Celso y su mamá estaban
caminando por el huerto
de la chacra, cuando el
niño vio un hermoso
naranjo lleno de frutos
maduros que se veían
deliciosos, y señaló:
- ¡Mira, mamá, qué lindo
es este naranjo! ¡Casi
no se ven las hojas
porque sus frutos la
envuelven!
Estas naranjas deben
estar muy buenas.
La madre sonrió, estando
de acuerdo:
- Es verdad, hijo mío.
¡Realmente está hermosa!
El muchachito dijo
después de pensar un
poco:
- Mamá, era este tipo de
árbol al que Jesús se
refirió al hablar de los
árboles buenos, que son
bendecidos porque dan
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muchos frutos,
¿no es así? |
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- Así es, Celso.
Recordaste muy bien,
hijo mío. Son como las
personas que aprovechan
las condiciones que
tienen para esparcir
bendiciones a su
alrededor.
Siguieron caminando por
el huerto, cuando Celso
vio cerca de ahí un
árbol con ramas secas,
torcidas y oscuras. A su
alrededor, en el suelo
sin vegetación, se
amontonaban solamente
basura y piedras. Celso
abrió los ojos,
mirándola lleno de
compasión:
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- Madre, ¡pobrecito este
árbol! ¿Qué habrá pasado
con él?
La madre miró el árbol,
que ahora era apenas una
sombra de lo que fue, y
explicó:
- Mi hijo, bajo el
amparo del Señor, en
esta vida cada uno de
nosotros tiene que dar
lo mejor que recibió de
Dios, seamos plantas,
animales o seres
humanos. Este limonero
ya dio muchos frutos;
sin em-
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bargo, con el
tiempo, sus
fuerzas fueron
disminuyendo y
se entregó a la
inutilidad.
Entonces, los
gusanos se
hicieron cargo
de él, dominaron
sus raíces y su
hermoso tronco.
Hoy, ya no puede
producir más y a
su alrededor
sólo hay
tristeza y
desolación. |
Celso pensó por un
momento, mirando el
tallo seco del limonero
y comentó:
- ¡Mamá, ahora me
acuerdo!... ¡Cuando era
pequeño, este árbol era
lindo y tomábamos muchos
jugos deliciosos con sus
limones! ¡Y me gustaba
jugar bajo su copa! ¡Qué
pena verlo así! ...
Ellos se acomodaron en
el tronco de un árbol de
mangos y se quedaron
conversando. De repente,
Celso dijo:
- ¿Mamá, no hablábamos
sobre eso el otro día en
nuestro Evangelio en el
Hogar?
La madre asintió
haciendo un gesto con la
cabeza:
- Te acuerdas muy bien,
hijo. Jesús, pasando por
un lugar, vio una
higuera que no daba
frutos, comparándolo con
las personas que no
producen nada. Era sólo
un ejemplo, ya que no
era época de frutos.
- Me acuerdo, mamá.
¡También sentí mucha
pena por la higuera! Así
también son las
personas, ¿verdad? A
veces, cuando pueden dar
sus frutos, hacer cosas
buenas, no hacen nada, y
luego, con el paso del
tiempo, ya no lo pueden
hacer, aunque quieran.
- Tienes razón, hijo
mío. Todos renacemos con
una programación de vida
para ser realizada. Pero
las actividades del día
a día terminan haciendo
que nos olvidemos de la
programación que
queremos lograr,
sumergiéndonos en cosas
sin importancia que sólo
nos hacen perder el
tiempo.
Celso frunció el ceño,
tratando de entender, y
después le pidió a su
mamá que le explicara
mejor. Llena de buena
voluntad, la mamá pensó
un poco y preguntó:
- Celso, cuando se
tienes un examen al día
siguiente, ¿en qué
piensas al volver del
colegio?
- ¡Pienso en almorzar, y
luego me concentro en el
estudio para la prueba!
- ¿Y eso es lo que
haces?
Pensó por un momento y
respondió:
- No, mamá. Si paso por
la sala y veo la
televisión prendida, me
detengo y me quedo
mirando. ¡Después, no
puedo estudiar ni hacer
la prueba bien!
- ¿Entiendes? ¡Tú te
alejaste de lo que
habías programado hacer
e hiciste otra cosa que
no significa nada en tu
vida!
Celso asintió, mostrando
que había entendido y
completó:
- ¡Es verdad!
Generalmente, actuamos
así en la vida, ¿verdad,
mamá?
Ella estuvo de acuerdo y
le dijo que si él
pensaba detenidamente,
vería cuántas veces
había sucedido eso,
dejando la programación
más importante para
después.
Al regresar a casa,
Celso fue a su
habitación recordando
todo lo que había
conversado con su mamá,
preocupado por cómo
había estado actuando.
En la escuela, él se
quedaba conversando con
sus compañeros. Al
llegar a casa, lleno de
buena voluntad para
estudiar después del
almuerzo, aparecía un
amigo para invitarlo a
jugar pelota o ir al
club. Los fines de
semana era igual;
siempre había una buena
programación con los
amigos... ¡que no era
estudiar, por supuesto!
Pensando en eso, Celso
decidió que a partir de
ese día, empezaría a
concentrarse en los
estudios. Después de
todo, tenía la voluntad
de estudiar la carrera
de Medicina y, si seguía
así, jamás lo
conseguiría.
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Entonces, Celso fue a la
cocina, donde su madre
estaba preparando una
merienda, y dijo:
- Mamá, si mis amigos me
llaman para jugar, diles
que no puedo. ¡Estoy
estudiando! Si quieren
estudiar también, puede
venir. De lo contrario,
no. Decidí ser como el
naranjo: lleno de
frutos.
La madre mostró una
linda sonrisa y abrazó a
su hijo con cariño. Ella
entendía. Celso había
decidido ejecutar su
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programación de
vida. |
MEIMEI
(Recibida por Célia X.
de Camargo, el
15/06/2015.)
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