Gabriel era un
apasionado de las
cometas.
Desde pequeño su padre
le enseñó a hacer
cometas y a soltarlas.
Era con inmensa alegría
que él llevaba la cometa
para el campo y corría,
soltando el hilo, hasta
verla subir en el aire,
cada vez más alto.
Margarida, una amiga de
Gabriel, siempre pedía:
- Gabriel, ¿me dejas
soltar tu cometa? ¡Sólo
esta vez!
Pero él respondía:
- No. Eso no es cosa de
niñas. Además de eso, tú
no sabes, y vas a
estropear mi cometa.
Y la niña, no conforme,
protestaba:
- ¡Pero yo te dejo andar
en mi bicicleta! ¡Y leer
mis libros!
Cierto día Gabriel había
hecho una linda cometa
nueva y la chica volvió
a pedirle a el que la
dejase soltarla.
- No sirve, Margarida.
Tú no vas a poner la
mano en mi cometa nueva.
La niña se apartó de el
y se fue, muy enfadada y
rebelde.
Después de las clases,
pasando cerca de la casa
de Gabriel, Margarida
vio que el estaba
divirtiéndose en un
columpio, junto a otra
amiga. Vio también que
el había dejado la
cometa nueva apoyada en
un árbol.
Ella se aproximó y, sin
que el lo notase, cogió
la cometa y salió
corriendo.
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Llegando a la casa, fue
pronto a soltar la
cometa. Con satisfacción
vio que ella subió y
soltó más hilo. De
repente, intentó tirar y
no lo consiguió: la
cometa estaba presa en
una rama. Con miedo de
que Gabriel, buscando la
cometa y no
encontrándola, viniese
detrás de ella, empujó
con fuerza y la cometa
se rasgó, cayendo al
suelo, toda estropeada.
Margarida, asustada,recogió
los restos y corrió a
esconderlos en su cuarto.
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No tardó mucho, apareció
Gabriel. |
- Robaron mi cometa,
Margarida. ¿Tú viste
quién fue?
- No, no lovi.
Ella entró en su casa y
lo dejó en la calle,
solo.
La madre notó que
Margarida estaba
extraña. A la hora de
dormir le pregunto a
ella:
- Tú no estás bien, hija
mía, pareces triste.
¿Quieres contarme qué
ocurrió?
La niña comenzó a llorar
y contó a la madre lo
que había ocurrido.
-No tuve intención de
estropear la cometa de
él, mamá. ¡Sólo quise
tener el gusto de jugar
un poco con ella! ¡Ahora
no sé qué hacer!
La madre la abrazo
cariñosa:
-Yo lo sé, hija mía. Sin
embargo tú cometiste un
gesto feo: cogiste el
juguete de él sin
pedirlo. Y después,
acabaste estropeándolo.
- ¿Qué debo hacer, mamá?
-Haz una oración y pide
que Jesús te ayude.
Acuérdate de todo lo que
ya aprendiste. Consulta
tu cabecita, piensa
bien. Mañana tengo la
seguridad que tú
despertarás con la
solución. Ahora, buenas
noches. Duerme bien,
hija mía.
Margarida pensó…
pensó… pensó…
Se acordó de que coger
la cometa del amigo sin
permiso de él, incluso
teniendo la intención de
devolverla, fue una
falta de respeto y que,
en una situación
semejante, no le
gustaría que hicieran lo
mismo con ella.
Al día siguiente, había
decidido qué hacer.
Después de las clases,
compró papel, se hizo
con lo necesario e hizo
una cometa. Muchas veces
Gabriel trabajaba y
sabía como hacerlo.
Más tarde, armándose de
coraje, buscó al amigo y
le contó lo que había
ocurrido, terminando por
decir:
- Te pido disculpas,
Gabriel. No tuve
intención de estropear
tu cometa.
Pero, para compensarte,
aquí esta otra que hice
especialmente para ti.
- Aquí está, Gabriel.
¡Espero que te guste! –
cogió la cometa y se la
entregó al chico.
El niño quedó conmovido
al ver su cometa nueva.
Tenía el formato de un
corazón.
Después, él abrazó a
Margarida con cariño:
- Margarida, yo
reconozco que siempre
fui muy impertinente
contigo. Por eso,
también tengo que
pedirte disculpas. De
hoy en adelante, todo va
a ser diferente.
- ¿Amigos?
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- ¡Amigos! |
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De ahí en breve, Gabriel
ya estaba probando su
cometa nueva, todo feliz
de la vida, mientras
Margarida lo observaba,
satisfecha por haber
resuelto el problema.
Gabriel se volvió para
Margarida y sugirió con
una sonrisa:
- Buen trabajo. ¡Ella
quedó muy bien! ¿Quieres
probar?
Tía Célia
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