Como es
destacado en la
entrevista
concedida en
esta semana a
este periódico
por el compañero
Adnilson Luis
Andrade Silva,
divulgar el
Espiritismo
constituye,
efectivamente,
una tarea
importante e
incluso
prioritaria, por
los beneficios
que el
conocimiento
espírita trae a
las personas que
con el tienen
contacto.
Una nueva visión
de la muerte y
de la vida, es
un factor
importante que
puede tener
consecuencias
directas en el
modo como las
personas se
comportan en
este corto
periodo que
pasamos en el
mundo que va del
nacimiento a la
tumba.
¿Por qué vivimos?
¿Cuál es el
objetivo de
nuestro pasaje
por aquí?
¿Por qué unos
mueren tan
pronto y otros
pasan años
presos a una
cama?
¿Qué espera de
nosotros el
Creador de la
vida y de las
cosas?
De los asuntos
tratados por el
Espiritismo, uno
en especial
debería ser
objeto con mayor
frecuencia de
nuestras
conversaciones y
conferencias.
Nos referimos a
la llamada
programación
reencarnatoria.
La duración de
una existencia
corporal, la
profesión a ser
desempeñada, la
familia, los
ascendentes, los
descendientes,
las pruebas de
naturaleza
material, las
pruebas morales,
son tópicos que
forman, como
sabemos, la
programación de
una persona que
vuelve al
escenario del
mundo, un hecho
que no debería
causar sorpresa
alguna, una vez
que en nuestras
relaciones
cotidianas la
programación
hace mucho pasó
a ocupar un
lugar
importante.
Decidimos, por
ejemplo, pasar
un periodo de
vacaciones en el
litoral
paulista.
¿Dónde nos
quedaremos?
¿Utilizaremos un
apartamento
alquilado o
prestado? ¿Qué
día partiremos?
¿Cuánto tiempo
estaremos fuera?
¿Iremos en
autobús o en
coche? ¿Cuándo
será nuestro
regreso?
¿Los recursos
económicos serán
suficientes? ¿En
la ciudad para
donde vamos
habrá bancos?
Todas las
preguntas
presentadas y
las respectivas
respuestas
componen un rol,
que nada más es
un sencillo plan
de vacaciones.
¡Y observe el
lector que se
trata de un
simple viaje que
durará
ciertamente
menos de 30
días!
La
reencarnación, o
sea, el regreso
de alguien a una
existencia
corpórea, es al
contrario de
eso, un largo
viaje cuyo
objetivo no es,
como en el
ejemplo
mencionado,
preparar las
vacaciones. Se
trata de algo
más profundo,
con metas
psicológicas y
objetivos
complejos, que
envuelven a un
grupo grande de
personas, cuyos
destinos
estarán, por
decirlo así,
entrelazados.
Es a eso que
llamamos
programación
reencarnatoria
que,
evidentemente,
como todo plan,
puede sufrir
modificaciones
en el recorrido,
como es mostrado
en uno de los
casos relatados
en la obra de
André Luiz.
Según ese autor,
una familia bien
simple,
matrimonio y
cuatro hijos,
pasó de repente,
a enfrentar una
dura prueba con
el fallecimiento
por suicidio del
jefe de la casa.
Como los
suicidios no
forman parte de
ninguna
programación, la
evasión de aquel
padre causo una
dificultad
inesperada para
la esposa y los
niños, lo que
hizo necesario
para aquellas
personas la
revisión del
programa, o sea,
una
reprogramación,
en la que es
notoria la
participación de
los protectores
espirituales que
velan por las
familias, como
la Iglesia
siempre enseñó
con sus
referencias a
los llamados
ángeles de la
guarda.
A la vista de la
programación
reencarnatoria
de una persona,
queda fácil
entonces,
responder a las
cuestiones
arriba puestas:
¿Cuál es el
objetivo de
nuestro pasaje
por aquí? ¿Por
qué unos mueren
tan pronto y
otros pasan años
presos a una
cama? ¿Qué
espera de
nosotros el
Creador de la
vida y de las
cosas?
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