Érase una vez un hombre
llamado Henrique que era
muy rico. Tenía una
hermosa familia, una
esposa cariñosa e hijos
adorables. Sin embargo,
él vivía preocupado por
sus riquezas, sumido en
el deseo de aumentar su
dinero y no tenía tiempo
para la familia, que
decía amar tanto.
Cierto día, Henrique se
estaba dirigiendo a su
empresa cuando se sintió
mal y se cayó, se golpeó
la cabeza en un poste, y
perdió la me-
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moria. Solo, dos
chicos pensaron
que estaba
borracho y se
rieron: |
- ¡Mira! ¡Tan temprano y
ya borracho! Su ropa es
buena. ¡Debe estar lleno
de dinero!
Se llevaron todo lo que
tenía, inclusive su
abrigo, dejándolo sólo
con la camisa y los
pantalones; se llevaron
el dinero y tiraron los
documentos en la calle.
Como estaba empezando a
llover, el agua se llevó
sus papeles.
Al despertar, Henrique
no podía volver a casa.
Caminando por la ciudad,
finalmente llegó a una
carretera y pidió un
aventón. Un camionero,
al verlo, sintió
compasión y se detuvo,
preguntando:
- ¿A dónde vas, amigo?
Sin saber qué decir,
mostró la dirección del
camionero.
- ¡Pues entonces suba!
Más adelante, como tenía
hambre, el conductor se
detuvo en una gasolinera
para comer y le preguntó
al desconocido si tenía
hambre, y el pasajero
asintió, mostrando que
sí.
- No se preocupe. Esta
vez yo pago.
Comieron un bocadillo y,
en seguida, como iba a
cambiar de rumbo, el
conductor le avisó al
pasajero, y éste decidió
bajarse. Se despidieron
y otra vez Henrique se
quedó solo.
Caminó un buen tramo
hasta cansarse. Se
detuvo y se recostó en
un árbol para dormir.
Mientras tanto, su
familia lo buscaba por
todas partes, pues en la
empresa les dijeron que
no se había aparecido
durante el día. Avisaron
a la policía, que salió
en su búsqueda, sin
encontrarlo, ya que él
ya había salido de la
ciudad.
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Así, Henrique comenzó a
llevar una nueva vida.
La necesidad lo obligó a
mendigar para comer. A
los pocos días estaba
irreconocible; con la
ropa sucia, el cabello
despeinado, sin tener
dónde bañarse y olía
mal. Bebía agua de un
grifo que encontró en la
ciudad, que él no sabía
cuál era ni dónde
estaba.
Enfermo, iba empeorando
cada vez más, hasta que
alguien de buenas
intenciones, lleno de
compasión, lo llevó a un
hospital. Allí
fue socorrido
por los médicos
y |
enfermeros, pero
no podía decir
quién era ni
dónde vivía.
Como hablaba
bien y tenía
buenos modales,
tuvieron la idea
de fotografiarlo
y enviar una
foto a la
policía y a otra
a las estaciones
de televisión. |
Algunos días después,
alguien encontró el
parecido con Henrique,
el gran empresario, y
avisó a la familia. Su
esposa y un hijo fueron
a visitar al enfermo,
que seguía
hospitalizado. Una vez
allí, se dieron una
sorpresa:
- ¡Henrique! - gritó su
esposa, emocionada -
¡Gracias a Dios que te
encontré!...
- ¡Papá! ¿Dónde has
estado todo este tiempo?
¿Y dicen que mendigabas
por las calles? - dijo
el hijo.
Al ver a aquellas
personas, él, que estaba
mejor, los reconoció y
sonrió más aliviado.
El médico conversó con
su esposa, afirmando:
- Todo lleva a creer que
Henrique desapareció
porque tenía un problema
y perdió la memoria.
Ahora se está
recuperando; tengan
paciencia con él. Si
tuviera otro problema
igual, vuelvan a
buscarme.
- Gracias, doctor.
Usted nos ha ayudado
mucho. Volveremos, sin
duda alguna.
Después, con lágrimas en
los ojos, dijo:
- Vamos a casa, querido.
El médico ha dicho que
puedes irte.
Entonces Henrique
regresó a su hogar y a
la convivencia familiar.
Como había sido tratado
en el hospital, el
médico volvió a advertir
a su esposa que estaba
recuperando la memoria
perdida a causa de un
problema que había
tenido, y pidió que
tuvieran paciencia con
él.
Al llegar a la mansión
donde vivía, en la gran
avenida, Henrique sonrió
reconociendo la casa
donde habían vivido
durante tanto tiempo.
Entró, lo llevaron a su
habitación y, ya
acomodado en la cama,
dijo a sus familiares:
- Gracias a Dios, estoy
de regreso. Sufrí mucho
durante todo este
tiempo. Fui mendigo y
pedí limosna, comida y
dormía a la intemperie,
cubriéndome con
periódicos que las
personas tiraban a la
calle o dejaban
olvidados en los bancos
de los parques.
- Querido, olvida todo
eso. Ya pasó, tú está
de vuelta en nuestra
casa ...
- Lo sé, querida. Pero
no puedo olvidar lo que
viví. Siempre fui un
hombre duro, que sólo
valoraba el dinero. Hoy,
después de tanto
sufrimiento, sé que la
gente no está en la
calle porque quiere,
sino porque no tienen
opción. Así es que de
ahora en adelante, voy a
ser diferente. Quiero
ayudar a todas las
personas que pasan
dificultades, que viven
en las calles, que
beben, que son adictas a
las drogas. Todos son
muy desdichados y
necesitan que alguien
les ayude. Ese alguien
seré yo, que conviví con
todos ellos y, aun
viviendo dificultades,
ellos me ayudaron,
compartiendo conmigo lo
poco que tenían.
Su esposa y sus hijos
estaban emocionados con
sus palabras, pues lo
habían conocido como un
hombre duro, sin piedad
con todos los que
necesitaban ayuda.
Y Henrique continuó:
- Seré un jefe diferente
con mis empleados a
partir de ahora. Mañana
iré a la empresa para
conversar con ellos, y
les diré lo mismo que
les he dicho hoy a
ustedes: ¡Dios me ha
dado una nueva
oportunidad y voy a
aprovecharla! ¡Créanme!
Perdónenme por ser el
padre y esposo que fui
para ustedes.
A partir de ahora soy un
hombre diferente.
La esposa y los hijos se
acercaron con mucho amor
y lo abrazaron, con
lágrimas de comprensión
y compasión,
reconociendo que siempre
es tiempo de cambiar.
MEIMEI
(Recibida por Célia X.
de Camargo, el
9/11/2015.)
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