Se
atribuye
a la
conocida
camarada
Guiomar
Albanese,
dirigente
del
Centro
Espirita
Perseverancia,
de la
Capital
paulista,
el
pensamiento
de que,
de todas
las
aflicciones
que
acometen
a las
personas
que
buscan
la Casa
espírita,
lo que
más
perturba
a la
criatura
humana
no es el
dolor en
si, más
si el
desconocimiento
de los
motivos
por los
cuales
sufre.
Muchos
de los
que
llegan
al
Espiritismo
son
motivados
s
buscarlo
por el
dolor,
por el
sufrimiento,
por las
aflicciones,
que
muchas
veces
parecen
insoportables
hasta
que se
les
conoce
la
génesis,
el
origen,
un dato
importante
para que
la
resignación
acompañe
a los
momentos
difíciles.
Se
encuentra
hay,
como
bien
sabemos,
el
carácter
consolador
del
espiritismo,
que fue
presentado
a
Kardec,
por los
Espíritus
superiores
que
orientaron
a la
codificación,
como la
confirmación
de la
promesa
hecha de
Jesús
sobre el
Consolador,
que el
Padre
enviaría
en su
nombre
para dar
continuidad
a la
tarea
con el
Evangelio.
Es esa
facción
confortadora
que
encanta
y prende
a las
personas
que
toman
contacto
con la
Doctrina
Espirita.
Los
doctrinados
por
adversarios
gratuitos
del
espiritismo,
cuando
entran
en una
Casa
espirita
verifican
que nada
de lo
que
oyeron
antes de
sus
detractores
corresponde
a la
verdad.
Las
palestras,
los
consejos,
las
orientaciones
son
todas
revestidas
de la
propuesta
de que
es
preciso
transformarse
practicar
el bien,
seguros
de que
en el
Evangelio
encontraremos
siempre
el rumbo
para ser
efectivamente
felices.
Fue
precisamente
eso de
lo que
se dio
cuenta
Andrea
Salgado,
la
profesora
carioca
que, a
los 33
años de
edad,
tuvo las
piernas
paralizadas
algún
tiempo
atrás,
cuando
una
lancha
colisionó
con el
banana
boat
en el
que ella
paseaba
en una
de las
playas
del
litoral
fluminense.
Andrea,
que
sorprendió
a todos
por su
fuerza
de
voluntad
y el
optimismo
con que
afronto
la
situación,
vio el
rumbo de
su
existencia
alterarse
por
completo,
más ni
por eso
perdió
la
serenidad
y el
entusiasmo
por la
vida.
En la
entrevista
concedida
posteriormente
a la
revista
Veja, el
reportero
le
preguntó
lo que
ella
hacia
para
espantar
la
tristeza
y Andrea
respondió:
“Siempre
me gusto
mucho
vivir.
Siempre
fui,
alegre,
espontánea
y
guerrera.
El
accidente
me dejó
con
algunas
limitaciones.
Más
estoy
aprendiendo
a
convivir
con
ellas
aceptándolo
bien.
Me gusta
leer,
cuidar
de mis
hijos,
de mi
casa.
Eso me
distrae.
Tengo
leído
muchos
libros
kardecistas,
libros
con
mensajes
de
optimismo.
Soy
católica,
más
después
del
accidente
encontré
muchas
respuestas
en el
Espiritismo.
“Aprendí
que nada
acontece
por
acaso.”
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