En el estudio
que hizo, en el
capítulo I del
libro La
Génesis,
sobre las tres
grandes
revelaciones de
Dios, Kardec fue
por demás claro.
Recordemos lo
que el
Codificador allí
escribió.
A Moisés debemos
– dice Kardec –
tres grandes
realizaciones:
la revelación de
la existencia de
un Dios único,
Soberano Señor y
Orientador de
todas las cosas;
la promulgación
de la ley del
Sinai, o
Decálogo, y el
lanzamiento de
las bases de la
verdadera fe.
El Cristo –
recuerda el
Codificador -,
tomando de la
antigua ley lo
que es eterno y
divino y
rechazando lo
que era
transitorio,
puramente
disciplinario y
de concepción
humana,
añadiéndole la
revelación de la
vida futura y
disertó sobre
las penas y
recompensas que
aguardan al
hombre después
de la muerte, un
tema que no
había sido
tratado en la
doctrina
mosaica.
Evidentemente,
dada la
condición de
inferioridad
intelecto-moral
que
caracterizaba a
los hombres de
su época, el
Cristo no puede
avanzar sobre
los otros temas,
razón por la
cual dice estas
palabras
registradas en
el Evangelio de
Juan: “Muchas de
las cosas que os
digo aun no las
comprendéis y
muchas otras
tendría que
decir, que no
comprenderíais;
por eso es que
os hablo por
parábolas; más
tarde, sin
embargo, os
enviaré el
Consolador, el
Espíritu de
Verdad, que
restablecerá
todas las cosas
y os la
explicará
todas”.
Surgió entonces,
18 siglos
después el
Espiritismo que,
partiendo de las
propias palabras
del Cristo, como
este partió de
las de
Moisés, es –
conforme
palabras
textuales de
Kardec –
“consecuencia
directa de su
doctrina”.
El lazo que une
las revelaciones
no podría ser
expuesto con
mayor claridad.
La Doctrina
Espírita, cuyo
advenimiento
ocurre en una
época mucho más
favorable a la
diseminación del
conocimiento,
añadió a las
revelaciones
anteriores
informaciones
importantes,
como la
confirmación de
la existencia
del mundo
invisible que
nos rodea; la
definición de
los lazos que
unen el alma al
cuerpo y, por
consecuencia, la
disipación del
velo que
ocultaba a los
hombres los
misterios del
nacimiento y de
la muerte.
Con las luces
traídas por el
Espiritismo, el
hombre sabe de
dónde viene,
para dónde va,
porqué está en
la Tierra,
porqué sufre
temporalmente, y
ve por todas
partes la
justicia de
Dios, consciente
de que, conforme
Jesús enseñó,
amar a Dios y al
prójimo
constituye el
deber principal
de todos
nosotros.
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