La familia es
más que un
crisol depurador
La familia es la
institución
social más
importante para
la realización
del ser como
individuo capaz
de hacer nuevos
relacionamientos.
La importancia
de los padres en
la existencia
del hijo, cuando
son reconocidos
como el vínculo
determinante de
todo el
desarrollo
psíquico del
ser, debe ser
meditada por
todos los
participantes
del núcleo
familiar para
orientar el
conjunto en la
búsqueda de la
sublimación.
Pero… ¡cómo
estamos
distantes de
aceptar tal
proyecto de
elevación
espiritual! Es
decir, la gran
mayoría de
nosotros aceptó
tal proyecto
cuando de las
escojas que
sirvieron de
base para la
programación
reencarnatoria.
Sin embargo, una
vez en la carne,
el olvido del
pasado en
asociación con
la eliminación
de la intuición
nos hace olvidar
los compromisos
asumidos,
deslizando para
la busca
inconsciente de
satisfacción de
deseos menos
dignos.
El egoísmo es el
elemento que
trabaja contra
cualquier
tentativa de
reunir los
miembros de una
misma familia.
Una reunión de
fuerzas para
tornar más
fuertes los
lazos de la
afectividad
familiar es
debilitada por
una simple
actitud egoísta
de uno de sus
miembros. Y
cuando viene de
uno de los
padres, el
efecto es
devastador.
Porque el papel
de los padres es
educar por su
comportamiento,
entre otras
atribuciones,
además del que,
durante gran
parte de la vida
infantil, son
ellos la
referencia
primera para la
formación del
carácter.
El egoísmo es un
rasgo animal que
es el resultado
del culto de la
personalidad y
de la sumisión
del interés
ajeno al propio
interés. Si el
núcleo familiar
tiene que lidiar
con tan fuerte e
imponente
adversario,
¿cómo resistir a
eso?
Renuncia.
“Indispensable
cultivar la
renuncia a los
pequeños deseos
que nos son
peculiares, a
fin de que
conquistemos la
capacidad de
sacrificio, que
nos estructurará
la sublimación
en más altos
niveles.”
(Emmanuel, Fuente
viva, cap.
163.)
Renunciar al
pequeño deseo de
ser respetado,
al pequeño deseo
de ser seguido,
de ser muy
amado, de ser
influyente, de
ser acatado, de
ser prestigiado,
de ser de buena
conducta, de ser
ejemplo.
La renuncia es
el escudo
protector contra
las investidas
del egoísmo. Y
ese ejercicio
nos tornará
capaces de
sacrificar el
egoísmo que se
desarrolla en
nosotros.
La renuncia es
hija de la
humildad. Y la
humillación es
el mecanismo que
nos torna más
humildes. Caso
entendamos el
fin pedagógico
de la
humillación,
veremos que
pasamos por una
prueba
depuradora y
que, si nos
sometamos sin
quejas, sin
orgullo herido,
tendremos como
“corona de
laureles” la
paga de muchos
débitos.
Objetivamente,
por lo tanto, la
humillación es
prueba que
ennoblece
nuestro carácter
y nos torna apto
a la más alta
sublimación.
Es necesario
cultivar la
armonía entre
padres e hijos.
Si esa armonía
es rota, se debe
laborar para
restablecerla.
En un ambiente
de concordia es
posible cortar
las aristas,
tornando menos
espinoso el
relacionamiento.
Y es nuevamente
la renuncia que
calla más hondo
en los
corazones. Saber
callar cuando la
discusión se
establece, saber
oír con atención
y cariño, saber
calmar los
ánimos
exaltados,
callando a sí
mismo para que
el otro se
sienta acogido.
¡Cuántas
lágrimas
contenidas para
no herir aquél
que se ama!
¡Cuántos
disgustos
desbastados!
La familia es
más que un
crisol
depurador, es un
laboratorio cuyo
más noble
elemento es el
amor.
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