Este tema fue abordado
también en una de mis
últimas charlas, porque
se hace necesaria la
consideración reiterada
del asunto, en razón de
los disparates
verificados en los
acontecimientos
actuales. Son
desdoblamientos
incuestionables del
perjuicio serio
enraizado en falta de la
toma definitiva de
conciencia para con las
realidades espirituales
mayor que nos aguardan a
todos, a cualquier
tiempo. Y una de las
consecuencias más
lastimosas de este
cuadro se verifica en la
tendencia, aún común en
muchos, de posicionarse
como si de hecho, antes,
y tras esta vida
corpórea, nada más
hubiera, nada más
repercutiese. ¡Como si
la continuidad de
nuestra existencia, a lo
largo de las jornadas
materiales evolutivas,
no existiera, sin
obedecer a un hilo
continuo de efectos,
enraizados en causas que
reposan, sobre todo, en
las elecciones
individuales, de las
menores a las mayores!
Reencarnación,
efectivamente, se trata
de un hecho
natural, querido
lector y lectora. De ley
universal, cuya dinámica
alcanza cada ser en
curso por la Tierra, de
igual manera como nos
afecta cada nacer y
ponerse del sol. Y, de
eso, cada cuál obtendrá
la debida constatación,
más una, y aún otra vez,
al término de las
estancias transitorias
en un cuerpo material –
a la rebeldía de
creencias, descreencias,
y de ignorancia
voluntaria, o no, del
asunto.
Acostumbramos a decir
que de nada adelanta
alguien destituido del
sentido de la visión
ponerse a negar la
existencia de la luz del
sol solamente porque,
temporalmente, bajo los
efectos de la prueba de
una de sus muchas
existencias en un cuerpo
de carne, no consigue
ver la luz; constatarle
la existencia más allá
de los efectos del calor
de su poderosa
irradiación en el mundo.
¡De hecho, el sol
continuará allá,
soberano en los cielos,
a la espera de que aquel
espíritu en tráfico por
la Tierra finalmente
rescate debidamente el
don de la visión, en su
cuerpo de carne, o
después de su pasaje
para el mundo mayor,
cuando, finalmente,
volverá a percibirlo!
Pero el sol no dejará de
existir en función de la
incapacidad momentánea
de este o de aquel para
ver el brillo magnífico
que explaya diariamente
sobre todos los seres de
la Creación,
instalándoles-salud y
vigor.
¿Cuántas “encarnaciones”
nuevas tuvimos?
Comprendiendo con
claridad este punto, la
realidad de las vidas
sucesivas, conocida de
hace varios milenios por
las más diversificadas
culturas y pueblos
esparcidos por el
planeta a lo largo de la
historia humana, pasemos
a la consideración
siguiente: durante
nuestras incontables
vidas corpóreas
sucesivas, ¿cuántos
idiomas ya articulamos?
¿Cuántos colores de piel
ya vestimos? ¿Cuántas
“encuadernaciones”
nuevas tuvimos, para
aprovechar la definición
inspirada como divertida
de una amiga querida del
medio profesional,
refiriéndose a la
reencarnación?
Efectivamente, en la
estela de nuestras
vivencias milenarias,
bastante probable es que
ya hayamos exteriorizado
múltiples veces nuestras
personalidades
transitorias bajo los
tonos de piel de los
asiáticos, de los
africanos o de los
holandeses. ¡Podremos
contar como cierto ya
nos hemos aferrado,
fastidiado, disputado,
emocionado o nos hemos
alegrado bajo los tonos
de comprensión de la
vida de uno sin número
de pueblos que perciben
la propia existencia, y,
por lo tanto, también
Dios, con sus
innumerables lecturas
religiosas, y de dentro
de una diversificación
de comprensión de tal
modo vasta como
intrincada, conflictiva,
si es confrontada con
pareceres de otros
extremos del mundo!
¡La riqueza magnífica de
la vida, de la
existencia, en este
orbe, como en el
universo infinito, y en
las varias dimensiones
invisibles a las
limitaciones rudas de
los sentidos físicos, es
un hecho! ¡Lo que, así
pues, hace esta misma
vida tan mágica,
respetable, digna de la
más profunda veneración,
por la capacidad del
Creador de expandir
infinitamente en una
miríada de seres y de
tonos que jamás se
repiten en sus colores,
y en sus idiosincrasias!
