Laboratorio de
la caridad
“Ananías dirigía
y presidía el
acto. Sentándose
a la mesa, cual
patriarca en el
seno de la
familia, rogó
las bendiciones
de Jesús para la
buena voluntad
de todos.
Enseguida, hizo
la lectura de
las enseñanzas
de Jesús,
salpicando
algunas frases
del Maestro
divino en los
pergaminos
sueltos. Después
de comentar la
página leída,
ilustrándola con
la exposición de
hechos
significativos,
de su
conocimiento o
de la
experiencia
personal, el
viejo discípulo
del Evangelio
dejaba el lugar,
recorría las
colas de bancos
y ponía las
manos sobre los
enfermos y
necesitados”.
(Pablo y
Esteban, II
Parte, Cap. I.)
La simplicidad
del culto
cristiano
primitivo es
comprendida por
Pablo en su más
bella expresión.
Nada de
elementos de
culto, nada de
sacerdocio
organizado, nada
de ofrendas o
sacrificios. Un
simple y
honorable
discípulo de
Jesús tomando la
palabra para
enseñar la buena
nueva y consolar
los afligidos,
uniendo
enseñanza y
asistencia
espiritual y
material. Esa
imagen jamás se
apagaría en la
mente del
apóstol de los
gentíos. Y se
tornó
fundamental en
la transmisión
del modelo de
simplicidad de
los esfuerzos de
divulgación de
la palabra a
aquellos que
sufren.
Las
instituciones
espíritas de
educación y de
asistencia
social son
laboratorios de
caridad. No sólo
por proporcionar
auxilio a
aquellos que
necesitan, sino
porque permiten
la elaboración
de vivencias
particulares de
la caridad que
forman, juntas,
la labor de la
experiencia de
servir. Así se
realiza el
casamiento del
amaos con el
instruíos.
Emmanuel dijo,
algunas veces,
que debemos
agradecer a los
asistidos por
permitir que
nosotros
practiquemos la
caridad. De
hecho, es Dios
quien coloca en
nuestro camino
las
oportunidades de
servir.
Cuando alguien
nos pide ayuda,
él espera que lo
asistamos y lo
tratemos con
indulgencia,
respeto y
cariño. ¡Quién
sabe hasta
gustaría de
palabras de
consuelo!
Si abriésemos
nuestro corazón,
mismo que no
podamos ayudar
materialmente,
la nuestra
sincera y amable
palabra puede
calmar un
corazón que
llora.
Es necesario que
todos los
envueltos en una
actividad de
asistencia – sea
moral,
educativa,
material – estén
siempre de
acuerdo con un
plan de
servicio,
incluyéndose
formas de
obtención de
recursos
mantenedores de
la institución.
La formulación
de un estatuto y
de un reglamento
interno que
garantice la
estabilidad y la
disciplina de la
casa de
servicio,
dejando bien
claro cuáles son
las prioridades,
los métodos y
los fines a ser
atingidos.
Sean cuales sean
los fines,
comencemos
pequeñitos,
humildes,
sencillos, de
manera a colocar
en nuestro
trabajo, en
lugar de
destaque, la
piedra angular:
Jesús.
La humildad y la
simplicidad son
fundamentales
para la
planificación de
metas, y para
atraer
mensajeros de
Dios para
dirigir los
trabajos y
sustentarnos en
la lucha. Sí,
porque seremos
asediados por
nuestros
adversarios, por
los adversarios
de los asistidos
y por los
enemigos de
Jesús.
¡Cuántas veces
fuimos
reprobados por
los que se
quedan
indignados con
el auxilio que
prestamos a sus
enemigos
encarnados!
¡Cuántas veces
amenazados por
los enemigos del
bien!
Es necesario,
sin embargo, no
desfallecer, no
nos cansemos de
hacer el bien,
mismo en las más
ásperas
tribulaciones.
(2
Tesalonicenses
1: 4;3: 13).
Para el bien de
la simplicidad,
debemos libertar
el ambiente de
nuestro servicio
al prójimo de
todo adorno
superfluo, de
complejidad
arquitectónica y
de todo lujo,
porque
desnecesario (y
también para no
constreñir la
pobreza del
asistido, mismo
que sea pobreza
sólo moral).
Así como el
salón de los
trabajos de
desobsesión debe
ser simple, sin
adornos ni
aderezos, la
institución
espírita debe
ser también
sencilla,
desprovista de
adornos e
imágenes de
cualquier
religión, y
absolutamente
funcional.
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