Nina creía que era dueña
de sí misma. Con sólo
nueve años de edad, era
orgullosa y arrogante;
no escuchaba los
consejos que sus padres
le dan con amor.
Le decía su mamá:
- Nina, no creas que tu
voluntad prevalecerá
siempre. Todavía eres
pequeña y tienes mucho
que aprender de la vida.
¡Si Dios te entregó a
nosotros como hija, es
para que te eduquemos en
la senda del bien!
Sin embargo, la niña
respondía con la nariz
empinada:
- ¡Pero mamá, soy muy
inteligente y sé lo que
debo hacer! En la
escuela, mis compañeros
piden mi opinión cuando
tienen dudas ¡y se ponen
contentos con lo que les
digo!
Y su papá, que escuchaba
callado, respondió con
voz suave:
- Nina, sabemos que eres
inteligente, pero las
personas inteligentes
son las que más se
equivocan por no
escuchar la opinión de
nadie. Seguramente serás
una persona que hará
muchos logros en la
vida, pero tendrás que
crecer escuchando a tus
padres, tus profesores,
leyendo muchos libros
para aprender y,
después, formar tus
propias ideas
¿Entendiste, hija?
Pero la niña no oía nada
de lo que sus padres
intentaban transmitirle,
y movió la cabeza, con
una expresión de
desprecio:
- ¡Ah!... No sirve de
nada hablar con ustedes.
Estoy cansada. ¡No me
entienden en lo más
mínimo!...
Los padres se miraron y
desistieron hacerle
entender lo que trataban
de transmitirle. Nina
salió de la sala con la
cabeza empinada y se fue
a la calle a jugar con
sus amigas. En casa de
una de ellas, había un
delicioso pastel que la
mamá había preparado.
Como Nina era muy
golosa, comió tres
pedazos grandes
acompañados con jugo.
Poco después, comenzó a
sentirse mal. Regresó a
su casa y se acostó.
Preocupada, su mamá
quiso saber qué estaba
sucediendo, y Nina
explicó:
- Comí en la casa de
Fernanda un pastel
delicioso, pero debió
estar estropeado porque
salí de allí sintiéndome
muy mal.
La mamá, que conocía
bien a su hija, le dijo:
- Nina, nadie ofrece un
pastel estropeado a
nadie. Estás comiendo
demasiado. Después vas a
comenzar a engordar.
Tienes que cambiar tus
hábitos, hija mía.
Pero Nina ni siquiera
escuchó lo que dijo su
mamá. Corrió al baño y
vomitó todo lo que había
comido. Luego se acostó
de nuevo, sintiendo
debilidad.
Al día siguiente, sin
embargo, se olvidó de lo
que había sucedido el
día anterior y tomó un
desayuno bien reforzado.
Al volver de la escuela,
tenía hambre y el
almuerzo fue una
delicia: repitió el
plato tres veces.
Observándola, sus padres
le advirtieron
delicadamente que el
exceso de comida no le
haría bien, pero Nina
reaccionó diciendo:
- Como estoy en fase de
crecimiento, necesito
alimentarme bien; ¡y
ahora esto!
- No en exceso, Nina.
Todo lo que es exceso,
el cuerpo no lo puede
aguantar - dijo su papá.
Así, creyendo siempre
tener razón, Nina empezó
a comer en exceso. El
resultado no se hizo
esperar. Comenzó a
engordar y a necesitar
ropa y zapatos nuevos,
porque nada de lo que
tenía le servía. Y Nina
decía:
- ¡No sé lo que me pasa,
mamá! Creo que estoy en
fase de crecimiento.
- Es verdad, Nina. Pero
estás forzando tu
crecimiento. Necesitas
reducir tu alimentación
si no quieres engordar
demasiado – le respondió
su madre preocupada.
- Entonces, ¿piensas que
estoy engordando mucho,
mamá? - preguntó la
niña.
- Por supuesto.
Necesitas comer menos y
hacer más ejercicios,
Nina.
La niña no aceptó lo que
su mamá le dijo. Pero al
día siguiente, al llegar
a la escuela, escuchó
que unos compañeros
susurraban cerca:
- ¡Wow! ¡Miren a Nina!
¡Parece una ballena! ...
Ella quiso voltear y
pelearse con el grupo,
pero ya se habían ido.
Molesta, Nina entró a su
clase y vio que los
demás compañeros también
la miraban con asombro.
La profesora se dio
cuenta de la situación e
hizo una señal a los
alumnos para que se
quedaran callados.
Nina se sentó
avergonzada. Sólo en ese
momento se dio cuenta de
que realmente debía
haber engordado mucho.
Ese día,
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escuchó las
bromas de sus
compañeros y
fingió no había
oído nada. Al
terminar la
clase, salió
rápidamente,
deseando que su
mamá estuviera
esperándola.
Aliviada, vio a
su madre cerca y
corrió hacia el
auto. |
- ¡Hola, hija! ¿Todo
bien? ¿Cómo estuvo la
escuela hoy?
Pero Nina entró al
carro, bajó la cabeza y
se echó a llorar. La
mamá buscó un lugar para
estacionar, luego abrazó
a su hija y le preguntó
qué había pasado, y Nina
respondió, entre
sollozos:
- Mamá, ¡me siento una
ballena! Al menos, así
es como me llamaron
cuando llegué a la
escuela. ¡Estoy muy
avergonzada! ¡No sé qué
hacer!
Entonces su mamita le
dijo con cariño:
- Nina, hace un tiempo
que tu papá y yo te
hemos advertido de tu
exagerada hambre. ¡Nunca
aceptaste nuestra ayuda,
creyéndote capaz de
dirigir tu vida! ¡Pero
sólo eres una niña de
nueve años, hija! ¡No
sabes nada de la vida,
cómo actuar, cómo hacer
frente a los problemas!
Tenemos que aceptar,
porque no sabemos todo.
Y, cuando esto sucede,
tener la humildad de
pedir ayuda.
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- Está bien, mamá.
¡Necesito ayuda! ¡Por
favor, ayúdame! ¿Qué
debo hacer?
- Muy bien, Nina. Para
empezar, debes disminuir
tu comida, evitar los
refrescos, dulces y
cosas grasosas. Y hacer
más ejercicios, que son
fundamentales. ¿Qué te
parece?
- Me parece bien. Como
no sé del asunto, ¡haré
lo que me mandes, mamá!
Y así, Nina volvió al
peso adecuado a su edad,
con más disposición y
alegría de vivir. Sus
compañeros pensaron que
estaba mucho más bonita,
lo que hacía que se
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sintiera feliz
con el esfuerzo
para adelgazar.
Fue importante
su determinación
de querer perder
peso, lo que
ayudaba siempre
con una oración
en la que pedía
la ayuda de
Jesús. |
De esta manera,
Nina se venció a sí
misma y comenzó a
aceptar las opiniones de
los demás, reconociendo
que todavía necesitaba
aprender mucho de la
vida.
MEIMEI
(Recibida por Célia X.
de Camargo, el
13/07/2015)
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