¡Y, sin embargo,
persiste aún la raza
humana, en este pequeño
punto azul perdido en la
inmensidad del cosmos,
en la misma y
persistente ilusión
dolorosa del ego ciego,
aunque no más que
transitorio; en la
adicción pernicioso de
juzgar y confinar todo y
todos en lo ínfimo
plantilla de su
elección! En la botella
más a su me gusto, en
términos de formato,
color, y de detalles
superficiales!
¿Qué es estético,
superficialmente
aceptable?
¡Preconcepto es
concepto previo!
¡Concepto precipitado,
por regla distanciado de
la autenticidad de la
realidad confrontada -
por ser parcial, y
basarse en un puñado de
opiniones e ideas con
que nos identificamos,
delante de cualquier
situación de diversidad
de aquello que
entendemos como nuestra
plantilla, como lo
tenido cómo “normal”,
como lo “común”! Y la
razón es que este
“común” es confortable a
nuestro ego. ¡Y toda la
diferencia, si mal
comprendida, asusta,
provoca recelos, porque
nos lanza a conflictos
con nuestras propias
definiciones, con las
cuales nos identificamos
existencialmente, y de
las cuales, por esta
misma razón, no podemos
ni queremos deshacernos
sin perder la noción de
nosotros mismos, de
nuestro “suelo”!
¡Pero eso reside en el
error básico de
identificarse con
conceptos –
distanciados de quien
realmente somos, que
nada tiene que ver con
las ideas y pensamientos
transitorios a que
fuimos condicionados a
lo largo de la vida
acerca de nosotros
mismos!
¡Ponderemos, amigo
lector y lectora! Porque
otra no es la razón de
los dolorosos dramas
observados actualmente,
en los casos informados
de discriminación racial
y sexual, de opresión
entre clases sociales;
en los episodios
lastimosos relatados
diariamente, habidos
entre nuestros jóvenes y
niños víctimas por el
hoy llamado bullying –
fundamentado justo en
esta incapacidad brutal
de tratar, con respeto,
cuando no con admiración
y afecto, con la
diversidad incesante
presente en la dinámica
de la vida!
De otra forma,
considérese – ¿qué es
estético,
superficialmente
aceptable? Si ya
reencarnamos japoneses,
ingleses, brasileños o
africanos, viviendo
miles de estados de
espíritu
correspondientes a cada
una de esas épocas y
nacionalidades;
dividiendo con afectos y
desafectos que nos
acompañaron
experiencias, alegrías,
preocupaciones,
enfermedades,
sufrimientos, y teniendo
como referencia otros
lugares, hábitos,
valores – ¿cómo,
entonces, confinar
dentro de cláusula
pétrea lo que es, en
definitivo, estético,
bueno, atractivo,
“normal”? ¡¿Cómo nutrir
la pretensión a un
patrón universal que,
absurdamente, se
pretenda imponer a otros
millones de seres en
tránsito en el mundo?!
¿En qué se lucra en
maltratar negros, índios
o latinos?
En un país, prevalece la
religión budista, el
color de piel bronceada,
o la blanca; determinada
política,
parlamentarista,
imperialista o
democrática. Ese o aquel
idioma. Normas sociales
las más dispares. Esta o
aquella visión de la
divinidad – ¡caminos
diferentes para un Dios
sólo! O alguien, en
algún lugar, halla tal o
cual persona bellísima -
persona esa cuya
aplaudida “estética”,
delante de otras
percepciones, no supera
el lugar común... Unos,
aún, aprecian ciertos
paladares. Otros, tantos
más.
¿Ahora, es de
preguntarse adónde lleva
abrir guerra declarada
contra quien no es
blanco o no articula el
idioma inglés, contra
toda y cualquier
diferencia? ¿En qué se
lucra en oprimir y
maltratar individuos
negros, o indios y
latinos; que hacen
opción sexual
conflictiva con lo que
se convino considerar la
normalidad en este
sentido?
¿Cuál es la ganancia,
obtenida en términos de
felicidad individual o
grupal, al agredirse
física o moralmente los
seguidores del
candomblé, de la iglesia
evangélica o
protestante? ¿Católicos
o espíritas? ¿Qué, en
casos así, nos
diferencia de los
malhechores comunes, que
conducen sus vidas en el
engaño grave de la
práctica de la violencia
contra la vida, contra
el prójimo?
¿En qué, queridos
lectores, finalmente, la
lectura de vida
diferenciada de unos nos
afecta perjudicialmente,
de hecho? ¡Pregunta
que se debe hacer a todo
instante, cada impulso
de juicio o de crítica
irreflexiva!
