Roger, de ocho años de
edad, se quejaba de
tener que ir a la
escuela. Ese día,
sábado, lo que él quería
era quedarse jugando en
el patio, libre de toda
actividad, servicio
doméstico o tareas que
traía para hacer en
casa.
Mientras jugaba con su
perrito, veía televisión
o se estaba en la calle
con los vecinos, todo
estaba bien. Si su madre
lo llamaba para que la
ayude en el servicio, él
protestaba:
- ¿Todo yo, mamá?
¡Quiero jugar!
- ¡Pero hijo, estás
jugando hace horas!
Estoy atrasada con el
servicio y tu papá
vendrá para el almuerzo,
y tiene que estar listo.
¡Él tiene que regresar
pronto al trabajo!
¡Ayúdame, por favor!
Sintiéndose obligado a
ayudarla, entró llorando
y reclamando:
- ¡Todo yo, mamá! ¡Ni
siquiera puedo jugar un
poco!
- Luego jugarás. Ahora,
barre la cocina y luego
preparas la mesa por mí,
¿sí?
El chico asintió de mala
gana y, tomando la
escoba, empezó a barrer.
Pero había tanta mala
voluntad en la forma con
que hacía el servicio,
que la mamá le dijo:
- No necesitas barrer
más, Roger. Deja que yo
misma hago eso.
- ¡Ah, qué bien! ¿Puedo
volver a jugar?
Ella asintió con la
cabeza, triste, pero
Roger ni siquiera se dio
cuenta. Abrió la puerta
con una gran sonrisa y
gritó:
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- ¡Regreso más tarde,
mamá!
Cuando el jefe de la
casa llegó, la esposa
estaba terminando de
preparar el almuerzo y
poniendo la mesa. Él
quiso llamar a su hijo,
pero su esposa dijo:
- No, querido. Déjalo
jugar, después
almorzará.
Se sentaron, hicieron
una oración de
agradecimiento a Dios
por el día y por el
|
almuerzo que
iban a comer.
Conversaron un
poco, pero
pronto el marido
tuvo que
regresar al
trabajo. Al
salir, visto a
su hijo que
jugaba en la
calle sin
cansarse, todo
risueño. |
La madre recogió la
mesa, arregló la cocina
y se sentó en el sofá de
la sala para ver las
noticias en la
televisión.
Más tarde, Roger entró
corriendo y gritando:
- ¡Mamá! ¡Tengo mucha
hambre! ¿Vamos a
almorzar?
- Nosotros ya
almorzamos, hijo mío.
Sólo faltas tú.
El chico se extrañó,
pero no dijo nada.
Corrió a la cocina, pero
viendo todo limpio y
ordenado, preguntó:
- ¿La mesa no está
puesta, mamá?
Y mirando las hornillas
de la cocina:
- Y la comida, ¿dónde
está?
La madre se levantó del
sofá y entrando en la
cocina, explicó:
- Hijo mío, seguro que
viste cuando tu papá
llegó para almorzar y no
dejaste el juego. Pensé
que no querías almorzar
y guardé todo en el
refrigerador. Ahora,
tendrás que sacar las
ollas y prepararte tu
plato.
- ¡Pero todo debe estar
frío, mamá!
-
Caliéntalo.
- ¡Pero yo no sé hacer
eso!
|
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- Entonces come lo que
quieras. En el
refrigerador tienes
frutas y en el gabinete
hay pan y galletas para
comer.
Roger se quedó afligido
y comenzó a llorar y a
quejarse:
- Mamá, ¿no podías haber
esperado que volviera de
jugar?
- No. Aquí en casa
tenemos un horario. Tu
papá tiene obligaciones
en el trabajo y no puede
retrasarse. ¿Y por qué
no viniste a almorzar
cuando tu papá llegó?
- ¡Porque estaba
jugando, por eso!
- ¿Quieres decir que tu
juego es más importante
que el empleo de tu
papá, que mantiene la
casa y que nos permite
vivir bien? ¡Genial! Le
diré a tu papá que
abandone su trabajo
¡porque tú mantendrás la
casa con tu juego
callejero! - respondió
la madre.
El muchacho se quedó
callado, pensando, y
entonces dijo:
- Estás molesta conmigo
hoy, ¿no, mamá? Sé que
el trabajo de papá es
importante para
nosotros, pero no pensé
en ello. ¡Sólo quería
jugar un poco más!
- ¿Un poco más, Roger?
¡Jugaste toda la mañana
y parte de la tarde! ¿Te
parece poco? Tu papá
llegó, nosotros
almorzamos, se fue,
arreglé la cocina y ya
estaba viendo las
noticias en la
televisión cuando
llegaste... ¿Tus
compañeros no almorzaron
hoy?
Avergonzado, Roger bajó
la cabeza y explicó que
ellos habían ido a
almorzar más temprano y
que él continuó jugando
mientras esperaba que
ellos volvieran.
- ¿Y por qué no viniste
cuando ellos fueron a
almorzar?
- ¡No sé, mamá! Ahora
veo cómo me equivoqué.
¡Ellos no querían dejar
de jugar porque ya
habían almorzado,
mientras yo estaba
hambriento! ¡Qué tonto
fui! Cuando ellos fueron
a almorzar, ¿por qué no
vine también? - él dijo
llevando su mano a la
cabeza.
La madre quedó apenada,
pero entendió que la
lección había sido
beneficiosa. A fin de
cuentas, ahora su hijo
sabía que había actuado
mal.
- Bueno, Roger. ¡Ve a
almorzar, hijo mío!
El niño se puso de pie y
preguntó si ella lo
perdonaba, a lo que la
mamá respondió:
- Por supuesto, hijo
mío. Sólo quería que
entendieras cómo se debe
actuar. Después de todo,
somos una familia y la
hora del almuerzo es
importante para
nosotros. Es el único
momento que tu papá
tiene para estar con
nosotros durante el día.
¿Entendiste?
- Entendí, mamá. Y te
prometo que, a partir de
hoy, te ayudaré cuando
pueda. ¡También quiero
dar mi colaboración!
MEIMEI
(Recibida por Célia X.
de Camargo, em
Rolândia-PR, el
21/09/2015.)
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