Las emisoras de
televisión han
presentado, con
cierta
regularidad,
testimonios de
artistas
solicitando a
las personas del
País a tener
simpatía por el
acto de donación
de los órganos
de
sus entes
queridos. De
hecho, se
cuentan a
millares los que
aguardan la
oportunidad de
recibir un
trasplante, algo
que nada cuesta
a aquel que deja
este plano en su
vuelta a la vida
espiritual.
Es conocida en
el medio
espírita la
respuesta que
Chico Xavier dio
cierta vez a
alguien que le
había preguntado
si los Espíritus
consideraban los
trasplantes una
práctica
contraria a la
ley natural.
“No”, respondió
el conocido
médium. “Ellos
dicen que, así
como nosotros
aprovechamos una
pieza de ropa
que no tiene
utilidad para
determinado
amigo, y ese
amigo,
considerando
nuestra penuria
material, nos
cede esa pieza
de ropa, es muy
natural, al
deterioro del
cuerpo físico,
vengamos a donar
los órganos
prestamente a
compañeros
necesitados de
ellos, que
puedan
utilizarlos con
seguridad y
provecho.”
Conviene
recordar que, en
el inicio, la
cuestión de los
trasplantes no
fue bien
asimilada por
los
espiritistas.
Como Allan
Kardec no había
tratado del
asunto en sus
obras, las
divergencias al
respecto no
fueron pocas, y
es en eso que
crece la
importancia de
lo que Chico
Xavier dijo,
completada por
declaraciones
valoradas como
hecha, en la
época, por el
Dr. Jorge Andréa,
que, en su libro
“Psicología
Espírita”,
afirmó que no
hay ninguna duda
de que, en las
condiciones
actuales de la
vida en que nos
encontramos, los
trasplantes
vinieron para
quedarse y
deben, por eso,
ser utilizados.
“La conquista de
la ciencia –
declaró Dr.
Andréa – es
fuerza cósmica
positiva que no
debe ser
relegada la
posición
secundaria por
sentimentalismos
exagerados
religiosos.”
Hoy, pasados
tantos años,
nadie tiene duda
del valor de los
trasplantes y de
los beneficios
que ellos traen,
no sólo al
receptor, sino
igualmente al
donante de los
órganos.
Si alguna duda
hubiera, el caso
Wladimir,
narrado por
Richard
Simonetti en el
libro “¿Quién
tiene miedo de
la muerte?”,
sería bastante
para disolverla.
A los que aun no
leyeron referida
obra, recordamos
que el joven
Wladimir,
valiéndose de la
facultad
mediúmnica de
Chico
Xavier, reveló
que, aun en
muertes
traumáticas como
la que él tuvo –
un tiro
disparado en el
propio pecho –,
la caridad de la
donación es
anchamente
compensada por
las leyes
establecidas por
el Creador.
La conclusión,
entonces, es
obvia: todos
nosotros podemos
y debemos donar
los órganos que
nuestro cuerpo
no utilizará
más, finalizada
la existencia
corporal. La
extracción de un
órgano no
produce reflejos
traumatizantes
en el
periespíritu del
donante. Lo que
hiere el
periespíritu,
que es nuestro
cuerpo
espiritual,
son las
actitudes
incorrectas
perpetradas por
nosotros, y no
lo que es hecho
a él o al cuerpo
por otras
personas.
Además, el
donante es,
invariablemente,
beneficiado por
las plegarias y
por las
vibraciones de
gratitud y
cariño que
parten de los
que aquí
continúan,
especialmente el
receptor del
órgano
trasplantado y
sus familiares.
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