Pruebas
“Considerad, mis
hermanos, ser
motivo de gran
alegría cuando
pasáis por
diversas
pruebas.”
(Santiago 1:2.)
Nuestro país, y
por consiguiente
el pueblo
brasileño, pasa
por momentos
difíciles, que
podríamos
equiparar a una
especie de
prueba
colectiva.
Las pruebas
consisten, como
sabemos, en
poner a muestra
nuestra
constancia,
nuestra
perseverancia,
nuestra
paciencia; son
también la
dificultad, el
oprobrio, la
adversidad que
nos cumple
soportar con
resignación.
Espiritualmente
consideradas,
las pruebas son,
sin embargo,
motivo de júbilo
porque son
oportunidades de
crecimiento.
Cuando tienen
carácter
expiatorio, son
el medio de
reconciliación
con adversarios
del pasado. De
cualquier
manera, las
expiaciones
siempre serán
medios de
elevación y
progreso.
Debemos ser
gratos a Dios
por
proporcionarnos
un nuevo
comienzo.
Las pruebas
muestran quien
realmente somos
y hasta donde
nuestra creencia
tiene base real
en nuestros
sentimientos.
Job es siempre
seguido como
ejemplo, pero
una lectura
atenta muestra
que él, en la
adversidad, fue
nada paciente, y
mucho menos
resignado,
teniendo acusado
a Dios de
injusticia.
El ejemplo que
él nos da es
que, cuando
vencido, se
vuelve para Dios
y humildemente
pide la
reconciliación
con el Todo
Misericordioso.
¿Hemos sido
iguales a él?
¿Alegres en la
abundancia y
sombríos en la
adversidad? Pero
un día, vencidos
en nuestro
orgullo, nos
volvemos para
Dios y pedimos
perdón y una
nueva
oportunidad de
hacer cierto lo
que hicimos de
errado. Y Dios
nos bendice y
nos da nuevos
caminos de
acuerdo con
nuestro
merecimiento y
con las
necesidades
evolutivas.
“La alegría que
estimula es
hermana del
dolor que
perfecciona.”
(Emmanuel,
Pan nuestro,
Cap. 100.)
Conciliar el
dolor con la
alegría debe ser
una de las cosas
más difíciles.
De manera
general,
consentimos que
esa conciliación
sea posible en
el plano
teórico.
Aceptarla, sin
embargo, en la
resignación es
bien más
difícil. Alegría
y dolor. Nadie
los conjugó tan
harmoniosamente
como Jerônimo
Mendonça, el
gigante tumbado.
“Hijo, si
aspiras a servir
al Señor,
prepara tu alma
para la prueba.
Endereza el
corazón y sé
constante; no
tengas prisa en
el momento de la
adversidad.
Acepta todo lo
que te ocurras,
y en las
vicisitudes de
la humillación
ten paciencia.
Pues es en el
fuego que se
prueba el oro y
es en el crisol
de la
humillación que
se experimentan
los que son
agradables a
Dios.” (Eclesiástico
2:1-2.4-5.)
La prueba en
este texto sería
el resultado de
la necesidad de
probar si el
candidato a
trabajador del
Señor es digno
de esta faena,
si tiene los
valores
necesarios para
servir a Dios.
Pero podemos
interpretarlo
según el
Espíritu.
Cuando nos
disponemos a
trabajar juntos
de los
mensajeros de
Jesús, somos
dotados de
mayores fuerzas
para lidiar con
nuestras
imperfecciones.
Por lo tanto, la
cruz que
cargamos se
torna más
pesada, pero de
acuerdo con las
fuerzas y el
entendimiento
amplio que el
discipulado nos
faculta.
A cada paso
somos
interpelados por
los hermanos que
son nuestros
adversarios, o
que son
adversarios del
Cristo.
La acción
deprimente
recibida es una
humillación para
nuestro orgullo,
pero es una
oportunidad de
tornarnos más
humildes. Somos
probados en la
humillación.
Cuanto más
humildes, mayor
comprensión y
fuerzas
recogemos del
alto. Si
pretendemos
servir, cumple
que nos
humillemos para
que el Señor
crezca.
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