Constancia y
fidelidad
“Todos sabrán
que sois mis
discípulos, si
amaos unos a los
otros.” (Juan
13: 35.)
Esas palabras de
Jesús se aplican
a los hombres de
fe, a los
adeptos del
Cristianismo.
Parecen indicar,
luego en el
inicio de las
labores
apostólicas, que
había
divergencias
entre los
creyentes. La
dificultad de
amarnos unos a
los otros
persiste hasta
los días de hoy.
El personalismo
está en la
fuente de las
discordancias,
bien como el
fanatismo de
muchos. ¿Cómo
trabajar en
conjunto en las
federaciones,
por ejemplo, si
nosotros, los
adeptos, nos
devoramos para
conseguir una
parcela de
poder,
alimentando las
políticas
partidarias?
Si no amamos
nuestros
hermanos, ¿cómo
amaremos
nuestros
enemigos? Una
pregunta tan
simple, casi
inofensiva y
casi sin
sentido, captura
nuestro
comportamiento
de manera
exacta. Ella no
es retórica,
pero su
respuesta es
muda, porque
acierta el ámago
de la cuestión y
nos coloca en el
obvio. ¿Pero
quién dudaría de
su pertinencia?
¿Si somos
discípulos del
Cristo, por qué
no nos amamos?
Los antiguos se
encontraban
entre los
héroes. Un
Cairbar Schutel,
en São Paulo,
Abel Gomes,
Chico Xavier y
Anita Borela, en
Minas Gerais,
Bezerra de
Menezes, en Rio
de Janeiro, y
tantos otros que
podrían ser
listados,
aprendieron a
amar tiernamente
sus
perseguidores,
sus enemigos.
“De modo que nos
enorgullezcamos
de vosotros, en
las iglesias de
Dios, por
vuestra
constancia y
fidelidad en
todas las
persecuciones y
aflicciones que
sufráis.” (2
Tesalonicenses
1:4.)
¿Por qué tanta
animosidad entre
nosotros, si
creemos
realmente en el
mismo Cristo?
¿Pero será que
creemos
realmente en el
mismo Cristo? ¿O
cada uno de
nosotros tiene
una concepción
diferente del
Cristo, moldada
al sabor de
nuestros
caprichos? ¿No
leemos
reiteradamente
el Evangelio?
¿Será que él es
una carta
cerrada?
Hablamos mucho
en sacrificio y
abnegación. Nos
gustaría seguir
el Cristo, dar
el ejemplo,
transmitir el
Evangelio a
través de
palabras y
actos. Creemos
que esto es
posible. ¿Pero
qué nos impide?
El nuestro
orgullo. No
llevamos en
serio la
recomendación de
aplicar las
enseñanzas a
nosotros mismos,
de analizar
nuestros deseos
y ver si
conseguimos
saber más sobre
quien somos.
“Porque os fue
concedido no
solamente creer
en Cristo pero
también sufrir
por él.”
(Filipenses
1:29.)
Hoy es fácil
decirse espírita.
Los médium
reciben hasta
las llaves de la
ciudad. Pero es
difícil ser
espírita. Los
enemigos
encarnados sólo
gritan y llaman
de crédulos
mistificados a
los adeptos del
Consolador. Sin
embargo, los
enemigos ocultos
en la
erraticidad
continúan con su
asedio
implacable.
Infelizmente,
ellos, muchas
veces, nos
conocen más y
mejor que
nosotros mismos.
Pero no pueden
hacer nada sin
nuestro permiso.
Y el permiso
está en nuestros
deseos. Por eso
se valen de
nuestras
flaquezas para
atingir sus
objetivos,
cuáles sean:
venganza
personal o
simple deseo de
desajustar los
centros
espíritas,
desarticulando
el movimiento
espírita.
Sufrir por Jesús
es sufrir con
paciencia y
resignación,
siendo fiel y
constante en el
testimonio.
Sin abnegación,
no hay amor; sin
humildad, no hay
fe.
La invitación
del Evangelio
para las
asambleas es
para que
crezcamos en la
renovación de
nuestras mentes
a través de la
verdad y en el
amor mutuo, a
fin de que
podamos decir a
nosotros:
“Hermanos, es
nuestro deber
dar gracias
continuamente a
Dios por
vosotros, pues
vuestra fe hizo
grandes
progresos, y el
amor que tenéis
unos a los otros
va aumentando
siempre más.”
(2
Tesalonicenses
1:3.)
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