Edinho estaba muy
ansioso.
Se aproximaba el Día de
los Niños y él no
conseguía pensar en otra
cosa sino en el regalo
que tendría de sus
padres.
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¡Necesitaba escoger bien!
- ¿Qué voy a pedir? ¿Un
cochecito importado con
control remoto?
¿O un vídeo de última
generación? ¿Quién sabe
si una bicicleta nueva,
ya que la mía está vieja
y fea?
Y Edinho no conseguía
decidirse.
Ese día, estaba en el
portón de su casa,
esperando aparecer a un
amigo para jugar, cuando notó, aproximándose, a
|
alguien en una
silla de ruedas.
Era un chico más
o menos de su
edad, conducido
por un muchacho. |
Edinho no conseguía
desviar los ojos del
niño, entre curioso y
apenado.
Notando el interés de
Edinho, al pasar por el
portón el muchacho paró
la silla y se presentó,
educadamente:
— ¡Hola! Soy Julio y
este es mi hermano
Rafael. Por favor, ¿tú
podrías traer un vaso de
agua para mi hermano? Él
tiene mucha sed y
nuestra casa aún queda
lejos.
Edinho, servicial, fue
buscar el agua. Mientras
el chico tomaba el agua,
pudo observarlo mejor.
Las piernas estaban
atrofiadas y pequeñas,
en relación al tamaño
del cuerpo.
El niño le entregó el
vaso, agradeciendo la
amabilidad.
Enseguida, sin poder
contenerse, Edinho
preguntó:
— Rafael, ¿qué ocurrió
con tus piernas?
—
Nací así.
—
¡Ah!... ¿Y por qué?
— Dios creyó que sería
importante para mi
aprendizaje espiritual,
dice mamá. ¿Quién sabe,
si en otra encarnación,
yo haya usado apenas las
piernas?
Edinho estaba
sorprendido.
— ¿Quieres decir que tu
nunca vas a poder andar?
— Ando por todos los
sitios en esta silla de
ruedas, llevado por mí
hermano Julio.
— ¿Pero tú no puedes
jugar al balón, correr,
andar en bicicleta, como
los otros niños?
Con una sonrisa alegre,
Rafael respondió sin
ningún resquicio de
rebelión:
— No. Pero eso no me
incomoda. Puedo hacer
otras cosas igualmente
buenas.
Tengo varios juegos
interesantes, poseo
muchos juguetes, leo
bastante, veo la
televisión, voy a la
escuela, paseo, visito a
mis amigos, voy al cine
y mucho más.
Rafael y Julio se
despidieron, y Edinho
prometió visitarlos. Una
viva simpatía había
surgido entre ellos.
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Edinho estaba muy
impresionado con el
nuevo amigo. Rafael
tenía todo para ser un
chico rebelde y, sin
embargo, percibía que él
era realmente feliz, a
pesar de no poder andar. |
Y, en aquel momento, se
acordó de su
preocupación con el
regalo que esperaba
tener el Día de los
Niños.
Sintió una inmensa
vergüenza de sí mismo.
Ya sin ganas de jugar,
entró en la casa,
pensativo.
Más tarde, cuando su
padre llegó del trabajo,
tomaron la cena y
después la familia se
sentó para hacer el
Evangelio en el Hogar.
Edinho aprovechó la
ocasión y dijo:
— ¡Papá! ¡Mamá! Quiero
deciros que no deseo
tener un regalo el Día
de los Niños.
Los padres se miraron,
sorprendidos:
— ¿Qué ocurrió? —
Preguntó su hermana más
mayor — ¿Estás enfermo?
Con seriedad, Edinho
miró a todos y
respondió:
— Ya he recibido mucho.
No necesito de nada más.
Y como todos hubieron
extrañado su decisión,
el niño relató el
encuentro con el
paralítico Rafael,
concluyendo:
— Quedé avergonzado. Él
vive en una silla de
ruedas y es muy pobre.
Aún así, cree que tiene
todo y no se queja de
nada. Y yo, que tengo
todo, vivo quejándome
siempre y deseando cada
vez más. Tengo un cuerpo
perfecto, las piernas
que me llevan para donde
deseo ir, los brazos que
me obedecen sin
problemas, inteligencia
para pensar... Y también
nuestras condiciones de
vida, la casa, el amor
de la familia... Yo
comprendo ahora que no
necesito de nada más.
Dios ya me dio muchos
regalos.
Sus padres estaban
conmovidos. La hermana,
siempre dura, tenía los
ojos húmedos, y todos
sentían una vibración
diferente en el aire.
El padre, al cerrar la
reunión con una oración,
comentó emocionado:
— La lección que tuvimos
hoy, a través del relato
de Edinho, fue la más
importante de las que ya
tuvimos. Ojala todas las
personas pudieran pensar
de la misma manera: ser
agradecidas por las
bendiciones que el Señor
les da. Gracias, hijo
mío. A ti y a Rafael,
que esperamos conocer
cualquier día de
estos.
Tía Célia
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