Lucía, de siete años de
edad, fue a visitar a su
abuelo Manuel que estaba
enfermo y, al verlo,
sintió una gran pena.
¿Cómo Dios, que era tan
bueno, permitía que su
abuelo sufriera tanto? –
pensaba ella.
Al verla con lágrimas en
los ojos, su mamá la
abrazó, se sentó con
ella en el sofá de la
sala, y quiso saber:
- ¿Por qué estás tan
triste, hijita?
La niña levantó los ojos
llenos de lágrimas y
respondió:
- ¿Cómo no voy a estar
triste, mamá? ¡Mi
abuelo, que amo tanto,
está enfermo, sufriendo
y no puedo hacer nada
para mejorar su
situación!... ¡¿Por qué
Dios, que es nuestro
Padre, deja que mi
abuelo sufra de esta
manera?!...
La madre la abrazó con
más fuerza, la acunó en
sus brazos, y luego
respondió:
- Hija, hay situaciones
que no podemos evitar.
Todos nosotros tenemos
que pasar por problemas
en la vida, pues son
parte de la programación
de nuestra existencia
aquí en la Tierra. Cada
uno enfrentará aquello
que merece de acuerdo
con sus necesidades de
cambio interior, con el
fin de convertirse en
alguien mejor, más lleno
de amor por sus
semejantes.
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- ¡Ah! ¡¿Quieres decir
que, si uno necesita
sufrir, es mejor que su
sufrimiento sea más
rápido para que se
libere de esa
situación?! ...
La madre entendió la
manera de pensar de su
hija, pero explicó:
- Hija, entiendo lo que
estás pensando, pero no
es así como funciona
todo. Si alguien está
sufriendo, debemos
buscar siempre tratar de
aliviar su dolor, y no
pensar que sería mejor
que sufriera rápido para
liberarse del problema.
- ¿Por qué no, mamá?
- Piensa conmigo. Si tu
perrito Belo estuviera
enfermo, ¿qué harías?
- ¡Lo llevaría al
veterinario quien,
viendo lo que tiene, le
daría la medicina para
curarlo!
- ¿Y después?
- ¡Luego, al volver a
casa, yo cuidaría bien
de él para verlo más
animado y feliz!
La madre sonrió ante la
respuesta de su hija y
confirmó:
- Tienes razón, Lucía.
Tenemos que cuidar bien
de nuestro animalito de
compañía. ¿Pero y si
fuera Fofo, tu gatito,
el que estuviera
enfermo? - preguntó la
madre.
- ¡Ah, haría lo mismo!
¡Lo llevaría al
veterinario y luego
cuidaría de él para que
pronto se ponga bien!
- Perfecto, Lucía.
Entonces, ¿por qué con
el abuelo deseas que
aumente su sufrimiento,
cuando podemos
aliviarlo?
La niña se quedó
pensativa por un
momento, después
respondió:
- Ah, no lo sé mamá.
¡Pensé que el abuelo,
pagando pronto su deuda,
sería más feliz!
- Sin duda. Pagando sus
deudas, tu abuelo será
más feliz, tendrá más
tranquilidad y paz en
esta vida. Pero no
podemos pensar que
debemos aumentar su
sufrimiento para que
pague pronto su cuenta
con la Justicia Divina.
Debemos pensar: ¿Qué
colocó Dios en mi ayuda
para aliviar el
sufrimiento del abuelo?
- ¡Ah, entendí, mamá!
Quieres decir que
debemos hacer todo para
ayudar al abuelo a no
sufrir así, ¿verdad?
- Así es, querida. Si el
abuelo tiene que pasar
por dificultades, ¿qué
podemos hacer para
ayudarlo a no sufrir
tanto?
La niña pensó y pensó...
entonces respondió:
- ¡Tenemos que cuidar de
él, ayudarlo a comer,
darle agua, hacerle
caricias y, cuando él
quiera dormir, cantarle
para que duerma!... Hay
una canción que el
abuelo siempre me
cantaba a la hora de
dormir. ¡Ahora, la voy a
cantar para él!
La madrecita estuvo de
acuerdo, dándole un beso
a su hija.
Más tarde, a la hora de
dormir, Lucía, que
estaba cerca del abuelo
Manuel, vio que él tenía
sueño y comenzó a cantar
la canción de cuna que a
ella le más gustaba.
Acercó una silla y,
subiéndose en ella,
estuvo a la altura del
abuelo acostado.
Entonces, como había
visto a su madre
hacerlo, extendió los
brazos con mucho amor,
como si aplicara un
pase, y comenzó a
cantar...
Pronto, el abuelo estaba
durmiendo y ellas
salieron de la
habitación para que se
quede tranquilo.
A la mañana siguiente,
al despertar, la pequeña
Lucía corrió a la
habitación del abuelo
para ver cómo había
pasado la noche, y su
abuelo sonrió, diciendo:
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- Mi nietita, ¡tú que me
ayudaste mucho ayer!
Cantaste para mí, pero
más que cantar, me
aplicaste un pase, y
dormí bien, como hacía
mucho no lo hacía.
¡Gracias! El abuelo está
muy bien hoy gracias a
ti! ...
La niña se subió de
nuevo a la silla y dio
un gran abrazo abuelo,
diciendo:
- ¡Que bueno, abuelo!
Entonces, ¡todas las
noches voy a cantar para
ti y aplicarte pases!
La madre, que había
entrado en la habitación
y había escuchado la
conversación, dijo a su
padre:
- Papá, ¡así vas a hacer
que mi hija piense que
realmente te ayudó!...
¡Es una niña y se
volverá vanidosa!
El padre miró a su hija
y respondió risueño:
- ¡Pues es verdad!
Lucinha cantó y me
aplico un pase. ¡Hoy no
siento dolor y dormí muy
bien! ... ¡Créeme, hija
mía! ...
La madre, sorprendida,
miró a la pequeña que
miraba con ojos de
sorpresa y dio
agradeció:
- Gracias, hijita, por
haber ayudado al abuelo.
Jesús escuchó nuestras
oraciones, atendiéndonos
a través de ti! ...
MEIMEI
(Recibida
por Célia X. de Camargo,
el 19/10/2015.)
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