entonces que ésta estaría marcada por fenómenos extraordinarios, temblores de tierra, plagas diversas y señales en el cielo, que no son otra cosa que meteoros, sin la anulación de las leyes naturales. Pero el vulgo ignorante vio en esas palabras la predicción de hechos milagrosos.
1160. La previsión de movimientos progresivos de la Humanidad no tiene nada de sorprendente entre los seres desmaterializados, que ven el objetivo al cual tienden todas las cosas, teniendo algunos de ellos el conocimiento directo del pensamiento de Dios. Por los movimientos parciales, estos seres perciben en qué época se podrá cumplir un movimiento general, del mismo modo que el hombre puede calcular de antemano el tiempo que un árbol requiere para dar frutos, del mismo modo que los astrónomos calculan la época de un fenómeno astronómico por el tiempo que un astro necesita para cumplir su revolución.
1161. La Humanidad es un ser colectivo en el que se operan las mismas revoluciones morales por las que pasa todo ser individual, con la diferencia que unas se realizan de año en año, y las otras de siglo en siglo. Si se acompaña a la Humanidad en sus evoluciones a través de los tiempos, se verá la vida de las diversas etnias marcada por períodos que dan a cada época una fisonomía particular.
1162. La marcha progresiva de la Humanidad se opera de dos maneras: una gradual, lenta e insensible, si se consideran las épocas consecutivas que se traducen en mejoras sucesivas en los hábitos, leyes y costumbres, mejoras que se pueden percibir sólo con el transcurrir del tiempo, como los cambios que las corrientes de agua ocasionan en la superficie del planeta; la otra, por movimientos relativamente bruscos, semejantes a los de un torrente que, rompiendo los diques de contención, traspone en pocos años el espacio que le llevaría siglos en recorrer.
1163. Es, entonces, un cataclismo moral que devora en breves momentos a las instituciones del pasado y al cual sucede un nuevo orden de cosas que se establece poco a poco, a medida que se restaura la calma y se vuelve definitiva.
(1) Extracto de dos comunicaciones recibidas en la Sociedad de París, y publicadas en la Revue Spirite de octubre de 1968, pág. 313. Son el corolario de las dadas por Galileo, reproducidas en el capítulo VI, y un complemento al capítulo IX, sobre las revoluciones del globo.
Respuestas a las preguntas propuestas
A. ¿De qué manera se opera el progreso de la Humanidad?
Este doble progreso se realiza de dos maneras: una, lenta, gradual e insensible; la otra, caracterizada por cambios bruscos, en cada uno de los cuales corresponde un movimiento ascensional más rápido, que señala con huellas muy marcadas, los períodos progresivos de la Humanidad.
Esos movimientos, subordinados en los detalles al libre albedrío de los hombres, son en cierto modo, fatales en su conjunto, porque están sometidos a leyes, como los que se verifican en la germinación, crecimiento y madurez de las plantas. Es por eso que el movimiento progresivo se efectúa a veces de manera parcial, es decir, limitado a una raza o a una nación, y otras veces de modo general.
El progreso de la Humanidad se cumple, pues, en virtud de una ley. Ahora bien, como todas las leyes de la Naturaleza son obra eterna de la sabiduría y presencia divinas, todo lo que es efecto de esas leyes es resultado de la voluntad de Dios, no de una voluntad accidental y caprichosa, sino de una voluntad inmutable. Por lo tanto, cuando la Humanidad está madura para subir un grado, se puede decir que los tiempos señalados por Dios han llegado, como se puede decir también que tal estación ha llegado por la madurez y cosecha de los frutos. (La Génesis, cap. XVIII, ítems 1 a 4; 7 a 13.)
B. El actual orden de cosas deja mucho que desear. ¿Qué le falta?
Al actual orden de cosas aún le falta hacer que reinen en el mundo la caridad, la fraternidad y la solidaridad. Pero los hombres no pueden lograrlo con sus creencias e instituciones anticuadas, vestigios de otra edad, buenas para cierta época, suficientes para un estado de transición, pero que habiendo dado todo lo que podían dar, serían hoy un obstáculo.
Ya no es, pues, sólo el desarrollo intelectual lo que los hombres necesitan, sino la elevación del sentimiento y, para esto, es necesario destruir todo lo que sobreexcite en ellos el egoísmo y el orgullo.
Tal es el período en el que de ahora en adelante la Humanidad deberá entrar y que señalará una de las fases principales de su historia. La generación futura, liberada de las escorias del viejo mundo y formada por elementos más depurados, se encontrará animada por ideas y sentimientos muy diferentes de los de la generación actual, que se va a pasos agigantados. El viejo mundo habrá muerto y sólo vivirá en la Historia, como sucede hoy con los tiempos de la Edad Media, con sus costumbres bárbaras y sus creencias supersticiosas. (La Génesis, cap. XVIII, ítems 5 y 6.)
C. Los cambios anunciados por Jesús, ¿se realizarán sin conmociones?
No. Un cambio tan radical como el que se está elaborando no puede realizarse sin conmociones. Habrá, inevitablemente, una lucha de ideas. De ese conflicto nacerán forzosamente perturbaciones pasajeras, hasta que el terreno se encuentre allanado y el equilibrio restablecido.
Es, pues, de esa lucha de ideas que surgirán los graves acontecimientos anunciados y no de los cataclismos o catástrofes puramente materiales. Los cataclismos generales eran consecuencia del estado de formación de la Tierra. Hoy, ya no son las entrañas del planeta las que se agitan: son las de la Humanidad.
La efervescencia que se manifiesta a veces en toda una población, entre los hombres de una misma raza, no es algo fortuito ni producto de un capricho; tiene su origen en las leyes de la Naturaleza. Esa efervescencia, inconsciente al principio, que no es sino un vago deseo, una aspiración indefinida hacia algo mejor, una necesidad de cambio, se traduce por una sorda agitación, después por actos que conducen a revoluciones sociales que tienen también su periodicidad, como las revoluciones físicas, pues todo se encadena en el Universo. (La Génesis, cap. XVIII, ítems 6 a 8.)