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Habitando una gran
selva, Jujuba, el
leoncito, crecía fuerte
y sabio.
Su madre, Doña Leona,
cuidaba de él con mucho
cariño: le bañaba, le
peinaba el pelo, le
arreglaba las uñas y lo
alimentaba.
Muy amorosa, su madre lo
defendía contra los
peligros de la selva, no
permitiéndole que se
apartase mucho de la
gruta.
Pero Jujuba, viviendo
siempre solo, sentía la
falta de |
amigos, deseaba
tener con quien
jugar. |
Cierto día Jujuba
decidió salir de casa
para encontrar a un
amigo.
Encantado con todo lo
que veía, se internó en
la selva, apartándose de
la gruta.
Un poco adelante vio a
un conejito escondido
entre los árboles y
preguntó:
- ¡Hola! ¿Quieres ser mi
amigo?
El conejo al ver quien
le dirigía la palabra
abrió los ojos, asustado
y gritó, escondiéndose
en medio de las matas:
- ¡Un león!...
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Jujuba no entendió la
actitud del conejo, pero
no se desanimó.
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Andando un poco más
encontró a un rumiante
que pastaba
tranquilamente. Se
aproximó y dijo:
- ¡Hola! ¿Quieres ser mi
amigo?
Con las piernas
temblando de miedo, el
animal dio media vuelta
y desapareció en medio
de la selva gritando:
- ¡Huyan! ¡Un león! ¡Un
león!...
|
Jujuba triste, aun no se
desanimó. Continuó
andando y buscando. Más
adelante miró para
arriba y vio a un mono
enroscado en una rama de
un árbol.
- ¿Quieres jugar
conmigo? – preguntó
esperanzado.
Al verlo, el mono se
asustó y se fue,
saltando de rama en
rama. El hijito del
león, muy deprimido e
infeliz, se puso a
llorar.
- Buá... Buá... Buá.
Oyendo el llanto,
algunos animales que
estaban escondidos se
aproximaron. El leoncito
lloraba enterneciendo el
corazón y ellos se
compadecieron de sus
lágrimas.
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- ¿Por qué estás
llorando? – preguntó un
enorme sapo.
Al oír aquella voz,
Jujuba paró de llorar y
enjugó las lágrimas.
- ¿Tú estás hablando
conmigo? – extrañado
pues, de que quisiera
hablar con él.
|
- ¡Sí, es contigo claro!
– confirmó el sapo. -
¿Qué te pasó?
Y Jujuba, más animado,
explicó:
- Salí de casa para
buscar a un amigo.
Alguien que quisiera
jugar conmigo. Pero a
nadie le gusto…
Y recomenzó a llorar:
Buá... buá…
Oyendo la protesta del
leoncito, hecha en voz
suave y tierna, el sapo
miró a los otros
animales, que bajaron la
cabeza.
- ¿No os avergonzáis de
tener miedo de un
pequeño cachorrito? –
les preguntó el sapo.
El conejo, aun temblando
de miedo, preguntó más
valiente:
- ¿Es sólo eso lo que
deseas? ¿No nos vas a
atacar después?
- ¡No! ¿Por qué iría a
atacaros?
Quiero que seamos amigos
y juguéis conmigo. ¡Me
siento tan solo!
Entonces los animales
notaron que Jujuba era
sólo un leoncito
delicado y gentil,
incapaz de hacer mal a
nadie. Y dijeron
avergonzados:
- Perdónanos. Nosotros
te juzgamos mal sin
conocerte y sin saber
quién eras tú. Queremos
ser tus amigos, Jujuba.
Puedes contar con
nosotros.
Satisfecho, el leoncito
agradeció a todos y miró
a su alrededor,
preocupado.
- ¿Y ahora? ¡Pienso que
me aparté demasiado y
creo que no sé volver
para casa!
Pero los animales lo
tranquilizaron,
afirmándole:
- No te preocupes.
Nosotros te llevaremos
para casa.
Feliz, Jujuba volvió al
hogar con un enorme
acompañamiento de
animales y, de ese día
en adelante, se
volvieron grandes amigos
y siempre jugaban
juntos.
Y los animales de la
selva entendieron que no
se debe juzgar a las
criaturas por la
apariencia, sin
conocerlas. Que somos,
en verdad todos
hermanos, hijos de un
mismo Padre, que nos
creó, y que podremos
vivir todos juntos en
paz y armonía, si
tuviésemos buena
voluntad.
Tía Célia
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