Hace mucho tiempo,
cuando Jesús caminaba
hablando a las personas
sobre las Leyes Divinas,
que Él había venido a
traer al mundo, estas lo
seguían encantados con
sus palabras y con su
presencia.
Rodeado por la multitud,
Jesús les hablaba de las
cosas simples que eran
parte de sus vidas y que
ellos entendían, como
una moneda perdida,
peces, pesca, redes,
plantaciones, semillas
de mostaza, granos de
trigo y muchas otras
cosas, dándoles ejemplos
que calaban hondo en sus
corazones. Y sanaba a
los enfermos,
paralíticos, ciegos,
mudos y todos los que Le
bus- |
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caban. |
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Un día, en medio del
pueblo, Joabel, un joven
de buen corazón, lo
escuchaba embelesado.
Las palabras del Maestro
lo emocionaban. Joabel
deseaba seguirlo, ser su
discípulo, porque Él
traía las palabras de
vida eterna y, con gran
emoción, aquel día
Joabel vio a Jesús sanar
a muchas personas y
luego se alejó
acompañado de sus
discípulos.
Joabel quiso seguir a
Jesús, pero se acordó de
su madre que estaba
enferma y lamentó no
poder ir con el Maestro.
Deseaba llevarla ante
Jesús para que sea
curada por Él. Sin
embargo, como su padre
había muerto, él era el
hombre de la casa y
responsable de todos.
Por lo tanto no podía
seguir a Jesús.
Al recordar a su madre
enferma, Joabel se
acordó que tenía que
volver a casa. Su madre
lo necesitaba, a pesar
de que su deseo era
continuar siguiendo a
Jesús. Al llegar a su
humilde morada, vio que
su madre estaba peor y
le preguntó:
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- Mamá, ¿qué pasó?
- Nada, Joabel. Me
desperté hoy sintiendo
un fuerte dolor en el
pecho y no podía
levantarse. Por eso, no
he hecho la comida -
respondió ella con el
pecho agitado.
- No te preocupes, mamá.
Yo me encargaré de todo.
Así, Joabel fue a la
cocina para preparar la
comida, siempre
preocupado por su madre.
Recogió verduras de la
pequeña huerta, un po-
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co de granos que
habían sobrado
del día anterior
y un pan. Hizo
una sopa y
pronto un buen
olor se extendía
por toda la
casa. Sus
hermanos menores
comieron y
Joabel llevó un
plato a su
madre, que le
agradeció,
satisfecha. |
Al día siguiente, uno de
los hermanos de Joabel
se enfermó. Preocupado,
lo cuidó, así como a su
madre. Por ello, durante
unos días no pudo salir
en busca de Jesús. A
través del pensamiento,
él oraba, como el
Maestro había enseñado,
pidiendo ayuda para su
madre y su hermano,
ambos enfermos. Echaba
de menos escuchar a
Jesús, pero la situación
familiar no permitía que
se ausentara de la casa.
Cuando vio que su madre
y su hermano estaban
mejores y podía ir al
encuentro de Jesús, un
vecino llamó a su puerta
porque necesita sus
cuidados, lo que no
permitió que saliera.
Después, sucedía siempre
hizo lo mismo: era una
vecina enferma, un niño,
un anciano o alguien con
hambre. Y Joabel, que
tenía un buen corazón,
sentía que no podía
abandonarlos.
Algún tiempo después,
Joabel escuchó la
noticia de que el
Maestro había sido
apresado en Jerusalén,
condenado y había muerto
crucificado entre a dos
ladrones. Sin poder
creerlo, lloró mucho al
sentir que ya no tendría
la oportunidad de volver
a ver a Jesús ni
escucharle.
En sus oraciones, Joabel
conversaba mentalmente
con el Maestro,
explicándole que no
había podido seguirlo
debido a la necesidad de
cuidar de su familia y
de los enfermos que
acudían a él, lamentando
no poder estar junto a
Él, como quería.
Pero mentalmente,
escuchó que Jesús le
respondía:
- Sigue tu camino,
Joabel.
Tu tarea es socorrer a
los más necesitados.
Mi Padre te bendecirá
por eso. ¡Queda en paz!
En otra ocasión,
amaneció con la firme
decisión de hacer algo
por los demás, como dijo
Jesús. Aquel día, su
hermano menor se
despertó sintiendo un
gran malestar y lloraba
de dolor. Joabel, ante
esto, lo tomó en sus
brazos y lo llevó ante
una mujer que conocía el
arte de tratar con
plantas y curaba
enfermedades.
Rápidamente llevó a su
hermano a la mujer,
quien cuidó de él,
preparando un té que le
dio a tragos. Después de
unas horas el dolor
pasó, y ellos regresaron
a casa.
Joabel estaba satisfecho
por la curación de su
hermano, pero sentía que
nunca podría cumplir su
propósito de seguir a
Jesús ayudando a los
necesitados. Al elevar
el pensamiento a lo
Alto, buscando a Jesús,
oyó: "Joabel, no te
preocupes.
En verdad, ¿quién es
nuestro prójimo?"
- Señor, es aquel que
está más cerca de
nosotros - respondió él.
"Dices muy bien, Joabel.
Entonces, hiciste la
voluntad de mi Padre que
está en los Cielos”.
Más reconfortado, Joabel
sonrió entre lágrimas,
sintiéndose mejor y
entendiendo la lección
de Jesús.
Cierto día, años
después, debilitado,
Joabel se echó en su
cama. Ya no podía
levantarse. Quería hacer
sus tareas, ayudar a los
necesitados, pero el
cuerpo no le obedecía.
Elevando el pensamiento
a Jesús, Joabel suplicó:
- ¡Maestro, ayúdame!
¡Necesito trabajar,
hacer mis labores y no
puedo! ¡Hay personas que
dependen de mí y no
puedo atenderlas! ¡No
quiero quedarme preso a
la cama sin hacer nada
por mi prójimo, Jesús!
Y el Maestro le
respondió:
- Quédate tranquilo,
Joabel. Has trabajado
mucho y ahora ha llegado
el momento de cosechar
las bendiciones a las
que tienes derecho.
Tuviste una fructífera
vida, te dedicaste a los
necesitados, te cansaste
y trabajaste bastante
por los demás, sin
pensar en ti mismo.
¡Ahora, ven conmigo!
¡Recibirás los laureles
de tu dedicación y tu
amor, |
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continuando el
servicio junto a
mí! |
|
Joabel sintió un inmenso
bienestar lo envolvía y,
lleno de alegría, vio la
imagen de Jesús, junto a
él, sonriente,
tendiéndole la mano.
Sólo entonces, en ese
instante, Joabel
entendió que todo lo que
había hecho durante su
vida fue trabajar para
el Maestro, sirviendo a
su prójimo.
MEIMEI
(Recibida por Célia X.
de Camargo, el
18/05/15.)
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