Se evalúa la
importancia de
Chico Xavier por
el juicio que
hacen de él los
que no son
espíritas: “Un
hombre bueno”.
Pero bueno,
cuando se
refiere a un
hombre, tiene
una magnitud
especial e
inmensa. Jesus,
por ejemplo,
decía que sólo
Dios es bueno.
Mucho más allá
de su actuación
en el área de la
mediumnidad,
esta es, tal
vez, la mayor
contribución
traída hasta
nosotros por
Chico Xavier:
haber mostrado
que es posible
ser cristiano en
estos tiempos
tan conturbados,
en que el
materialismo ha
ganado fuerza,
sobre todo en
los países que
la política
mundana convino
llamar como
primer Mundo.
La humildad de
Chico Xavier,
que la película
de Daniel Filho
pudo mostrar a
todos nosotros,
era algo
realmente
cautivadora.
La humildad es,
como sabemos, la
virtud más
importante para
nosotros y para
los médiuns,
porque es ella,
en la concepción
espírita, la
madre de todas
las virtudes.
Ocurre que en
Chico Xavier a
esa humildad se
unieron la
disciplina y una
disposición
impresionante
para el trabajo
en el bien.
Esas tres
virtudes –
humildad,
disciplina y
trabajo en el
bien –
constituyen los
principales
requisitos a ser
observados por
quién quiera
dedicarse a la
mediumnidad y,
por medio de
ella, subir
algunos
escalones en el
camino de la
evolución.
La humildad
permite que el
médium se
ofrezca al
comunicante como
instrumento
pasivo y se
presente, para
los que sufren,
como socorro y
puerta de
esperanza.
La disciplina
garantiza al
medianero el
equilibrio y la
productividad.
Sin ella, Chico
Xavier jamás
podría haber
producido la
obra que nos
legó,
constituida por
más de 400
libros y miles
de mensajes que
trajeron paz y
luz a mucha
gente.
Y, por fin, el
trabajo en el
bien observa un
principio
espírita hoy
consagrado, al
cual Cairbar
Schutel ya se
había referido
cuando Chico era
aún niño, o sea,
que las
facultades
mediúmnicas se
desarrollan en
el trabajo de la
caridad, porque
es actuando en
la caridad que
se adquieren las
cualidades que
atraen la
asistencia de
los buenos
Espíritus.
Un hombre
llamado amor, he
ahí un título
que ha sido
usado con
frecuencia en
nuestro país en
la referencia al
saudoso médium,
título más del
que adecuado
porque Chico
Xavier era,
efectivamente,
la
personificación
del amor
corporificado en
un ser humano.
El añorado
médium, como
nadie ignora,
abrigaba en el
corazón a las
personas que lo
buscaban,
prodigaba a
ellas toda la
atención que sus
problemas
exigían y les
ofrecía su
tiempo, su apoyo
y su
comprensión.
Paciente,
servicial,
justo, deseaba
el bien y
también lo
practicaba. Si
erró, lo que
probablemente
puede haber
ocurrido, supo
superar, como
verdadero
espírita, sus
errores,
reparándolos con
mucho amor y
trabajo.
El tutelado de
Emmanuel fue
creciendo,
ascendiendo,
desde la
orfandad
dolorida a la
fase última de
su existencia,
conquistando, al
cabo de ella, la
merecida honra
de tener un
lugar especial
en millones de
corazones
agradecidos.
Como Francisco
de Asís, amó
tanto que
su amor superó
los límites
estrechos de la
religión y, como
Francisco de
Asís, mostró que
el Evangelio de
Cristo es fuente
viva en los
corazones de los
hombres y que es
posible seguir a
Jesús en los
mínimos actos de
nuestra vida.
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