¿Por qué no podemos
convivir armoniosamente
con las diferencias
múltiples presentes en
la humanidad, y en el
contexto existencial
global, si, bajo un
análisis frío, nada de
eso perjudica a
quienquiera que sea –
antes, beneficia a todos
con la ausencia de la
variedad, con el cambio
saludable del debate y
del crecimiento por
medio del aprendizaje
mutuo obtenido por el
entrelazamiento entre
vivencias diferentes?
El orgulloso senador
Publio Lentulus volvió
como un esclavo
Un maestro espiritual
hindú, hace tiempo,
ponderaba al respecto,
ilustrando sobre la
inutilidad que habría si
un pie de roble se
empeñara en debatir con
un abeto acerca de
hallarse superior al
otro, por esta o aquella
razón. ¿Tendría sentido?
Con cada ejemplar de la
flora y de la fauna
terrestre desempeñando
dignamente su función en
la cadena vital, ¿qué
caos destructivo
ocurriría en el mundo
natural, si también
estos reinos se pusieran
a querer probar unos a
los otros su
superioridad,
destruyendo, atacando,
lanzándose contra el
otro como gangrena
incontrolable?
Narra la historia de
Publio Lentulus, noble
senador romano,
orgulloso y déspota en
la conducta con sus
subordinados, que vuelve
en una reencarnación
posterior como el simple
esclavo Nestório, en el
mismo ambiente de
contrastes sociales
difíciles donde su
invigilancia espiritual
contribuyó para radicar
los perjuicios
desencadenados por el
mismo patrón desvirtuado
de comprensión del
mundo. ¡Patrón este que
aún asola los pueblos
terrenos, de más de dos
milenios pasados!
En incontables casos,
sin embargo, se trata de
la misma humanidad
reencarnada,
enfrentando, aún, el
lento aprendizaje de
cómo coexistir con el
prójimo dentro de las
necesidades
improrrogables del
respeto y de la
armonización entre las
diferencias, si lo que
se quiere, de hecho, es
el avance de las
sociedades para
escenarios más
pacíficos, con auténtica
calidad de vida, porque
reside en valores
realistas que arrancan
al hombre de su ilusión
de identificación con
sus “rotulaciones” de
poder.
Nuestro verdadero ser no
es hecho de cosas
transitórias...
¡En último análisis,
alcanzándose este nivel
de mejoría íntima,
comprenderemos,
finalmente, que no
somos esos rótulos,
convenientes a la
satisfacción transitoria
del ego, en su pozo sin
fondo de deseos que
nunca satisfacen el
vacío llenado solamente
por la comprensión clara
de lo que concierne a
nuestro verdadero ser!
¡Y este ser no es la
transitoriedad
inexorable de cada color
de piel, que vestimos
cada vida; la
nacionalidad, el idioma,
la orientación sexual
momentánea, o el
concepto religioso más
afín cada estadio de
condicionamiento
experimentado en las
vidas corpóreas, en
función de climas
culturales o
ideológicos!
No somos, amigos
lectores, la altura o el
peso corporal; la
estética de la moda, o
lo que se considera su
antítesis, por los
patrones mediáticos
consumistas. ¡Menos aún,
el argot de las lenguas
y de la escritura, el
consumo utilitario de
este o de aquel
producto, o marca de
moda! No somos tampoco
nuestra cuenta bancaria
pasajera, nuestra clase
social actual, y ni
incluso nuestros nombres
de familia u opciones!
Todo eso, en absoluto,
pasará – ¡en la más de
las veces, en no tanto
tiempo así! ¡Y observen
con exención, para
constatar, sin mucha
dificultad, que hay un
distanciamiento sutil
entre el su “ser” real,
verdaderamente
inalterable, de todo
este remolino de
circunstancias
vaticinadas a un término
natural, a largo o corto
plazo!
¡Hay un observador!
¡Hay un estado de
atención, de conciencia
pura, redime – esta sí,
destinada a la
perpetuación, a la
eternidad! Un estado de
ser que sabe existir de
dentro de los preceptos
del amor incondicional
por la vida presente en
toda la Creación, y por
sus incontables
manifestaciones – amor
otrora enseñado e
idealizado por Cristo,
por Buda, y por tantos
otros iluminados, en
tránsito de tiempos en
tiempos por la Tierra,
para ejemplificar la
ruta segura para una
dimensión de Luz cuyo
alcance definitivo
depende sólo de nuestras
elecciones por un modo
de ser no más que
simple; no más que
pautado por respeto,
compasión y veneración
por el aspecto sagrado
de la Vida, existente en
nosotros, como en todos
y en todo lo que nos
rodea!
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