A quien madruga,
Dios le ayuda
Aprendemos con
la doctrina
espírita que los
Espíritus,
encarnados o
desencarnados,
jamás están
inactivos y que
durante el sueño
corpóreo los
lazos que
prenden el
Espíritu al
cuerpo se
aflojan y, no
necesitando éste
de su
presencia,
“él se lanza por
el espacio y
entra en
relación más
directa con
otros
Espíritus”.
Así se explican
muchos sueños y
también ciertos
acontecimientos
que las personas
consideran un
verdadero
milagro.
Sí, milagro para
quien ignora el
hecho de que
estamos siempre
interconectados
y que, por ese
motivo, aunque
estemos
perdidos,
aislados en una
isla desierta,
como un Robinson
Crusoé de los
tiempos
modernos,
alguien sabe del
hecho y puede,
si lo desea,
perfectamente
ayudarnos.
He aquí lo que
leímos en un
folleto
divulgado por la
Iglesia
Baptista, de
Filadelfia,
Estados Unidos
de América:
Después de un
naufragio, el
único
superviviente
agradeció a Dios
por estar vivo y
tener logrado
agarrarsea una
parte de los
destrozos para
poder quedarse
flotando.
Este único
superviviente
fue parar en una
pequeña isla
deshabitada y
fuera de
cualquier ruta
de navegación, y
él agradeció
nuevamente.
Con mucha
dificultad y
restos de los
destrozos, él
consiguió montar
un pequeño
abrigo para que
pudiese
protegerse del
sol, de la
lluvia y de
animales y para
guardar sus
pocas
pertinencias, y
como siempre
agradeció.
En los días
siguientes a
cada alimento
que conseguía
cazar o
cosechar, él
agradecía.
Sin embargo, un
día, cuando
volvía de la
busca por
alimentos, él
encontró su
abrigo en
llamas, envuelto
en altas nubes
de humo.
Terriblemente
desesperado, él
se rebeló y
gritaba
llorando: “¡Lo
peor ocurrió!
¡He perdido
todo! Dios, por
qué hiciste eso
conmigo?”
Lloró tanto, que
adormeció
profundamente
cansado.
En el día
siguiente bien
temprano, fue
despertado por
el sonido de un
navío que se
aproximaba.
“Vinimos a
rescatarlo”,
dijeron.
“¿Cómo supieron
que yo estaba
aquí?”, preguntó
él.
“¡Nosotros vimos
su señal de
humo!”
Comentando el
caso, nuestros
hermanos
baptistas
escribieron:
“Es común
sentirnos
desanimados y
hasta
desesperados
cuando las cosas
están malas.
Pero Dios actúa
en nuestro
beneficio, mismo
en los momentos
de dolor y
sufrimiento.
Acuérdense: si
algún día su
único abrigo
esté en llamas,
ése puede ser
una señal de
humo que hará
llegar hasta
usted la Gracia
Divina.”
Es evidente que,
aunque
inusitado, el
hecho narrado no
constituye
milagro ninguno,
dado que él se
repite
diariamente, en
diferentes
situaciones de
la vida, como
muchos con toda
certeza pueden
confirmar, una
vez que nuestros
protectores
espirituales
jamás nos
abandonan y, sin
derogar las
leyes eternas,
todo hacen
cuando
necesitamos de
ayuda.
No existe,
enseñan los
Espíritus
superiores, la
casualidad en
nuestra vida, ni
el azar, ni la
suerte.
Las vicisitudes,
las
dificultades,
las piedras de
tropiezo hacen
parte del
proceso
evolutivo, tanto
cuanto la ayuda
providencial,
que llegará en
el momento
debido.
Si estuviera
pasando por
situaciones así,
y la ayuda no
llegó, es porque
no es aún
momento para
eso.
Nos cabe, pues,
esperar, pero en
cuanto eso,
hagamos la parte
que nos compite.
“A quien
madruga, Dios le
ayuda”,
dice, con
notable
precisión, un
antiguo y sabio
dicho.
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