183. En la muerte natural, el desprendimiento del alma se opera gradualmente y sin estremecimiento, a veces comenzando incluso antes que la vida se haya extinguido. En la muerte violenta por suplicio, suicidio o accidente, los lazos se rompen bruscamente; el Espíritu, sorprendido, está como aturdido por el cambio que en él se ha producido, sin que pueda explicar su situación. Un fenómeno más o menos común en este caso es pensar que no ha muerto, pudiendo esa ilusión durar muchos meses y hasta muchos años. En ese estado se desplaza, cree ocuparse de sus negocios y se sorprende porque no le responden cuando habla con alguien. (Cap. III, ítem 149, pp. 210 y 211.)
184. La misma ilusión post mortem se observa, además de los casos de muerte violenta, en muchos individuos cuya vida fue absorbida por los goces e intereses materiales. (Cap. III, ítem 149, pág. 211.)
185. Libre de la envoltura material, el Espíritu de un niño muerto en tierna edad vuelve a tener las facultades que tenía antes de su encarnación. Como no pasó más que algunos instantes en la vida corporal, sus facultades no sufrieron modificación. (Cap. III, ítem 154, pág. 212.)
186. El Espíritu de un niño puede hablar como un adulto, porque puede ser un Espíritu avanzado. Si algunas veces utiliza el lenguaje infantil es para no privar a su madre del encanto que siempre está unido al afecto de un ser frágil, delicado y adornado con las gracias de la inocencia. (Cap. III, ítem 154, pág. 212.)
187. La entrada en el mundo de los Espíritus no da al alma todos los conocimientos que le faltaban en la Tierra. Después de la muerte, progresan más o menos según su voluntad, y algunas avanzan mucho, pero necesitan poner en práctica, durante la vida corporal, lo que adquirieron en ciencia y moralidad. (Cap. III, ítem 156, pág. 213.)
188. Los Espíritus tienen ocupaciones en la vida espiritual relacionadas con su grado de adelanto. (Cap. III, ítem 159, pág. 214.)
189. La Iglesia reconoce hoy que el fuego del infierno es moral y no material, pero no define la naturaleza de los sufrimientos. Según los Espíritus, esas penas no son uniformes: varían infinitamente, según la naturaleza y el grado de las faltas cometidas, siendo casi siempre esas faltas el instrumento de su castigo. Así es que ciertos asesinos son obligados a permanecer en el mismo lugar del crimen y ver a sus víctimas sin cesar; que el hombre de gustos sensuales y materiales conserva esas tendencias junto con la imposibilidad de satisfacerlos; que ciertos avaros creen sufrir el frío y las privaciones que soportaron en vida por su avaricia; que otros permanezcan junto a los tesoros que enterraron por miedo a que se los roben, etc. En una palabra, no hay un defecto, una imperfección moral, una mala acción que no tenga, en el mundo espiritual, su contrapartida y sus consecuencias naturales. Para ello, no hay necesidad de un lugar determinado y circunscrito. Dondequiera que se encuentre el Espíritu perverso, el infierno estará con él. (Cap. III, ítem 160, pág. 215.)
190. Además de los sufrimientos materiales, hay penas y pruebas materiales que el Espíritu, si no está purificado, experimenta en una nueva encarnación, en la cual es colocado en condiciones de sufrir lo que hizo sufrir a otros; de ser humillado, si fue orgulloso; miserable, si fue avaro; infeliz con sus hijos, si fue mal hijo, etc. La Tierra es así, para los Espíritus de esta naturaleza, uno de los lugares de exilio y de expiación, un purgatorio, del cual cada uno se puede librar mejorándose lo suficiente para merecer habitar un mundo mejor. (Cap. III, ítem 160, pp. 215 y 216.)
191. La oración es siempre útil para las almas que sufren. Los buenos Espíritus la recomiendan y los imperfectos la piden como un medio para aliviar sus sufrimientos. Además del consuelo que propicia, la oración exhorta al deudor al arrepentimiento. (Cap. III, ítem 161, pág. 216.)
192. La felicidad de los buenos Espíritus consiste en conocer todas las cosas, no sentir odio, ni celos, ni envidia, ni ambición, ni ninguna de las pasiones que hacen infelices a los hombres. El amor que los une es, para los buenos Espíritus, la fuente de la suprema felicidad, porque no experimentan las necesidades, ni los sufrimientos, ni las angustias de la vida material. El estado de contemplación sería algo estúpido y monótono. La vida espiritual, por el contrario, está llena de incesante actividad por las misiones que los Espíritus reciben del Ser Supremo, como sus agentes en el gobierno del Universo. (Cap. III, ítem 162, pp. 216 y 217.)
Respuestas a las preguntas propuestas
A. ¿Cuál es la causa de los males que afligen a la Humanidad?
Los males de la Humanidad de la Tierra son la consecuencia de la inferioridad moral de la mayoría de los Espíritus que la forman. Por el contacto de sus vicios, ellos se hacen recíprocamente infelices y se castigan unos a otros. (Qué es el Espiritismo, capítulo III, ítem 132.)
B. ¿Cuál es la explicación espírita para el hecho de que muchas personas nazcan en la indigencia mientras que otros nacen en la opulencia?
Ese efecto, evidentemente, tiene una causa. Si esta causa no se encuentra en la vida presente, debe estar antes de ésta. El Espiritismo nos demuestra que más de un hombre nacido en la miseria fue rico y apreciado en una existencia anterior, en la cual hizo mal uso de la fortuna que Dios le encargó administrar. Pero no siempre una vida penosa es fruto de expiación; muchas veces es una prueba escogida por el Espíritu, que ve en ella un medio de avanzar más rápidamente, según el coraje con que la soporte. La riqueza es también una prueba, incluso más peligrosa que la miseria, por las tentaciones que suscita y por los abusos que ocasiona. El ejemplo de los que pasaron por la Tierra demuestra que ésa es una prueba en la que la victoria es más difícil. (Obra citada, capítulo III, ítem 134.)
C. ¿Cuál es la situación del alma momentos después de la muerte del cuerpo?
En el momento de la muerte todo se presenta confuso. Necesita algún tiempo para reconocerse. El tiempo de la turbación que sigue a la muerte es muy variado; puede durar algunas horas como muchos días, meses e incluso muchos años. Esa turbación no tiene nada de penosa para el hombre de bien, pero está llena de ansiedad y de angustias para el individuo cuya conciencia no es pura y amó más la vida corporal que la espiritual. (Obra citada, capítulo III, ítems 144, 145 y 153.)