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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 9 - N° 436 - 18 de Octubre de 2015 

Traducción
Carmen Morante - carmen.morante9512@gmail.com
 

 

Decisión de ser feliz
 

  

Cuando salía de casa, a Carmencita le gustaba caminar por diferentes lugares, ver cosas nuevas, sorprenderse con todo lo que veía. Un día, caminando como siempre, buscó un barrio pobre para ver si era diferente de los demás. Encontró muchos niños jugando en las calles, corriendo y divirtiéndose.
 

Le pareció extraño, porque a pesar de la pobreza, ¡ellos se sentían felices! Las casas eran pobres, feas, algunas se caían a pedazos, pero los niños y los adultos eran felices. Entonces, Carmencita se detuvo para conversar con una de ellos:

- Yo no conocía este barrio, ¡pero veo que aquí todos son alegres, risueños, felices!

La niña, cuyo nombre era Adela, sonrió y respondió:

- Tienes razón. ¡Aquí todos somos felices!

- ¿Y por qué? ¿A qué se debe? ¡Sería más normal si estuvieran tristes!

Entonces Adela estuvo de acuerdo con ella, y explicó:

- Es verdad, Carmencita. Hace algún tiempo, las personas eran diferentes, tristes, irritadas. Hasta que Tía Cota se enfermó. Después de eso, todos cambiaron.

Curiosa, Carmencita quiso conocer a la mujer que cambió a las personas del barrio; Adela la llevó a casa de Tía Cota y después se fue diciendo:

- Entra sin llamar. Aquí no hay nadie que pueda abrir la puerta.

Carmencita entró y pronto oyó una voz alegre que venía del cuarto, que decía:

- ¡Bienvenida!

Más animada, Carmencita entró en la habitación y vio a una señora postrada en cama.

- ¡Hola! ¡Buenos días, señora! Disculpe por haber entrado así sin llamar...

La señora sonrió, diciéndole que se acercara.

- Mi nombre es Carmencita. Usted es Tía Cota, según me han dicho. ¿Cómo está? ¿Está enferma?

Con una bella sonrisa, la señora respondió:

- No estoy enferma, Carmencita. Simplemente no puedo caminar, no puedo mover los brazos ni las piernas. ¡Pero puedo hablar muy bien y me gusta conversar!

- ¿Pero cómo terminó así, Tía Cota? - preguntó la chica, apenada.

- Es una larga historia, Carmencita. Antes yo era muy infeliz. Nada era suficiente para mí; lo tenía todo y al mismo tiempo, nada me interesaba. Vivía peleando con todo el mundo y quejándome de la situación. ¡Hasta que me di cuenta de que me estaba quedando sola! Nadie se acercaba a mí, ni siquiera mi familia. Así que decidí cambiar mi vida. ¡Tomé la decisión de ser feliz y lo sería! ¡Sería la persona más feliz del mundo!

- ¿Pero cómo? - indagó la chica, llena de misericordia.

- ¿Cómo? ¡Haciendo mi vida feliz! Entonces, fijé la idea que, si mi cuerpo estaba paralizado, mi cabeza no. Empecé a cambiar. Cada vez que alguien entraba, yo mostraba alegría, contaba una historia divertida y nos reíamos mucho.

- ¿Y dónde conseguías esas historias?

- Yo misma las creaba y siempre tenía nuevas historias para contar. Así, las personas se fueron acercando a mí al ver que no reclamaba nada (a nadie le gustan los reclamos). De ese modo, comenzaron a visitarme y ahora es raro que me quede sola. ¡Siempre tengo compañía!

- ¡Qué bueno! Pero, ¿cómo lo logra?

- ¡Usando mucha alegría! ¡Cuando no tengo historias que contar, canto! Como las personas me trae muchas cosas para comer, comparto con quienes vienen a visitarme; alguien hace un té y lo tomamos con galletas, comemos dulces, salados... ¡En fin! ¡Aquí nunca falta nada! Mira, ¿estás escuchando? Hay gente que está llegando.

- ¡Entren, mis amigos! ¡Entren! ¡Qué placer recibirlos!

Y cuatro jóvenes, hombres y mujeres, asomaron sus rostros en la habitación.

- ¡Ah! ¡Sabía que eran ustedes! ¡Entren! ¡Bienvenidos!

Y Carmencita sonrió y preguntó con los ojos abiertos:

- Pero, ¿cómo sabía, Tía Cota, que eran ellos?

- Porque conozco la forma de caminar de cada uno. ¡Mis queridos! Les presento a Carmencita, una nueva amiga que llegó hoy. Ahora, ¿quién hace un poco de té?

- ¡No, Tia Cota! Hoy traemos un jugo que hizo María. ¡Es una delicia! ¡Y Rosa hizo un pastel de chocolate que debe estar estupendo!
 

- ¿No te lo dije, Carmencita? ¡Nunca estoy sola! Siempre tengo compañía, ¡gracias a Dios!

La chica comió la merienda que le ofrecieron, después uno de los chicos tocó la guitarra y  cantaron precioso.

Carmencita estaba emocionada como nunca en su vida. Se despidió de Tía Cota diciéndole que iba a volver con su madre, para que también pudiera conocerla. Al salir se encontró con Adela, la chica que la había llevado donde Tía Cota y le dio las gracias por haberla llevado a la casa de esta señora.

Al llegar a su casa, Carmencita era otra persona. Más alegre, más dispuesta y más atenta. Su madre, sorprendida, le preguntó:

- Carmencita, ¿a dónde fuiste ahora? ¿Qué te está pasando, hija mía?

Con lágrimas en los ojos la niña respondió:

- ¡Sabes, mamá, ahora entiendo el valor de la alegría en la vida de las personas! Y voy a llevarte a una casa que nunca olvidarás. ¡Estoy segura de que cambiará tu vida como cambió la mía!

MEIMEI

(Recibida por Célia X. de Camargo, el 31/08/2015)


 

                                                                                   



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