Cierta calabaza creció
fuerte y sana en un
bonito huerto.
Cuando pequeña, soñaba
en ser alguien de valor
y se quedaba horrorizada
cuando sus hermanas, las
otras calabazas, eran
llevadas para servir de
comida en la mesa del
patrón.
Quedaba pálida de susto
siempre que alguien
aparecía, doblándose
para no ser escogida.
Con el paso del tiempo,
se volvió una calabaza
bonita de cáscara
anaranjada, dura y
reluciente. Estaba en el
auge de sus condiciones
físicas y se sentía
orgullosa de sí misma.
Cuando alguien se
aproximaba buscando una
bella calabaza para
hacer un rehogado o un
sabroso dulce, ella se
encogía, aterrorizada,
escondiéndose de las
manos hábiles en la
poda, afirmando:
- ¡Yo es que no voy a
servir de alimento para
nadie! ¡Vean si tienen
valor!
Cuando un niño surgía,
en las noches frías de
junio, buscando una
calabaza para jugar,
ella se abrazaba a las
hojas procurando pasar
desapercibida.
Y al ver a una de sus
hermanas en lo alto del
muro de la cerca, sin la
parte interior y con los
ojos, nariz y boca
iluminados por una vela,
para asustar a los
incautos, en los juegos
infantiles, ella
balanceaba la cabeza,
afirmando, convencida:
- Jamás me prestaré a
ese papel. ¡Que
vejación!
Las otras hermanas,
resignadas y conscientes
de su condición, le
decían:
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- Ese es nuestro
destino. ¿Para qué
servirá nuestra vida si
no fuésemos útiles de
alguna manera? ¿Quién
hará nuestra tarea?
Pero la bonita calabaza,
moviendo la cabeza de
trozos de hojas,
replicaba:
- Yo no. Deseo otra vida
para mí.
No me prestaré a ser
devorada. Y mucho menos
a servir de espantajo
para nadie.
Las otras se callaban,
notando que no servía
hablar, porque ella no
cambiaría de idea.
El tiempo fue pasando.
De aquella cosecha de
calabazas pocas
restaban. Cada cuál
había sido encaminada
para su destino y las
últimas, que ya no
estaban tan buenas,
fueron a servir de
alimentación a los
cerdos.
Pero aquella calabaza
también se escondió en
medio de la vegetación
aprovechando un agujero
existente en el suelo,
que pasó desapercibida.
Cuando el empleado fue a
hacer la limpieza del
terreno para una nueva
siembra, la encontró
bien escondida, sucia de
tierra y toda estropeada
por los gusanos.
Llamó al patrón y
preguntó:
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- ¡Mire lo que encontré!
¡Esta vieja, sucia y fea
calabaza! ¿Qué haremos
con ella?
El patrón miró con asco
y respondió lleno de
desprecio:
- ¡Tírela a la basura!
De forma que esta no
sirve ni aun para
alimentar a los cerdos.
Es una pena, sin embargo
no podrá ser
aprovechada.
Y la pobre calabaza, que deseaba tanto un
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destino
diferente, fue
tirada en medio
de la basura,
llena de
arrepentimiento
y de tristeza
por la
oportunidad que
había perdido. |
Comprendió al final, que
todos tiene una tarea
que cumplir, y que la de
ella, calabaza, era
servir a las personas.
Llena de humillación,
pues era muy orgullosa,
en medio de los
desperdicios del montón,
tanto lloró y suplicó
una nueva oportunidad
que Dios la atendió.
Después de algún tiempo,
sus simientes cayeron en
la tierra y sufrieron
una transformación.
Y quien pasase cerca de
aquel montón de basura
podría ver una linda
plantita, fuerte y sana,
que brotaba rompiendo el
suelo.
Y esa plantita se
transformó en una bella
piel de calabaza que,
llena de felicidad, veía
a los frutos naciendo,
tiernos y blandos, para
una nueva vida que el
Señor le concedió.
Tía Célia
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