Cuando salía de casa, a
Carmencita le gustaba
caminar por diferentes
lugares, ver cosas
nuevas, sorprenderse con
todo lo que veía. Un
día, caminando como
siempre, buscó un barrio
pobre para ver si era
diferente de los demás.
Encontró muchos niños
jugando en las calles,
corriendo y
divirtiéndose.
Le pareció extraño,
porque a pesar de la
pobreza, ¡ellos se
sentían felices! Las
casas eran pobres, feas,
algunas se caían a
pedazos, pero los niños
y los adultos eran
felices. Entonces,
Carmencita se detuvo
para conversar con una
de ellos:
- Yo no conocía este
barrio, ¡pero veo que
aquí todos son alegres,
risueños, felices!
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La niña, cuyo nombre era
Adela, sonrió y
respondió:
- Tienes razón. ¡Aquí
todos somos felices!
- ¿Y por qué? ¿A qué se
debe? ¡Sería más normal
si estuvieran tristes!
Entonces Adela estuvo de
acuerdo con ella, y
explicó:
- Es verdad, Carmencita.
Hace algún tiempo, las
personas eran
diferentes, tristes,
irritadas. Hasta que Tía
Cota se enfermó. Después
de eso, todos cambiaron.
Curiosa, Carmencita
quiso conocer a la mujer
que cambió a las
personas del barrio;
Adela la llevó a casa de
Tía Cota y después se
fue diciendo:
- Entra sin llamar. Aquí
no hay nadie que pueda
abrir la puerta.
Carmencita entró y
pronto oyó una voz
alegre que venía del
cuarto, que decía:
- ¡Bienvenida!
Más animada, Carmencita
entró en la habitación y
vio a una señora
postrada en cama.
- ¡Hola! ¡Buenos días,
señora! Disculpe por
haber entrado así sin
llamar...
La señora sonrió,
diciéndole que se
acercara.
- Mi nombre es
Carmencita. Usted es Tía
Cota, según me han
dicho.
¿Cómo
está? ¿Está enferma?
Con una bella sonrisa,
la señora respondió:
- No estoy enferma,
Carmencita. Simplemente
no puedo caminar, no
puedo mover los brazos
ni las piernas. ¡Pero
puedo hablar muy bien y
me gusta conversar!
- ¿Pero cómo terminó
así, Tía Cota? -
preguntó la chica,
apenada.
- Es una larga historia,
Carmencita. Antes yo era
muy infeliz. Nada era
suficiente para mí; lo
tenía todo y al mismo
tiempo, nada me
interesaba. Vivía
peleando con todo el
mundo y quejándome de la
situación. ¡Hasta que me
di cuenta de que me
estaba quedando sola!
Nadie se acercaba a mí,
ni siquiera mi familia.
Así que decidí cambiar
mi vida. ¡Tomé la
decisión de ser feliz y
lo sería! ¡Sería la
persona más feliz del
mundo!
- ¿Pero cómo? - indagó
la chica, llena de
misericordia.
- ¿Cómo? ¡Haciendo mi
vida feliz! Entonces,
fijé la idea que, si mi
cuerpo estaba
paralizado, mi cabeza
no. Empecé a cambiar.
Cada vez que alguien
entraba, yo mostraba
alegría, contaba una
historia divertida y nos
reíamos mucho.
- ¿Y dónde conseguías
esas historias?
- Yo misma las creaba y
siempre tenía nuevas
historias para contar.
Así, las personas se
fueron acercando a mí al
ver que no reclamaba
nada (a nadie le gustan
los reclamos). De ese
modo, comenzaron a
visitarme y ahora es
raro que me quede sola.
¡Siempre tengo compañía!
- ¡Qué bueno! Pero,
¿cómo lo logra?
- ¡Usando mucha alegría!
¡Cuando no tengo
historias que contar,
canto! Como las personas
me trae muchas cosas
para comer, comparto con
quienes vienen a
visitarme; alguien hace
un té y lo tomamos con
galletas, comemos
dulces, salados... ¡En
fin! ¡Aquí nunca falta
nada! Mira, ¿estás
escuchando? Hay gente
que está llegando.
- ¡Entren, mis amigos!
¡Entren! ¡Qué placer
recibirlos!
Y cuatro jóvenes,
hombres y mujeres,
asomaron sus rostros en
la habitación.
- ¡Ah! ¡Sabía que eran
ustedes! ¡Entren!
¡Bienvenidos!
Y Carmencita sonrió y
preguntó con los ojos
abiertos:
- Pero, ¿cómo sabía, Tía
Cota, que eran ellos?
- Porque conozco la
forma de caminar de cada
uno. ¡Mis queridos! Les
presento a Carmencita,
una nueva amiga que
llegó hoy. Ahora, ¿quién
hace un poco de té?
- ¡No, Tia Cota!
Hoy traemos un jugo que
hizo María. ¡Es una
delicia! ¡Y Rosa hizo un
pastel de chocolate que
debe estar estupendo!
- ¿No te lo dije,
Carmencita? ¡Nunca estoy
sola! Siempre tengo
compañía, ¡gracias a
Dios!
La chica comió la
merienda que le
ofrecieron, después uno
de los chicos tocó la
guitarra y cantaron
precioso.
Carmencita estaba
emocionada como nunca en
su vida. Se despidió de
Tía Cota diciéndole que
iba a volver con su
madre, para que también
pudiera conocerla. Al
salir se encontró con
Adela, la chica que la
había llevado donde Tía
Cota y le dio las
gracias por haberla
llevado a la casa de
esta señora.
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Al llegar a su casa,
Carmencita era otra
persona. Más alegre, más
dispuesta y más atenta.
Su madre, sorprendida,
le preguntó:
- Carmencita, ¿a dónde
fuiste ahora? ¿Qué te
está pasando, hija mía?
Con lágrimas en los ojos
la niña respondió:
- ¡Sabes, mamá, ahora
entiendo el valor de la
alegría en la vida de
las personas! Y voy a
llevarte a una casa que
nunca olvidarás. ¡Estoy
segura de que cambiará
tu vida como cambió la
mía!
MEIMEI
(Recibida por Célia X.
de Camargo, el
31/08/2015)
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