La candela y el
celemín
Es bien conocida
la observación
hecha por Jesús
de que no
debemos poner la
candela debajo
del celemín,
frase mencionada
por Nívea
Guimarães de
Freitas Nasser,
fundadora y
actual
presidenta de la
SODEC (Sociedad
Divulgadora del
Espiritismo
Cristiano), en
la entrevista
que nos concedió
y que es uno de
los relieves de
la presente
edición.
Cierta vez,
antes de una
conferencia
sobre ese tema,
había muchas
personas de
instrucción
mediana, el
orador procedió
a una rápida
encuesta y
descubrió que la
mayoría de las
personas que
allí se
encontraban no
sabía el
significado de
la palabra
“candela” y
menos aún de la
palabra
“celemín”. El
descubrimiento
es, en este
caso,
perfectamente
justificable,
porque son
palabras que las
personas
raramente
utilizan y pocos
conferenciantes
tienen el
cuidado de
explicarlas. (¹)
La frase dicha
por Jesús
nosotros la
encontramos en
el siguiente
trecho del
Evangelio según
San Mateo, que
hace parte del
conocido Sermón
de la Montaña:
“Vosotros sois
la luz del
mundo; no se
puede esconder
una ciudad
edificada sobre
un monte; ni se
enciende la
candela y se
coloca debajo
del celemín,
pero en el
velador, y da la
luz a todos que
están en la
casa. Así
resplandece
vuestra luz
delante de los
hombres, para
que vean
vuestras buenas
obras y
glorifiquen a
vuestro Padre,
que está en los
cielos.” (San
Mateo, 5:14-16.)
Comentando el
tema, Allan
Kardec insirió
en su obra dos
informaciones
que vale la pena
mencionar, dada
su importancia:
El poder de Dios
se manifiesta en
las más
pequeñitas
cosas, como en
las mayores. Él
no pone la
luz debajo del
celemín, por
eso que la
derrama en olas
por toda parte,
de tal manera
que sólo ciegos
no la ven.
(El Evangelio
según el
Espiritismo,
cap. VII, ítem
9.)
Lo mismo sucede
con los hombres
en general que
con los
individuos; las
generaciones
tienen su
infancia, su
juventud y su
vejez; cada cosa
debe venir a su
tiempo pues el
grano sembrado
fuera de la
estación no
fructifica.
Pero, lo que la
prudencia
aconseja ocultar
momentáneamente,
debe descubrirse
más o menos
tarde, porque
llegados a
cierto grado de
desarrollo, los
hombres buscan
ellos mismos la
luz viva; la
obscuridad les
pesa.
Habiéndoles dado
Dios la
inteligencia
para comprender
y guiarse en
las cosas de la
Tierra y del
cielo, quieren
razonar su fe;
entonces es
cuando no se
debe poner la
candela debajo
del celemín,
porque sin la
luz de la razón,
la fe debilita.
(Obra
mencionada, cap.
XXIV, ítem 4.)
(En las dos
citaciones la
negrita fue
puesta por
nosotros.)
El tema dice
respecto, como
es fácil
comprender, a la
necesidad de
divulgación de
las verdades
que, enseñadas
por Jesús o por
el Espiritismo,
pueden concurrir
para el
perfeccionamiento
moral de las
personas y, por
consecuencia,
del mundo donde
vivimos.
En un texto
titulado
“Socorro
oportuno”,
psicografado por
Francisco
Cândido Xavier y
constante del
libro Estudie
y Viva,
Emmanuel se
refirió de
manera explícita
al asunto.
“Sensibilízate
delante del
hermano
positivamente
obsedido y
esmérate en
ofertarle el
esclarecimiento
salvador con que
la Doctrina
Espírita te
favorece.
Bendito sea el
impulso que te
lleva a socorrer
semejante
enfermo del
alma; no
obstante,
refleja en los
otros, los que
se encuentran en
las últimas
trincheras de la
resistencia al
desequilibrio
espiritual.
Por un enajenado
que se candidata
a las terapias
del manicomio,
centenares de
fronterizos de
la obsesión se
encuentran muy
cerca de ti en
la experiencia
cotidiana.
Apartados de su
ambiente en un
mundo que aún no
dispone de
recursos que les
alivien el
íntimo
atormentado,
esperan por algo
que les
pacifiquen las
energías, a la
manera de
viajeros que se
dispersaron en
las tinieblas,
suspirando por
un rayo de luz…
Marchaban
resguardados en
la honestidad y
se vieron
lesionados a
golpes de
crueldad,
mascarada de
inteligencia;
abrazaron tareas
edificantes y
fueron golpeados
por la injuria,
acusados de
faltas que jamás
serían capaces
de cometer; se
entregaron,
tranquilos, a
compromisos que
supusieron
incorruptibles y
acabaron
pisoteados en
los sueños más
puros;
edificaron el
hogar, como
siendo un camino
de elevación, y
se reconocieron,
dentro de él, a
la manera de
prisioneros sin
esperanza;
crearon hijos,
invistiendo en
casa toda su
riqueza de ideal
y ternura, en la
expectativa de
encontrar
compañeros
benditos para la
vejez, y se
encontraron
relegados a
extremo
abandono;
salieron de la
juventud, plenos
de aspiraciones
renovadoras y
toparon
enfermedades que
les atenazan la
vida… Y, con
ellos, los que
se acusan
desajustados,
tenemos aun los
que vinieron de
cuna en
aflicción y
penuria, los que
se enmarañaron
en laberintos de
tedio, por
demasía de
confort, los que
extenúan en las
responsabilidades
que esposaron y
los portan en el
cuerpo dolorosas
inhibiciones…
Acuérdate de
ellos, los casi
locos de
sufrimiento, y
trabaja para que
la Doctrina
Espírita les
extienda socorro
oportuno. Para
eso, estudiemos
Allan Kardec, al
resplandor del
mensaje de
Jesucristo, y,
sea en el
ejemplo o en la
actitud, en la
acción o en la
palabra,
recordemos que
el Espiritismo
nos solicita una
especie
permanente de
caridad – la
caridad de su
propia
divulgación.”
(Estudie
y Viva, cap. 40,
obra publicada
por la FEB en el
año de 1965.)
(La negrita es
nuestra.)
Delante de todo
el expuesto y
del que escribió
Emmanuel,
creemos que no
sea necesario
agregar más nada
acerca de la
importancia de
la divulgación
del Evangelio y
de las
enseñanzas
espíritas, no
más que esta
pequeña
proposición: -
¿Si tales
lecciones nos
hacen tan bien,
por qué no las
dividir con el
prójimo?
(¹) Candela
(del latín
candela, ‘vela
de sebo o cera’)
designa la vela
de cera o un
pequeño aparato
de iluminación,
que se cuelga en
un clavo, con
recipiente de
hoja de Flandes,
barro u otro
material,
abastecido con
aceite, en lo
cual se embebe
una mecha. Lo
mismo que
candela, candil
o lamparilla.
Celemín
(del árabe
al-kayl, ‘medida
de cereales’)
designa el
recipiente de
granos de
cereales, con
capacidad de
36,27 litros. La
palabra es
utilizada
también como
medida de
superficie
agraria que
equivale a 4,84
hectáreas en
Minas Gerais,
Rio de Janeiro y
Goiás y a 2,42
hectáreas en São
Paulo.
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