Era un hermoso día
soleado, después de una
semana de lluvia y
neblina. Julia, de diez
años de edad, no veía la
hora de ir a jugar con
sus amiguitos,
aprovechando el
agradable calor.
De modo que, como era
sábado y no tenía que ir
a la escuela para
estudiar, Julia solía
reunirse con sus amigos
para jugar en una
pequeña plaza de la
calle.
Poco a poco fueron
llegando, risueños. Era
un momento de alegría
para todos ellos. Pronto
todos estaban en la
plaza. Roberto había
llevado su pelota;
Helena, un nuevo juego,
y Carlos, sus patines.
En fin, cada uno venía
trayendo lo que más le
gustaba, hasta una
pelota de fútbol.
Haciendo un acuerdo,
decidieron que iban a
jugar al fútbol porque
incluso a las chicas les
gustaba ese juego. Así,
hicieron dos equipos,
escogieron la posición
de cada uno y ya iban a
comenzar el juego,
cuando Julia recordó
algo e hizo una señal
con la mano.
- ¡Ah, Julia! ¡Justo
cuando íbamos a
comenzar! ¿Qué pasó? -
gritó Roberto desde el
otro lado del campo.
La niña salió de su
lugar y fue a conversar
con los demás:
- Chicos, les
pido disculpas, pero...
- ¿Pero qué? ¡Habla
rápido que estamos
perdiendo tiempo, Julia!
- gritó Carlos,
nervioso.
Triste, la chica
explicó:
- Estaba pensando en
Andrea. Ella siempre
está con nosotros y hoy
no pudo venir porque se
cayó, se lastimó y
además se rompió una
pierna. Está en el
hospital. ¿No sería
bueno ir a visitarla?
- ¿Hablas en serio?
¿Vamos a dejar el fútbol
a visitar a una enferma?
– replicó Helena,
irritada con Julia.
La muchacha escuchó las
quejas de sus amigos y,
mirando a cada uno de
ellos, dijo con lágrimas
en los ojos:
- Sé que todos quieren
jugar a la pelota o
hacer cualquier otra
cosa, pero he estado
pensando. ¡Y si fuera
uno de nosotros quien
estuviese en el
hospital, sintiendo
dolor, triste por no
poder salir, tomando
medicinas amargas y sin
hacer nada! ¿No se
pondría feliz de recibir
la visita de los amigos?
Jesús nos enseñó que
debemos hacer al prójimo
lo que queremos que
hagan con nosotros, ¿no?
Cada uno sintió en la
piel las palabras de
Julia y, aun sin querer,
comenzaron a imaginarse
también en el hospital,
presos a una cama, sin
poder salir y
divertirse. Y lo peor,
¡sin poder ver a los
amigos! Intercambiaron
una mirada indecisa,
hasta que estuvieron de
acuerdo con Julia:
- Está bien, Julia.
Ganaste. Realmente, ella
debe estar necesitando
de los amigos. Pero no
sería bueno ir con las
manos vacías. ¿Que
sugieren? - preguntó
Roberto.
Todos se quedaron
pensando en silencio.
Hasta que alguien
sugirió llevar un
chocolate.
- Es perfecto. Pero
entonces, vámonos a casa
y luego nos encontramos
aquí con lo que hayamos
conseguido para
alegrarla. ¡Después de
todo, mañana es el Día
del Niño!
Así, se pusieron de
acuerdo para encontrarse
dentro de media hora y
cada uno se fue a su
casa.
Cuando regresaron,
satisfechos, fueron al
hospital, que no estaba
muy lejos de allí. Cada
uno llevaba algo
diferente. Al llegar,
preguntaron por el
número de la habitación
y se dirigieron hacia
allá. Llamaron a la
puerta suavemente y
entraron.
Para ver a sus amigos
allí, con caras ansiosas
y preocupadas, Andrea
sonrió llena de alegría:
- ¡Vinieron a visitarme!
Sentía nostalgia de
ustedes, de la escuela,
¡pero todavía tengo que
quedarme aquí! Cómo me
gustaría estar jugando
en la plaza. Hoy, desde
temprano me acordé que
es sábado y que ustedes
estarían allá.
¡Extrañaba tanto al
grupo!... Hasta lloré...
Julia dio un paso
adelante, abrazándola y
consolándola:
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- Pronto estarás con
nosotros, Andrea. Mira,
te he traído un libro.
¡Espero que te guste!
- Me encantará, Julia.
Me encanta leer y aquí
no tienen nada. Como
estoy en el área de
ortopedia y tuve que
someterme a una cirugía,
echo de menos tener algo
que leer.
Y así, cada uno se
acercó a ella
entregándole lo que le
había traído: un juego,
un paquete de galletas,
una revista de palabras
cruzadas, caramelos,
chocolates. Al final, al
ver tantos paquetes, la
enferma se echó a reír,
feliz de la vida:
- ¡Chicos, no necesitaba
todo esto! Sólo su
presencia era
suficiente. De hecho, me
hacía falta conversar,
ya que no puedo jugar.
¡Gracias! Ustedes me han
dado una prueba de
amistad. Después de
todo, dejaron de jugar
para venir a visitarme.
Los visitantes
intercambiaron miradas y
Roberto reconoció:
- Andrea, fue Julia
quien tuvo la idea de
venir a visitarte. Al
comienzo, no nos gustaba
mucho la idea, ya que
íbamos a jugar fútbol.
Pero ella nos hizo
comprender la
importancia de venir a
verte. ¡Después de todo,
eres nuestra amiga!
- Gracias. Pero, si no
les molesta, voy a
compartir con otros
amigos, los pacientes de
esta sala, lo que me
trajeron. Algunos viven
en otras ciudades y sus
familias tardan en venir
a visitarlos.
Sólo entonces miraron a
su alrededor y vieron
que tres rostros seguían
la conversación y sus
ojos brillaban ante
tantas golosinas que le
habían traído a Andrea.
En ese momento, se
emocionaron con la
generosidad de Andrea,
que quería compartir con
ellos lo que había
reunido.
Pasaron una hora de
alegría, conociendo a
los otros pacientes y
sus problemas, quienes,
a pesar de estar
hospitalizados, no
mostraban tristeza y
estaban felices de tener
gente con quien
conversar.
Al regresar a casa,
todos se sentían tan
felices por esa
experiencia que tomaron
una decisión: todas las
semanas emplearían una
parte de su tiempo para
hacer visitas al
hospital y alegrar a los
pacientes.
MEIMEI
(Recibida por Célia X.
de Camargo, el
10/08/2015.)
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