Hacia el final del día,
después de hacer las
tareas, sentado en el
pórtico de su casa,
José, un joven de doce
años, conversaba con su
mamá.
Estaba pasando por una
edad difícil y todo era
para él un problema, una
irritación, una
rebeldía.
La mamá, con paciencia,
le explicaba que, en la
vida, todo tenía una
razón de ser. Que Dios,
Creador del Universo y
Padre de todos, sabía
exactamente lo que cada
uno de sus hijos
necesitaba para aprender
y mejorar.
 |
En ese momento, pasó un
hombre en una silla de
ruedas, conducido por un
joven que lo llevaba a
la plazoleta frente a la
casa de Joel. El
muchacho detuvo la
silla, se inclinó para
hablar con el hombre,
después cogió su mochila
y lo dejó solo.
Acompañando la escena,
Joel se volteó hacia su
mamá, indignado:
- ¿Viste eso, mamá? ¡Ese
señor en la silla de
ruedas, además de no
poder andar, ocupa el
tiempo del muchacho, que
se fue a la escuela! ¿Te
parece eso justo? ¡Ese
hombre haría más si se
quedara en casa o
desapareciera, dejando
al joven en paz!
|
La mamá se volteó hacia
el hijo, sorprendida:
|
- ¿Realmente piensas
así, Joel? Hijo mío,
nosotros no sabemos los
lazos que unen a este
señor con el joven de la
mochila que, imagino, se
ha ido a estudiar.
- ¡Ah, mamá! Ninguno
merece un peso como ese,
¿no crees?
La señora intercambió
una mirada con el hijo y
dijo:
- Y si fuésemos
nosotros, tu papá o yo,
quienes estuviésemos
enfermos, sin poder
caminar, ¿pensarías de
la misma manera?
Joel se quedó callado;
después dijo que no
sabría qué hacer. La
mamá, con tristeza, le
explicó:
- Para juzgar hijo mío,
es necesario conocer la
historia de las personas.
¡Piensa en eso! Voy a
preparar la merienda.
Pensativo, Joel decidió
cruzar la calle y hablar
con el señor de la silla
de ruedas. Luego,
acercándose a él, lo
saludó. El señor sonrió,
complacido:
- ¡Ah, muchacho! ¡Qué
bueno que has venido a
conversar conmigo! Mi
hijo se fue a estudiar y
yo me quedo aquí en esta
plaza, cambiando de
lugar para no cansarme.
Pero siempre aparecen
personas gentiles para
conversar conmigo. Soy
João.
¿Y
tú?
- Soy Joel y vivoaquíen
frente.
Pero, ¿por qué viene y
se queda solo aquí
durante horas? ¿No sería
mejor que se quede en su
casa?
El señor sonrió y
explicó:
- Joel, es que Geraldo,
mi hijo, vuelve tarde de
la escuela y el trayecto
a casa es peligroso;
¡muchas veces suceden
asaltos! Entonces, yo lo
acompaño para que él no
corra peligro. Y soy
siempre bendecido pues,
como te dije, siempre
aparecen personas
gentiles como tú, para
conversar conmigo,
haciendo el tiempo más
agradable y menos largo.
Joel vio que había hecho
un juicio apresurado.
Más amable, le preguntó
qué le había pasado para
estar en una silla de
ruedas, y el hombre
respondió:
- Yo era un albañil y
trabajaba en un edificio
cuando me caí desde el
segundo piso. Pude haber
muerto; fue difícil,
pero logré vivir.
Después de muchos meses,
la única opción era la
silla de ruedas, ¡que
acepté contento!
- Pero João, ¿no hay
manera de caminar con
muletas, por lo menos? –
preguntó Joel.
- Joel, el médico dijo
que yo pude haberme
quedado todo el tiempo
en una cama, sin poder
levantarme, pero que
Dios había sido muy
bueno conmigo. Entonces,
entendí que eso tenía un
precio: que yo debería
llevar consuelo y
esperanza a las
personas. ¡Así es que
eso es lo que yo hago,
aquí en esta silla de
ruedas que me lleva a
todas partes!
¡¿No es grandioso?!...
- Pensando así… Creo que
sí.
João soltó una carcajada
al notar la expresión de
piedad del jovencito:
- Joel, créeme, amigo
mío. ¡Estoy mucho mejor
ahora que antes! ¡Yo era
terrible! Peleaba con
todo el mundo,
criticaba, respondía
mal, siempre descontento
de la vida. ¡Hasta que
el Señor me mostró que
somos nosotros los que
creamos la felicidad con
nuestras actitudes! Hoy
todo está bien para mí;
no tengo nada que
reclamar.
- ¡Ah!... João, antes de
conocerlo, yo tenía otra
idea de usted. ¡Ahora
veo la maravillosa
criatura que usted es! –
dijo Joel con los ojos
húmedos, y completó: ¡Yo
soy así como erausted!
Mi mamá me decía que
debía cambiar, pero
nunca lo acepté. ¡Me
gustaría que la
conociera!
- Pues sería un gran
placer, Joel.
Joel tuvo una idea y le
propuso cruzar la calle
para ir a tomar una
merienda en su casa.
João aceptó y fueron a
la casa de Joel, que
gritó desde la puerta:
- ¡Mamá, traje una
visita para la merienda!
La mamá salió de la
cocina diciendo que no
tenían algo especial
para ofrecer a la
visita, pero que con
mucho gusto lo
recibiría. Al ver que
era
|
 |
el señor de la
silla de ruedas,
a quien ya
conocía por
haberlo visto
otras veces,
sonrió
extendiéndole la
mano:
|
- ¡Sea bienvenido a
nuestra casa, señor!
Apretando su mano, João
sonrió agradeciendo la
gentileza, alo que la
señora respondió que,
aun siendo sencilla, la
casa estaba siempre
abierta para los amigos.
El papá de Joel había
llegado, saludó a João y
se sentaron todos a la
mesa. Joel, aquel día,
para sorpresa de los
papás, se ofreció a
hacer la oración:
- Señor Jesús, te
agradezco las
bendiciones de este día,
especialmente la
presencia de mi amigo
João, que hoy me enseñó
muchas cosas importante.
Que yo pueda aprovechar,
de hoy en adelante, todo
lo bueno que
conversamos, volviéndome
una mejor persona, más
sensible al sufrimiento
de las personas y más
feliz.
¡Gracias, Señor!
Todos se emocionaron con
la oración de Joel,
notando los cambios que
se dieron en él aquel
díabendito, por la
presencia de João.
Desde ese día, João se
quedaba muchas veces
esperando a su hijo
Geraldo en casa de Joel.
Al ser invitado a hacer
eso todos los días, él
agradeció, pero afirmó:
- ¡No puedo! ¡Necesito
ayudar a otras personas!
MEIMEI
(Recibida por Célia X.
de Camargo, el
20/07/2015)
|