Pitoco estava enfermo e
vivia por los rincones,
triste e desanimado.
Rechazaba toda e
cualquier alimentación y
adelgazaba cada día.
Pitoco es el perro
querido de la pequeña
Margarida, de sólo seis
años de edad. Él tiene
el pelo castaño con
manchas de color crema,
ojos vivos y brillantes,
es alegre y le gusta
pasear.
Ahora que estaba
enfermo, ni pasear más
con Margarida quería él.
La niña estaba muy
preocupada con Pitoco
porque cada día estaba
él peor.
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Aquel día, la madre
invitó a Margarida para
ir de noche a la reunión
del centro espírita,
cuando habría una
conferencia.
— ¿Puedo también orar
por Pitoco? — preguntó
la niña.
— Claro, querida.
En aquella oportunidad,
el tema evangélico fue
sobre el “Pase”.
Margarida, a pesar de su
poca edad, oyó con mucha
atención todo lo que el
expositor habló.
Así, quedó sabiendo que
el pase es una
transmisión de energías,
una donación de amor en
que, orando a favor de
alguien necesitado, se
puede ayudar a la
persona en la
recuperación de alguna
enfermedad.
Después de la
conferencia, Margarida
tomó pases, observando
todo, muy seria y
compenetrada.
Al llegar a casa,
tomaron una ligera cena
antes de acostarse, como
siempre hacían.
Enseguida, la madre
llamó a Margarida para
dormir, pero no obtuvo
respuesta.
Buscó a la hijita por
toda la casa y no la
encontró. Hasta que notó
que ella estaba en el
patio, junto a Pitoco.
Curiosa, se aproximó y
vio a Margarida con los
ojos cerrados, las manos
sobre la cabeza del
perrito, orando con
fervor:
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— ¡Querido Jesús! Ayuda
a Pitoco para que él se
recupere y pueda volver
a comer y ser alegre. A
mí me gusta mucho él y
quedo triste cuando él
está triste. Sé que él
va a sanar porque
confío en el Señor, y el
orador dijo hoy en la
conferencia que, si la
gente ora con fe,
consigue todo aquello
que desea. Voy a quedar
muy contenta y
agradecida si el Señor
atiende a mi pedido.
¡Gracias, Jesús!
La madre se enterneció
con la súplica de la
hijita. |
También ella
estaba
preocupada.
Si Pitoco
muriera,
Margarida iba a
sufrir bastante. |
Notando a la madre allí
cerca, la niña sonrió
confiada y explicó:
— Estaba aplicando un
pase a Pitoco, como yo
aprendí. Él va a
quedarse bueno después,
mamá — afirmó con
convicción.
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Y, para alegría general,
al día siguiente Pitoco
presentó sensibles
mejoras. Comenzó a comer
y ya estaba más animado,
moviendo el rabito y
ladrando, satisfecho.
Tres días después, él
estaba completamente
curado, y salió a pasear
con su pequeña dueña.
La madre de Margarida,
viendo la rapidez con
que la niña había
aprendido lo que había
oído en el centro,
entendió que no podría
perder la oportunidad de
dar lo mejor a su hija,
pasando a llevarla a la
aulas de evangelización
infantil en la casa
espírita.
Como aprendió la pequeña Margarida, así también
ocurre
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con nosotros en
la vida. Si
tuviéramos la fe
del tamaño de un
grano de
mostaza,
conseguiríamos
realizar todo lo
que deseamos,
conforme enseñó
Jesús. |
Podremos ayudar, no sólo
a nosotros mismos, sino
a todos los que estén
necesitados. Basta que
tengamos buena voluntad
para servir y mucho amor
en el corazón para dar.
Tía Célia
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