Carla, una niña de ocho
años de edad, tenía
muchas dificultades para
cumplir sus
obligaciones,
especialmente aquellas
que eran más
importantes, como hacer
las tareas del colegio,
ir a clases, leer un
libro o participar en el
Evangelio en el Hogar,
que la familia hacía
todos los miércoles, a
las siete de la noche.
Lo que más le gustaba a
la niña era jugar con
sus amiguitas, pasear en
bicicleta, visitar al
abuelo, ver dibujos
animados o películas en
la televisión.
En el colegio, esperaba
ansiosa la hora del
recreo, pues aprovechaba
para jugar y conversar
con sus compañeros.
De ese modo, Carla
estaba siempre mal en el
colegio: sus notas eran
pésimas y temía perder
el año. Sin embargo, no
hacía nada para cambiar
la situación, intentando
jugar menos y estudiar
más.
Cuando su mamá la
mandaba a hacer las
tareas y estudiar, ella
reclamaba:
- ¡Eso es lo único que
me dices, mamá! ¡Carla,
ve a estudiar! ¡Haz las
tareas escolares!
¡Arregla tu cuarto!
¡Guarda tu ropa! ¡Guarda
tus juguetes! ¡Ya!
¡Estoy cansada de
escuchar esas cosas! ¡Es
lo único que hago todo
el tiempo!...
Y se ponía a llorar,
haciendo drama. La mamá
escuchaba con paciencia
y respondía seria:
- Hija mía, si
cumplieras con tus
obligaciones, yo no
necesitaría decírtelo.
Hago esto por ti, por tu
educación. A propósito:
¿ya intentaste preguntar
a tus compañeritos del
colegio qué hacen sus
mamás para que ellos
cumplan sus deberes?
¿Será que ellos no
tienen problemas iguales
a los tuyos?
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- No. Creo que ellos no
tienen esos problemas en
casa.
- En verdad, no lo
sabes. Pues entonces,
pregunta.
¡Te garantizo que te vas
a sorprender!
Viendo que su hija
estaba muy molesta, la
mamá le explicó con
cariño:
- Carla, todos nosotros
en la vida estamos
haciendo elecciones todo
el tiempo, siempre. Y de
esas decisiones depende
nuestro futuro: que sea
mejor o peor.
¡Piénsalo bien!
La niña se quedó con
esas palabras en la
cabeza.
En la noche, era día del
Evangelio en el Hogar,
cuando se reunían en
familia para conversar
sobre las lecciones de
Jesús.
El texto que cayó,
abierto en el Nuevo
Testamento por azar, era
el pasaje en que Jesús,
caminando con sus
apóstoles, entró en una
aldea, Betania, y se
hospedó en la casa de
Lázaro que tenía dos
hermanas, Marta y María.
María, encantada con
Jesús, se sentó a los
pies del Señor para oír
sus enseñanzas. Marta,
sin embargo, preocupada
en recibir bien a los
invitados, en
prepararles la comida,
quedó sobrecargada con
mucho trabajo.
Acercándose a Jesús, le
dijo: - Señor, pida a
María que me ayude, pues
estoy sola haciendo todo
el trabajo. El Señor,
sin embargo, respondió:
- Marta, Marta, tú te
preocupas y te ocupas de
muchas cosas; sin
embargo, solo una es
necesaria. María escogió
la mejor parte, que no
le será quitada1.
El papá, que había leído
el texto, preguntó a su
hija si había entendido.
- No entendí, papá.
¡Pienso que Marta tenía
razón al pedir a Jesús
que ordenara a María que
la fuera a ayudar!
Después de todo, alguien
tiene que preparar la
comida, ¿verdad?
- Tienes razón, querida.
Pero Jesús quiso enseñar
que existen cosas que
son más importantes que
otras. La presencia del
Señor en esa casa era de
gran valor. Y todo lo
que Él enseñaba era para
ser muy bien guardado,
pues vendría un tiempo
en el que Él no estaría
más en la Tierra. Eran
conocimientos que
quedarían para la
posteridad, es decir,
para la sociedad del
futuro. En cuanto a las
tareas domésticas, como
arreglar la casa y
preparar los alimentos
son cosas banales, que
todos los días estarían
allí, siendo necesario
ser hechas nuevamente.
La niña pensó… pensó…
pensó… Y dijo:
- Entonces, ¿es como mis
tareas de la casa y los
del colegio?
La mamá sonrió ante ese
recuerdo de la niña,
explicando:
- Sé a dónde quieres
llegar, hija. Sí, las
tareas del colegio son
más importantes porque
tienen que ver con tu
aprendizaje para el
futuro: es lo que tú
aprendes y no olvidas
más.
Es la conquista del
espíritu.
- ¿Quieres decir que las
tareas domésticas tienen
menor valor que los del
espíritu?
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- Exactamente. Entonces,
lo importante es cumplir
con las tareas del
aprendizaje escolar. En
cuanto a los otros, la
gente los hace si tiene
tiempo.
¿Entendiste?
- Entendí, mamá.
¿Son los juegos, los
paseos, etc.?
La mamá abrazó a la
hijita con cariño al ver
su preocupación:
- Tranquila, querida.
¡Tú eres una niña y
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siempre habrá
tiempo para
jugar! |
Carla sonrió feliz y
contó:
- Mamá, pregunté a mis
compañeros de colegio si
sus mamás los obligaban
a hacer sus deberes, y
ellos me dijeron que
todas las mamás siempre
hablan de lo mismo.
Carla aprendió la
lección. Desde ese día
en adelante, ella jamás
dejó de cumplir sus
deberes. Ella comprendió
que, aprovechando bien
el tiempo, haría las
tareas escolares y
domésticas, y aun
sobraba espacio para los
juegos y paseos, y que
Jesús estaría contento
con ella, porque estaba
tomando las decisiones
correctas.
MEIMEI
(Psicografiado por Célia
X. de Camargo, el
16/08/2010.)
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